LA GRUTA DE FINGAL O VIDA DE MENDELSSOHN
FUE DICHOSO E HIZO DICHOSO A LOS DEMÁS
Lecho mortuorio de Félix Mendelssohn. |
I. LOS ORÍGENES
Moisés Mendelssohn, abuelo del compositor y filósofo, según un grabado realizado en 1786. |
Lea Salomon, madre del compositor (1777 - 1842) |
Entre sus primeras obras figuran los cuatro “Diálogos” (1775) relativos a la filosofía de Leibniz y a sus relaciones con Spinoza, y las “Cartas sobre las sensaciones” (1775), de tema estético y psicológico. En 1762 se casó con la hija de un rico comerciante de Hamburgo y tuvo de ella ocho hijos: a la educación de los seis que sobrevivieron, tres varones y tres mujeres (entre las cuales Dorotea, la futura compañera del filósofo y crítico literario Friedrich Schlegel) se dedicó Mendelssohn totalmente con la más tierna solicitud. El éxito alcanzado en 1783, en ocasión del concurso abierto por la Academia de Berlín sobre el tema “La evidencia en metafísica” (1764), aumentó su fama que se difundió también por el extranjero a través de las numerosas traducciones de sus obras, especialmente de “Fedón”, diálogo que versa como su homónimo platónico, sobre el problema de la inmortalidad. Entre 1769 y 1770 el diácono suizo, Johann Lavater lo implicó en una delicada polémica sobre el valor del cristianismo, en la que pronto tomaron parte otros filósofos y teólogos de la época. Tras una breve estancia en Brunswick (1770) y un nuevo periodo de agotamiento, marchó Moisés Mendelssohn a Dresde (1776) y a Königsberg (1777) donde visitó a Kant y Johann Hamann; en Hannover y Wolbenbüttel fue acogido calurosamente por viejos y nuevos amigos. En 1778 publicó una traducción del Pentateuco, que fue de gran importancia para la germanización de sus correligionarios a cuya elevación política y cultural contribuyó de varias formas, promoviendo continuos estudios sobre problemas de la raza judía. Su obra “Jerusalén” (1783), sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y sobre la tolerancia religiosa, mereció muchos elogios en los ambientes ilustrados, aunque no dejó de promover críticas muy violentas como la de Hamann en “Gólgota y Scheblimini” (1784), quien acusa a Mendelssohn por su “oculto judaísmo y anticristianismo”. Hamann parece querer oponer el Gólgota a Jerusalén, mientras que para la interpretación del cristianismo acoge simbólicamente la palabra “scheblimini”, que representa el “spiritus familiaris” de Lutero. En 1785 Moisés Mendelssohn publica “Las horas matutinas o lecciones sobre la existencia de Dios”, que es una serie de diecisiete lecciones que comprendía su pensamiento metafísico, religioso y teológico. Los últimos años de su vida fueron amargados por las polémicas sobre el Spinozismo de Lessing suscitadas por Johann Jacobi; Mendelssohn hubo de suspender la obra que estaba preparando en honor del amigo desaparecido y quedó profundamente desorientado por lo que su joven y atrevido adversario iba revelando sobre el pensamiento de Lessing: intentó rebatirlo con el escrito “A los amigos de Lessing”, del que no pudo ver, sin embargo, la impresión, porque enfermó de gravedad precisamente al llevarlo al editor, y expiró pocos días después. De los hijos de Moisés Mendelssohn, uno de ellos, Abraham, nacería el músico Félix Mendelssohn Bartholdy. Se complacía Abraham en repetir: “Durante mucho tiempo me llamaron el hijo de mi padre; más tarde me llamarán el padre de mi hijo”. No se equivocaba. De sus dos calidades, de sus dos títulos, tanto el primero (su padre) como el segundo (su hijo) lo llenarían de gloria por igual. Al morir Moisés Mendelssohn dejó, como hemos dicho, tres hijos y tres hijas. El que nos interesa es el segundo hijo de Moisés nacido en 1776, Abraham, quien sería el padre de Félix, el músico, quien, con toda su ternura y su genio, se esforzaría por restituirle su dedicación. Abraham ingresó muy joven en la Banca Fould de París, como cajero. Al poco tiempo Abraham conoció a Lea Salomón (1777-1842), mujer muy atractiva hija de un banquero de Berlín. Aunque París era una ciudad de la cual gustaba mucho, Abraham decidió abandonarla porque en ella “hubiera tenido que comer pan duro”. Su suegra lo convenció de que mejor estaría en Alemania; ya de regreso, se asoció con su hermano Jacobo. En Hamburgo nacerían los tres primeros de los cuatro hijos que Abraham y Lea tuvieron: Fanny nació el 15 de noviembre de 1805; Félix Jabo Luis el 3 de febrero de 1809, y Rebeca en 1811. El cuarto hijo, Pablo, nació en Berlín en 1819. Lea supo crear en su casa un ambiente de calidad y los que la frecuentaban eran verdaderos amigos o personas de gran valor en distintos campos. Ambos cónyuges eran instruidos, tenían gran comprensión por las artes y concedieron gran importancia a la educación y al cultivo de los dones de sus hijos. La familia Mendelssohn era modélica, dentro de las limitaciones inherentes al patriarcalismo de su época – especialmente en las familias de origen judía –, y sus miembros convivían muy unidos en un ambiente de paz y de simplicidad. Los orígenes de la familia de Mendelssohn pueden seguirse hasta el siglo XIII. Entre sus antecesores destacan el filósofo y teólogo R. Móses Isserles, que vivió en pleno siglo XVI, y destacados rabinos y juristas establecidos en Alemania, Polonia e Italia. Por parte materna, su tía abuela Sarah Izig (1761-1854) fue la discípula predilecta de Wilhelm Friedemann Bach, hijo mayor de Johann Sebastian. Los padres de Mendelssohn, a diferencia de su abuelo Moisés, que todavía intentó armonizar la ilustración en la tradición judía, pertenecían, ya a la aristocracia judía alemana y se sentían identificados con su clase y su país. En Hamburgo, el negocio bancario que Abraham tuvo con su hermano Jacobo marchó sobre ruedas y llegó a ser uno de los establecimientos de crédito de más prestigio de Europa, hasta su cierre en 1811 por presiones político-económico por parte de los agentes de Napoleón. Por esta razón la familia de Abraham decidió trasladarse a Berlín en el verano de 1811. Abraham Mendelssohn era sabio y justo; un verdadero patriarca que contaba la ternura conyugal y paternal, comprensiva y juiciosa con la sociedad y el rigor. En su casa, modelo de hogares ordenados y presididos por el amor y la armonía, sabía mantener la confianza, el respeto, la disciplina y la alegría. El protestantismo era la religión oficial en Prusia. El cuñado de Abraham, hermano de Lea, Jakob Salomón Bartholdy, más tarde cónsul de Prusia en Roma, lo persuadió para que abrazaran el protestantismo y uniese los apellidos de ambos, para distinguir su rama del resto de la familia que profesaba la religión judaica:
“Es justo permanecer fiel a cualquier religión perseguida, y aun
imponerla a nuestros hijos, como un martirio, mientras creemos firmemente que
es la única capaz de salvarnos; pero cuando tal creencia desaparece, es bárbaro
e inhumano imponerla a las personas que amamos, como un sacrificio inútil y
doloroso. Yo te aconsejaría también que adoptases a partir de ahora el apellido
Bartholdy, que, junto al tuyo, podría servir para distinguir a tus herederos de
los otros Mendelssohn. Esto me produciría una satisfacción particular, porque
el nombre de Bartholdy hará vivir mi recuerdo entre vosotros. Tal acto no tiene
nada de extraordinario. En Francia y en otros países, algunos individuos unen
al suyo el apellido de su esposa para evitar la confusión entre las diferentes
ramas de una misma familia”.
(Citado en “La familia Mendelssohn (1729-1847)” S. Hensel)
Abraham Mendelssohn, banquero, integrante de la aristocracia judía alemana. |
“Has dado un paso decisivo, hija mía querida. Ojalá que sus
consecuencias sean bendecidas por tu vida íntegra. Existe un tema que hasta
este momento hemos evitado de tratar juntos, y del cual desearía conversarte
hoy. ¿Existe Dios? ¿Quién es Dios? ¿Sobrevive una parte de nuestro ser a la
destrucción de nuestro cuerpo? ¿Qué espacios habremos de habitar? Como me siento
incapaz de resolver estos problemas, he tenido ocuparme de ellos contigo. Pero,
lo que sé, es que existe en ti y en mí, y en todo humano corazón, una
aspiración eterna hacia la Justicia y la Verdad. Poseemos una conciencia que
nos retorna al deber cada vez que nos vemos tentados de apartarnos de él. Esta
certeza, firme es en mí, y es ella la que constituye mi religión, pero, tal
como yo la experimento, no puedo inculcártela. Son estas las únicas enseñanzas
que puedo impartirte, pero su verdad se halla demostrada desde que existe el
mundo. La forma bajo la cual ha sido presentada la religión, es histórica,
sujeta a modificación como lo es toda humana fórmula. El judaísmo triunfaba
hace algunos siglos. Más tarde, el triunfador fue el paganismo. Hoy, el
cristianismo es el victorioso. Nosotros, tus padres, hemos nacido y hemos
crecido en el seno de la religión judía, y supimos rendir homenaje a Dios en
nuestras conciencias, siguiendo las prácticas de los antepasados nuestros. Os
hemos educado, a ti, a tus hermanos y a tu hermana, en la religión cristiana,
porque la misma responde a las necesidades de la mayoría de los hombres, porque
involucra preceptos de obediencia, de caridad, de resignación y de amor. Jesucristo,
su fundador, del cual muy escasos fieles siguen el ejemplo, los ha puesto todos
en práctica. Tú, por la profesión de fe hecha hoy, has cumplido con la
obligación que exige la sociedad cristiana de ti para acogerte como uno de sus
miembros. Escucha la voz de tu conciencia, sé verdadera y buena, sumisa a tus
padres hasta la muerte, y disfrutarás de la paz del alma, la dicha mejor que
nos sea dado conocer en esta tierra.”
(En “Fanny Mendelssohn, de acuerdo con las Memorias de
su hijo”, por E. Sergy)
Al leer esta misiva,
resulta concluyente, como este hombre honesto, hizo de su hijo Félix un hombre
honrado como él mismo y un cristiano absoluto. Educado en la tradición liberal
del humanismo alemán y su fe en Cristo, Mendelssohn siempre estuvo orgulloso de
sus orígenes judíos, lo que lo hizo identificarse en muchas ocasiones con el
destino de los judíos europeos de su época. Esta dualidad duró toda su vida y
lo colocó en una posición ambigua, especialmente respecto a la creación de
obras religiosas. Félix fue un niño de gran precocidad como Mozart, revelando
desde su más temprana edad dotes excepcionales para la música. Él y Fanny
recibieron las primeras lecciones de su madre y durante mucho tiempo se negaron
a tocar si ella no se sentaba a su lado. Por lo que se ve, no fue Félix el
único que estaba extraordinariamente dotado para la música; también Fanny,
llamada en familia Zippora, tenía una gran facilidad musical. Su madre solía
decir que había nacido “con los dedos
aptos para tocar toda clase de fugas”. Fanny, en este aspecto, sufrió por
la posición patriarcal de Abraham que
creía que a su hija, por el hecho de ser mujer, le bastaría una formación
musical tradicional, muy alejada de la que hubiera necesitado en caso de ser hombre
y decidir dedicarse profesionalmente al arte. La convicción paterna no pudo ser
vencida ni por la gran facilidad que había demostrado al tocar a los 11 años,
de memoria y de manera perfecta, los 24 preludios y Fugas de Johann Sebastian
Bach.
Óleo de Carl Begas en que se ve a Mendelssohn a los doce años. |
Fanny Mendelssohn, hermana del compositor. |
En 1820, era el autor de una fuga, de la cual algunos músicos, a los cuales habíales mostrado su padre, se asombraron grandemente. Por esa misma época, más o menos, compone una pequeña ópera de salón y de familia, titulada Die beiden Aleffen (“Los dos sobrinos”). Sigue a esta obra un salmo, luego una gran fuga doble, unas pequeñas sinfonías, un cuarteto, una cantata. El niño empieza a cubrir, con su fina y elegante escritura, las primeras hojas innumerables que fueron formando, poco a poco, en un orden perfecto, los cuarenta o cincuenta volúmenes conservados actualmente en la Biblioteca de Berlín. Fue ya en 1820 que Abraham se convenció de las extraordinarias disposiciones para la música de su hijo Félix y escribió la siguiente frase en una carta familiar: “La música será para él quizás un oficio”, lo que dicho por un padre banquero era excepcional. Ya el futuro virtuoso había tenido contacto con el público, lo cual lo fue cuajando a la hora que tuviera que enfrentar a las ligas mayores. Ya en 1918, a los nueve años de edad, se había presentado por primera vez ante el público como pianista e interpretó un Trío de Wolf. Al año siguiente ingresó en la Singakademil (Escuela de canto). La familia Mendelssohn organiza y sostiene una pequeña orquesta de la cual se celebran en su hogar veladas dominicales. Uno de los violines utilizados, un guarnerius, perteneciente al cuarteto de cuerda, propiedad de los Mendelssohn, fue adquirido en 1919 por Johann Manen. En estas sesiones se interpretaban composiciones de Félix que él mismo dirigía. El poeta Heinrich Heine, habiendo asistido a una de estas veladas, escribe: “Exceptuando al pequeño Mendelssohn, que es un segundo Mozart, no conozco ningún músico de talento en Berlín”. En las navidades de 1820, Félix dio a conocer a su familia una primera y breve obra escénica: el singspiel Die Soldaten liebschaft (Amores de soldado), sobre el texto del joven médico Ludwig Casper, asiduo visitante de los Mendelssohn. Poco más tarde escribió otra obra basada en el libreto de Eugene Scribe Die beide Pädagogen (Los dos preceptores), verdadera condena de la manera brutal con la que la gran mayoría de los maestros rurales asustaban a los alumnos. Por este tiempo sus padres llevaron a Félix y a Fanny a la Ópera, donde asistieron a representaciones de Haendel y de Gluck. Sin embargo, la ópera que más lo impresionó fue Die Wilderer (El cazador furtivo) de Karl María von Weber. Este compositor entabló una gran amistad con Abraham Mendelssohn y su influencia fue decisiva en la vocación profesional de Félix y en la orientación estética de su obra. El año 1821 fue memorable para Félix, pues conoció a Weber y a Goethe. Fue Zelter quien introdujo a su discípulo predilecto en casa de Goethe, seguramente con el propósito de sorprender al gran escritor. La influencia de Zelter sobre el autor de “Fausto” en el aspecto musical fue enorme, aunque no siempre acertada. Hay que recordar que el músico berlinés fue la única amistad masculina del escritor en esta rama. Goethe sometía a Zelter todas las partituras que los compositores le enviaban, la mayoría sobre poemas suyos. Su juicio era decisivo e influyó mucho en el escaso entusiasmo que Goethe mostró por las nacientes obras de Beethoven y de Schubert y sobre todo por la de Berlioz. Vislumbró a Weber en el salón de su casa; el autor de “Oberon” acababa de ofrecer su obra maestra, “Freischütz”, El guerrillero, en Berlín. En esos típicos conciertos caseros de los Mendelssohn, Félix cautiva a Weber con su tendencia romántica. Pocos días después Zelter envía a Félix a Weimar para que pase unos días al lado de Goethe. “Se lo envió como un mensajero divino del reino de los sonidos”. Félix permanecería quince largos días en Weimar, junto al autor de “Fausto”. El anciano poeta recibe al niño con tierna admiración: todas las noches, después de la cena, le pide que toque al piano, sobre todo, fugas y minúes. No en pocas ocasiones le pone delante manuscritos difíciles de descifrar y el joven huésped sale siempre triunfante de la prueba; luego toca algunas improvisaciones y el poeta, extasiado le da un beso. Tal era el propio sentimiento de Goethe. Experimentaba hacia el armonioso niño una especie de tierna admiración. Contrariando sus hábitos se mostraba sencillo, familiar, niño como su joven comensal. Félix Mendelssohn ha referido su primera estada en Weimar en cartas que son de una inteligencia, de una seriedad, de una gracia por encima de su edad. Sus padres y Zelter no habían escatimado los consejos al pequeño peregrino de once años: “Dilata tus sentidos, vigílate, mantente correcto a la mesa, habla con reserva”, le dijo Abraham. Y la madre añadía: “Recoge la mínima frase de Goethe; deseo saberlo todo de él”. Años más tarde, Zelter escribiría a Goethe:
“No vuelvo de mi asombro. Es un muchacho que no tiene más de quince años,
y lo que hace es música, verdadera música, llena de grandeza y de carácter.
Todo es en ella espontáneo, mana con serenidad y amplitud (…) Imposible mostrar
mayor habilidad en el uso de las voces y desplegar en la instrumentación un genio
a la vez más atrevido y más genuino (…). Vivacidad, jovialidad, travesura,
melancolía, pasión, ternura, amor: lo tiene todo, y además ese barniz de
inocencia y de juventud que agrada y conmueve…”
(Carta de K.F. Zelter a Goethe, 1824)
La impresión que el
gigante de Weimar provocó en el joven Félix no fue menos impactante; desde casa
de Goethe, Mendelssohn escribió a sus padres el 6 de noviembre de 1821: “Escuchad todos y prestad bien el oído”: el
domingo vi a Goethe, el sol de Wimar. Toqué ante él, durante casi dos horas,
fugas de Bacht e improvisaciones”. Días más tarde vuelve a escribir: “Hago más música aquí que en casa. Cada día
después de cenar, Goethe abre el piano y me dice: “Todavía no te he oído hoy, haz un poco de ruido para
mí”. Dócil, el joven Mendelssohn les describía a su
familia, en las cartas, todo lo que veía y percibía: la casa, el jardín, y las
estatuas, el aire de nobleza y de grandeza antigua de la morada, de las cosas,
y sobre todo del amo; su porte, su lenguaje, su voz habitualmente dulce, pero
que podía tener un estallido de trueno.
Johann Nepomuk Hummel, compositor eslovaco, discípulo de Mozart, |
“Piensa un poco querida niña, piensa que las gentes de este país no
conocen una nota de Fidelio y que consideran a
Johan Sebastian Bach una vieja peluca atiborrada de erudición. He ejecutado,
noches pasadas, dos preludios; halló la gente que el en la menor
empezaba completamente como un duo de Monsigny”.
Dibujo en el que se ve a Mendelssohn tocando el piano para Goethe durante su estancia en Weimar en 14821. |
“Honorabilísimo Señor: con gran placer aprovecho la ocasión de acercarme
a usted por escrito. En espíritu a menudo lo estoy, porque creo de gran valor
vuestras obras escénicas… Por muy alto que las vuestras sean apreciadas por los
verdaderos conocedores, es una efectiva pérdida para el arte no poseer ninguna
nueva producción de vuestro gran pensamiento para el teatro… A mí mismo me
entusiasma extraordinariamente cuando sé que habéis producido una nueva obra y
tengo un inmenso interés en ella cual si fuera una cosa mía: en fin, os honro y
os aprecio. He de pediros un favor, pero hacedme la merced de no creer que os
he dicho todo esto a guisa de prólogo. Espero, estoy convencido, que no
tendréis de mí una idea mezquina. He terminado una gran Missa Solemnis y deseo
remitirla a las cortes europeas, porque en la actualidad no quisiera
publicarla. Por medio de la Embajada Francesa aquí he enviado una invitación a
S. M. el rey de Francia, para que se suscriba a esta obra y estoy convencido
que el rey, si vos lo recomendáis, se quedaría una copia. Mi situación crítica
pide que yo no fije solamente mis ruegos al cielo; al contrario, debo fijarlos
abajo por las necesidades de la vida… Sea cual sea el resultado de mi petición,
os apreciaré y os honraré siempre, y siempre seréis aquel de mis contemporáneos
que yo más estimo con la más alta estima”.
Vuestro amigo y servidor
Beethoven
(Beethoven
L. Van: Correspondencia completa). Edición crítica con notas de A. C. Kalischer)
Cherubini dirigió una
petición al rey de Francia, que obtuvo buen éxito. Como se puede apreciar por
el contenido de la carta, Cherubini no era poca cosa en el mundo musical de su
época cuando conoció al joven Mendelssohn.
Luigi Cherubini, músico que conoció Mendelssohn en 1825, durante un viaje que realizó a París. |
“Mendelssohn y otros intentaron cazar a la belleza cual a una mariposa y
prenderla en un alfiler para retenerla; lográndolo, sin duda; pero un cadáver
no es un animal íntegro: necesita algo más…, una cosa principalísima: la vida,
el espíritu, que todo lo embellece…”
El poema “Las Alegrías” está entre las más bellas
y reflexivas del poeta Weimar
“La voluble libélula
ronda en torno a la fuente;
yo encantado la sigo,
viendo cómo va y viene;
ora oscura, ora clara,
un camaleón parece,
ora roja, ora azul,
ora azul, ora verde.
¡Algo diera de cerca
sus colores por verle!
¡Más ella no descansa en sus volubles giros!
¡Sin embargo, ahora quieta en el sauce parece!
¡Ya la tengo! … ¡Ya es mía! ¡Ya puedo exactamente
observar el oscuro y triste azul que tiene…,
el triste oscuro azul de sus alas falaces …
Igual a ti te ocurre, ¡oh analista inclemente!”
II. Las puertas de la gloria
Retrato de Carl Friedrich Zelter, pedagogo y fundador de la Singakademie de Berlín. |
“… Mis hijos están muy acostumbrados al trabajo, pues si la holgazanería
hubiese sido su amiga, el dinero por ellos ganado no lo tendría yo ahora, y
todos mis planes, por supuesto, se habrían desvanecido. Siempre he deseado
prevenir las situaciones porque ¿quién sabe lo que puede ocurrir cuando
llegamos a Salzburgo? Tal vez allí tengamos de nuevo una buena acogida, y una
venturosa posición nos permita instalarnos definitivamente en la ciudad, pero,
para ser sincero, creo que mis hijos merecen más y haré cuanto me sea posible
para que puedan volver a cruzar las fronteras. Dios nos ayude”.
(en:
Leopold Mozart, “Epistolario”)
Amadeus Mozart, compositor que al igual que Mendelssohn falleció a corta edad. |
“No quiero saber nada de esas bodas en las que el dinero es el único
móvil. Yo deseo ofrecer a mi esposa felicidad y seguridad, y nada más lejos de
mi intensión que pretender sacar beneficio económico de mi amor. Por tanto,
dejaré que los acontecimientos sigan su curso; mientras tanto, deseo gozar de
mi libertad hasta que pueda mantener esposa e hijos. Schiedenhofen debió
desposar a una mujer rica, pues un noble se debe a sus títulos. Sabrás, padre,
que la aristocracia jamás puede casarse por amor, sino únicamente por
conveniencia. No le corresponde a un caballero de alto linaje amar a una mujer
cuando ésta ya ha culminado con el menester de darle un heredero… Nosotros, los
plebeyos, debemos regirnos por otros códigos; nuestra riqueza muere con
nosotros, porque la llevamos encerrada en nuestra cabeza, y nadie puede
robarnos nuestro tesoro, a no ser que nos decapiten”.
Hasta aquí esta reseña
de Mozart. Volvamos a Mendelssohn]
Fanny Mendelssohn vio
frustrada una posible carrera musical por la sutil autoridad paterna. En una
carta que Abraham escribe a su hija, le dice:
“Tus observaciones con respecto a tus relaciones con tu hermano, son
justas y se hallan bien expresadas. La música, para él, acaso se transforme en
una profesión; para ti, seguirá siendo un arte de entretenimiento; no sabrías
tú considerarla como la finalidad de tu vida y de tus aspiraciones. Es
permitido a Félix alentar la ambición de dar a conocer su talento, cuyo éxito
interesa a su porvenir. Pero tú, hija mía, renuncia a triunfos que no son en
absoluto de tu sexo, y deja el uso de la palabra a tu hermano. Tú eres buena, y
por pequeño que el término sea, mucho es lo que significa. Pero, es preciso que
te perfecciones aún, sobre todo que comprendas mejor tu condición de mujer y de
ama de casa, la única a la cual estás llamada… Una juiciosa elección entre tus
ocupaciones, es necesaria y será preciso que te resignes a aquellas que deben
ser exclusivamente de tu patrimonio. Sométete alegremente a ese sacrificio y
desde ya… La vida, ante todo, debe tener una sólida base; ya sobrará tiempo
para adornarla”.
En 1825 la familia Mendelssohn se traslada a las afueras de Berlín, en el número 3 de la calle Leipzig (vista de la casa en 1900). |
“Me ha confiado Félix lo que ha querido expresar en esta última obra. El
trozo debe ser ejecutado staccato y pianissimo. Los trémolos, los trinos, todo
en ello es nuevo, extraño y especialmente tan etéreo, que se tiene la impresión
de que un leve hálito nos eleva en el mundo de los espíritus. Nos sentiríamos
tentados de cabalgar el palo de escoba de una bruja para poder seguir mejor a
la aérea tropa en su vuelo”.
Casa museo Mendelssohn en Leipzig. |
“Si tres de las familias más cumplidas de Berlín pudieran ver a tres de
sus hijos más cumplidos vagabundear de noche por la carretera real, en compañía
de cocheros, de campesinos y de aprendices, habrían de velarse la faz.
¡Tranquilícense ustedes! No por eso los hijos dejan de estar menos locamente
alegres… Nos entretenemos alternativamente, con música, con patología y con
Homero; cada uno pone así sobre el tapete su tema preferido, y termina la
discusión con canciones estudiantes. Los pensamientos serios surgen al propio
tiempo que las salidas sin juicio, y constituye su mezcla un inenarrable gozo.
Es tarde; nuestra magra candela me niega sus servicios y la luna no la reemplaza…
¡Buenas noches!”
Catedral de Durham, uno de los cuadros que pintó Félix durante su viaje de estudios a Inglaterra. |
“Vivo aquí como vivió el llamado Tántalo. Un mundo de ideas atraviesa mi
mente. Desearía poder tocarlas y el hotel posee un piano pasable. Me deslizó en
el salón. Un francés, ¡ay! y su graciosa cónyuge, músico para desventura mía,
han tomado posesión del salón y del instrumento. Invito a la joven señora a
tocar… “¡Bravo, señora toca usted como un ángel!”
Cuando invitan a Félix a
tocar el ambiente toma otro cariz. El salón se va llenando poco a poco de
gente; la multitud aplaude a más no poder. Los huéspedes del hotel se disputan
al jovencito alemán. Ante tanta virtuosidad, un acaudalado oyente lo invita a
cenar a Estraburgo; otro, un parisiense, le propone un libreto de ópera cómica.
Todo marcha sobre ruedas, pero se hace presente
el director con cara de gelatina que no cuaja:
“Declara que mi música perjudica su ruleta, que los jugadores la han
abandonado y que esto es contrario a los términos del contrato. En pocas
palabras, consigue que el piano sea transportado a otra parte”.
De regreso en Berlín,
Mendelssohn ya ha dejado atrás, definitivamente, del fracaso de “Las bodas de Camacho”. Hay que recordar
que la música que imperaba durante los años de formación de Félix Mendelssohn
era la de Joseph Haydn y Mozart para la música orquestal; la de Mozart, Carl
María Von Weber, Spontini y la de Christoph Gluck en el campo de la ópera; la
de H. G. Graun y Frasch para la música de cámara y la de Haendel para el
oratorio. Félix Mendelssohn, que había participado en febrero de 1828 en la
preparación del concierto de la Singakademie con el oratorio “Judas Macabeo” de
Haendel y que se había dedicado a la composición de una cantata que le había
encargado Zelter para ser estrenada con motivo de la celebración del
tricentenario de la muerte del pintor Albert Dürer, consagró los últimos meses
del año al estudio profundo de “La Pasión
según San Mateo”, de Bach. En ese tiempo, escribió Fanny:
“A cada nueva obra, Félix se torna más nítido y más profundo. Se halla
actualmente en la plena posesión de todos sus medios. Sigue una dirección cada
vez más segura, marcha rumbo a una meta que se ha fijado a sí mismo, que vea
con la mayor nitidez y que no sabía yo definir precisamente con palabras; una
idea de arte no puede ser fácilmente expresada por las palabras; de lo
contrario, no habría más arte que el de la poesía”
“La pasión según San Mateo”, que se
sabía de memoria, fue el objeto de la integridad de los estudios durante la
estación 1828-1829. Se resolvió en breve que se ofrecería una ejecución
pública, a beneficio de una obra de caridad. El cantor De Vrient, que
interpretaría el papel de Jesús, participó de considerable manera en la
empresa. De Vrient ha dejado en sus Recuerdos,
un relato muy interesante a este respecto. Algunas cartas de Fanny Mendelssohn
también refieren al mismo acto. La cosa no salió como se esperaba. Las
dificultades provenían al principio de la obra, y luego, acaso sobre todo, de
ciertas personas. El propio Zelter dio muestras, al principio, de poca
confianza y celo. Spontini, temiendo por sus propias obras, hizo una oposición
mayor aún. El público, finalmente, se mostraba desconfiado, si no hostil. La
intención era la de realizar una audición completa de la obra, lo que no se había
hecho desde la muerte de Bach en 1750. La oposición de Zelter devenía en el
hecho de que creía que el público no estaba preparado para una interpretación
íntegra de una obra tan austera para los gustos de la época, pero finalmente
ayudó mucho a Félix, que pudo así celebrar en la Singakademie, el 11 de marzo
de 1829, el retorno a la vida de esta obra maestra. Sostenido por De Vrient, no
se dejó Félix abatir por nada ni por nadie. Acabaron por conseguir la
neutralidad, luego el favor de Zelter. Spontini también se resignó. En lo que a
Mendelssohn concierne, animaba, inflamaba a cada cual con su personal ardor.
Luego de dirigir de memoria todos los ensayos acompañaba al piano, con la mano
izquierda; con la diestra mantenía la batuta y marcaba el compás. Acaso nunca,
en su carrera de director de orquesta sin rival, cumplió prodigios semejantes.
Todo esto – como lo expresa Eduard De Vrient en sus Recuerdos – se sintetizan en forma precisa en dos palabras, “todo esto resultaba admirable y
encantador”. Fanny escribió:
“El interés aumentaba en cada uno de los ensayos. La nobleza de la
composición, el tema en sí mismo, suscitaban estallidos de júbilo y entusiasmo.
La fama de la obra se extendía de individuo en individuo, a tal punto que todas
las localidades fueron alquiladas el día mismo en que el concierto fue
anunciado; millares de personas se vieron en la imposibilidad absoluta de asistir
a la ejecución de la obra”.
Esta efemérides se
repitió diez días después, 21 de mayo, aniversario del nacimiento de Johan
Sebastian Bach. Debido al enorme éxito de los dos primeros eventos, hubo aún
una tercera audición dirigida por Zelter, que sustituyó a Félix quien se
encontraba en Inglaterra. Goethe escribió a Zelter desde Weimar, “Tengo la impresión de que he oído el fragor
del mar”. Fueron, pues, Zelter y más tarde Mendelssohn los artífices de
este renacimiento de Bach en su propia patria.
III. Los viajes de estudio
Vista de Londres y el Támesis en la época de Mendelssohn. |
“Le entregue [a Mozart] el manuscrito de una ópera cuya partitura se
encontraba reducida a cinco partes, con acompañamiento para primer y segundo
violín, dos partes vocales y un bajo. La segunda voz estaba escrita al estilo
italiano. Tan pronto estuvo la partitura colocada sobre el atril, empezó a
tocar sus notas magistralmente, acertando de lleno en el tempo y en el aspecto
estilístico, y aunque su voz todavía tenía timbre infantil, su interpretación
fue inmejorable; quiero decir también que su padre le acompañaba en la voz
grave, y como quiera que éste desafinó en un par de ocasiones, el niño se
volvió hacia el muy contrariado”
(En “Transacciones Filosóficas de la Real Sociedad” vol.
XL, h. 1770)
No contento con esta
prueba donde Amadeus salió victorioso, Barrington deseó oír su capacidad de
improvisación, cosa que Leopold, el padre de Mozart, no estimó oportuno, aunque
el pequeño genio mostró su buena predisposición a ello:
“Sabiendo que el tierno Mozart conocía y admiraba a Manzoli, el afamado
cantante que se había desplazado a Inglaterra en 1764, le dije que me agradaría
en gran manera escuchar una improvisación de una canción de amor al estilo del
citado compositor. El muchachito miró hacia atrás con astucia y empezó a
interpretar un recitativo propio para la introducción de una canción amorosa,
tras la que toco un aire affettuoso… Su
calidad sobrepasaba lo normal y su inventiva era extraordinaria. Viendo su
buena disposición e inspiración, aún osé solicitarle un nuevo ejercicio,
consistente aquella vez en la composición de una canción apasionada, regida
incluso por un tono iracundo. No lo pensó dos veces, y mirando con ojos pícaros
hacia atrás, comenzó de nuevo a tocar el instrumento y se puso en pie ante él,
como si el clavicémbalo fuese un ser humano. Era imposible que su asombrosa
facilidad residiese únicamente en el virtuosismo, pues tras su prodigioso arte
de la interpretación afloraba un sólido conocimiento de las leyes de la
composición, asimiladas por alguien que era todavía muy niño, pues la sesión
fue capaz de interrumpirla un acto tan banal como la entrada de un gato por la
ventana infantilmente, Mozart corrió hacia él, abandonando el clavicémbalo; más
tarde se puso a recorrer la habitación con un palo entre las piernas
imaginándose jinete sobre un hermoso corcel. Fue en junio de 1765 cuando fui
testigo de cuanto he relatado, fecha en la que el niño contaba ocho años y
cinco meses de edad.”
(obra citada).
Vista del centro urbano de Düsseldorf hacia el año 1850. Mendelssohn vivió entre 1833 y 1835 en esta ciudad. |
Viena, 18 de marzo de 1827.
Los sentimientos que experimenté al leer su carta del 1 de marzo, son
algo que no puedo describir con palabras. Esa generosidad de la Sociedad Filarmónica, que
casi se ha anticipado a mi súplica, me ha conmovido hasta lo más profundo de mi
alma. Le ruego a usted, pues querido Moscheles, sea el órgano mediante el cual
hago llegar a la Sociedad
Filarmónica, mi agradecimiento más profundo por su particular
interés y por su ayuda.
Diga a esos dignos hombres que cuando Dios me haya restituido la salud,
me esforzaré en realizar, mediante obras, mis sentimientos de agradecimiento y
que para ello me remito a la elección de la Sociedad…, para escribir lo que la misma desee.
En mi escritorio tengo una sinfonía completamente esbozada, una nueva
obertura y otras cositas más. En lo que atañe al concierto que la Sociedad Filarmónica ha
decidido ofrecer en beneficio mío, ruego a la Sociedad… que no haga abandono de ese proyecto. En pocas palabras,
me esforzaré en colmar todos los deseos de la Sociedad Filarmónica y nunca me
habré puesto a laborar con tanto amor como en esta ocasión. Quiera el Cielo
devolverme pronto la salud, y yo mostraré a los generosos ingleses hasta qué
punto sé apreciar el interés que se toman en mi triste destino”
(“Correspondencia
de Beethoven”, carta CXLVIII y póstuma)
La pobreza, la sordera y
la quebrantada salud nos hacen comprender la desesperada situación que vivía el
coloso de Bonn. Todo deseo de una pronta mejoría es ya inútil, ocho días
después de escrita esta carta, Beethoven, el genio de las nueve sinfonías, fallecía
a los 57 años. Esta primera visita de Mendelssohn a Inglaterra lo cautivó:
Estoy confundido con la bondad de estos extranjeros y encantado de que sea
debido a mi música que a las cartas de presentación. En la isla fue recibido
por Ignaz Moscheles, lo que junto con la recomendación del científico Alexander
Von Humboldt y la amistad con el embajador alemán, le facilitó la entrada en el
mundo aris. Después de un concierto en el que él dirigió obras suyas y de
Weber, la admiración de los ingleses fue total. Muchos pensamientos de
Mendelssohn eran de gran afecto para Inglaterra. Fue ella quien le inspiró el “Sueño de una noche de verano”, y la
obertura “Gruta de Fingal”, op. 26; fue Inglaterra la primera en escuchar la
obra suprema del maestro que para ella habíala escrito: “El oratorio de Elías”, op. 70. También en el viaje que realizó a
Escocia en compañía de Karl Klingemann, a fines de temporada, le inspiró la
“Sinfonía Escocesa”; fue la visita que hizo a la capilla del palacio de María
Estuardo lo que avivó sus musas en Escocia. También en Escocia realizó una
excursión a las Hébridas, que le brindó el tema principal de la mítica obertura
del mismo nombre, llamada también la cueva de Fingal”. Durante el mes de
duración de su viaje, el tiempo no cesó de ser espantoso en momento alguno.
Luego de haber pasado algunas semanas en el campo, en la casa de unos
compañeros de viaje que lo habían invitado, regresó Félix a Londres. Tuvo que
permanecer en la capital británica, durante dos largos meses, a consecuencia de
un accidente acaecido cuando paseaba en coche; el resultado de este paseo fue
catastrófico para Mendelssohn: una gravísima herida en la rodilla. Verse
obligado a guardar cama y permanecer inmóvil fue terrible para él más aún, por
no poder concurrir al enlace de su amada hermana, Fanny con el pintor Wilhelm
Hensel. Karl Klingemann, a la sazón secretario de Embajada, le prodigó los
cuidados que se le brinda a un hermano y se las ingeniaba para aportarle
distracciones lo mismo hacían sus amigos ingleses que se turnaban para mimarlo.
Su filosofía y su buen humor habitual, lo llevaron a colgar al pie de su techo
su bonete y su abrigo de viaje, esperando que llegara el momento de su
recuperación y descolgar las dos prendas y echar a andar; el mismo buen humor
había demostrado cuando, llegado a Inglaterra, apareció el 30 de mayo en la Sociedad Filarmónica y la gente empezó a
sonreír un poco al verle tan joven. El día de navidad de 1829, Félix se hallaba
ya de regreso en Alemania. Por la tarde,
se celebró en casa de los Mendelssohn por las bodas de plata de sus padres, una
especie de Vodevil o Liederspiel que llevaba por título
alusivo “La vuelta a casa del extranjero”. Mendelssohn había escrito la música
de esta obra sobre un libreto de Klingeman; en la representación intervino como
violoncelista del pequeño conjunto instrumental acompañante su hermano Paul,
que mostraba también grandes aptitudes musicales. La obra en cuestión, debido a
su carácter íntimo, nunca más fue representada. La grandeza y humildad de Félix
Mendelssohn se vio puesta a prueba cuando a principios de 1830 la Universidad
de Berlín le ofreció una cátedra de música, que rechazó en beneficio de su
amigo, el teórico musical A.B. Marx.
El deseo de Mendelssohn
de viajar a Italia al estilo del efectuado por Goethe estaba en sus proyectos. Contagiado
de sarampión por su joven hermano retrasó el proyecto. Antes de ir a Italia
visitó, junto a su padre, a mediados de mayo, al teólogo Schubring en Dessau,
la ciudad donde había vivido y nacido su abuelo Moisés en 1729. Había dirigido
ahí su bisabuelo una miserable escuela. A pesar que Moisés Mendelssohn había
sufrido de parte de malas personas la intolerancia, el desprecio, la injusticia
y el odio, y hasta la pobreza y el hambre, había sacado fuerzas de
inteligencia, valor y trabajo para no sucumbir a la adversidad. Nada pudo
detener su vuelo. Preceptor o contable, el abuelo Moisés, aseguró mediante modestos
empleos la libertad de un pensamiento o de un genio siempre en actividad y
siempre en progreso. Helenista y filósofo, también intérprete de las creencias
de su raza y doctor de su ley, Moisés Mendelssohn brindó del “Fedón”, del “Pentateuco”, de los “Salmos”
y del “Cantar de los cantares” de
Salomón, traducciones que hicieron mucho ruido. Después de Dessau, Félix se
dirigió a Weimar, donde se intensificó la amistad entre la sabia ancianidad de
Goethe y el impetuoso y joven músico. La alegría del autor del “Werther” al reencontrarse con el
músico alemán era indescriptible. Ávido hasta el fin de saber y de sentir, no
podía el gran Goethe saciarse de su ejecución y de sus pláticas. “Es realmente
singular el que haya estado yo tanto tiempo sin escuchar música. Durante ese
lapso, ustedes no cesaron de hacer progresar el arte y ya no estoy al tanto de
las cosas. Veamos; explíquenme todo eso de cabo a rabo, porque ahora se trata
de conversar razonablemente escribía Goethe en ese entonces. Inútilmente se
preocupaba la nuera de Goethe, Otilia, por las frecuentes y prolongadas
sesiones musicales que el suegro y Mendelssohn tenían. ¿Quién era esta Otilia?
Sinteticemos. Goethe, a los setenta años, sueña con introducir en su casa una
esposa, pues, en 1816 había quedado viudo tras la muerte de cristiana Vulpius,
su compañera de tantos años. Hay un poema suyo, que los biógrafos relacionan
con ese suceso, y en el que se llora la pérdida de una mujer:
“En vano intentas, ¡oh sol!,
brillar tras la nube densa.
Todo el premio de mi vida
consiste en llorar su pérdida.”
Otilia Von Pogwisch, nuera de Goethe, en quien creyó encontrar una discípula. |
Goethe, cuyos últimos quince
años obró Otilia como dueña de casa, poco ganaría al principio, cuando la joven
no era más que su “hijita”, por el estilo de las que generalmente solía
escogerse de una manera más natural y menos egoísta, pues la joven esposa, a
veces encantadora, era a menudo caprichosa y tenía una constitución enfermiza.
Bien pronto se evidenció que, so pretexto de romántica, era Otilia dominadora,
manirrota, irritable y voluble. De ahí que cuando Goethe se sentía triste y
solo, en la luz pálida invernal, y se hundía en sus decepciones, aparecía Félix
Mendelssohn trepando la gran escalera de la casa del autor de “Fausto” y
cambiaba el ánimo de aquel viejo titán que no se cansa de oírlo. “Habla él [Mendelssohn] tan nítidamente de su arte, diría Goethe,
que consigo aprender de mi caro amigo muchas cosas… ¿Quién pues – añadía –,
puede comprender en su plenitud un
fenómeno, si no se da cuenta de sus orígenes y de sus antecedentes?”
Mendelssohn escribe a su vez:
“Cada día, antes de las doce, debo ejecutarle al piano trozos de
diversos grandes compositores, por orden cronológico, y explicarle cómo
hicieron los mismos progresar el arte. Mientras tanto, se halla él sentado en
un sombrío rincón, como un Júpiter tonante, y lanzan rayos sus ojos. No quería
en modo alguno escuchar páginas de Beethoven. Pero le dije yo que no sabía cómo
hacerlo comprender y empecé a tocar el primer trozo de la Sinfonía en do menor, que
le hizo una impresión realmente extraña. Empezó por decirme: “Pero, eso solo
suscita asombro y no conmueve en absoluto; es gracioso”. Murmura aún algunas
palabras entre dientes; luego, al término de una muy delatada pausa, prosigue:
“Es muy grande y verdaderamente aturdidor; casi podría decirse que la cosa está
un tris de derrumbarse. ¿Qué sería eso, pues si se pusieran todos los hombres a
ejecutarlo?”. En la mesa, en medio de una conversación volvió sobre el tema”.
Mucho se ha escrito
sobre los encuentros y la relación entre Goethe y Beethoven, lo cual podría explicar
los comentarios del autor de “Fausto”,
mencionados en esta carta de Mendelssohn. Los modos cortesanos de Goethe
irritaban a Beethoven, que escribió a sus amigos Breitkopf y Härtel: “Goethe se arregosta en los aires de la
corte más de lo que a un poeta conviene”. Pero Beethoven, tan reacio y
hosco a las cortes, no obstante su falta de maneras, no ha podido comportarse
tan groseramente; por suerte hay otros muy dignos testigos del histórico
encuentro de los dos grandes alemanes: “No
he encontrado otro artista más reconcentrado, enérgico y cordial. Comprendo
perfectamente que parezca singular al mundo”, escribía Goethe el 19 de
julio de 1812, a raíz de su primera entrevista; estuvieron juntos casi todos
los días y el 21 de julio, Goethe anotaba en su diario: “Ha tocado deliciosamente”; y tras una separación determinada por
la repentina partida de Goethe, volvieron a encontrarse en Karlsbad. La
desenvoltura de Beethoven molestaba, sin duda, a Goethe; pero no puede hablarse
de un serio distanciamiento entre dos, tanto es así que en su conocida carta al
músico Zelter del 2 de setiembre de 1812, Goethe escribía: “He conocido en Teplitz a Beethoven, su talento me ha causado asombro,
mas, por desgracia, posee una personalidad indómita, a quien no le falta, sin
duda, razón para considerar detestable el mundo, con lo cual no le hace para sí
ni para los demás más rico en goces. Por el contrario, es de disculpar y
compadecer, porque está perdiendo el oído, lo que afecta más el lado musical
que el lado espiritual de su ser. Él, que es de naturaleza lacónica, lo será
doblemente por su defecto”. Beethoven también tiene palabras para Goethe: “¡Cuánta paciencia ha tenido conmigo el gran
hombre! ¡Cuánto bien me ha hecho!”. Recurriendo a otros testigos, se
comprueba que Goethe, a pesar de la indiferencia que afectara una y otra vez,
apreciaba la grandeza de Beethoven, aun cuando en pocas ocasiones entró en
directo contacto con su obra. Y no sorprende que el octogenario autor de
“Fausto” le pareciera lúgubre, según testimonia Mendelssohn, la Sinfonía en do menor, que ejecutara para él en su casa de Wimar. En lo que respecta a
Beethoven, su encuentro personal con Goethe no disminuyó en nada la antigua
devoción de que diera prueba dos años antes, al componer la música de “Egmont”.
Beethoven siguió leyendo a Goethe con veneración, su ejemplar del “Diván de
Oriente y Occidente” que se ha conservado, denuncia, con sus innumerables
acotaciones marginales, la intensidad de la lectura. Goethe, qué duda cabe, era
uno de los cuatro pilares de la formación de Beethoven, los otros eran
Shakespeare, Homero y Platón. Emil Ludwig, en su “Goethe, historia de un
hombre”, deja correr su imaginación y, con el ojo clínico del biógrafo bien
informado, nos ofrece esta pintura plena de poesía:
“¿Por qué era Goethe tan viejo? Nunca habría mostrado la historia de las
artes dos almas mejor hechas para entenderse y amarse que las de Goethe y
Beethoven, si se hubiesen encontrado en el momento de ebullición de sus
“demonismos”. Cuando pensaba en una partitura para Fausto en el estilo del Don
Juan, el viejo Goethe pensaba en Beethoven, el pariente más próximo de Mozart;
y en la época de la primera versión del Fausto, también hubiese querido el
joven Goethe confiar al joven Beethoven, el más puro, el menos Mozart, la
orquestación de sus visiones y sus ritmos. Beethoven se parecía como un hermano
al Goethe de la época más germánica, la más colmada de luchas penosas; se
apasionó por Egmont que, sin embargo, sólo daba de este período un eco menos
sordo ya. Pero es el Beethoven cuadragenario, hirsuto, sumido en una obra
densa, toda cargada de reflejos sombríos, el que encuentra Goethe a los sesenta
y dos años, en plena gloria de su Pandora, en el umbral de su cenit y de su
fase áurea.
Todo lo que, al cabo de una vida, había logrado arrancar el genio de
Goethe a su demonio, volvió a peligrar cuando el rostro de Beethoven apareció
ante las miradas del poeta, cuando su música resonó en sus oídos – ese rostro y
esa música preñados de destino – y si este encuentro se hubiese producido en el
pleno laberinto de la edad madura, Goethe le hubiese rechazado con amenazas,
gritándole: “¡Vete, no turbes mis círculos!”. El caos a que se ha arrancado
penosamente, el combate prometeico que ya sólo es una vieja historia, los ve reaparecer
en Beethoven: su juventud, domeñada durante toda una vida, reaparece ante sus
ojos. Pero como vencedor en pleno triunfo, en plena luz, en plena claridad, al
encontrar ahora al otro gran demonio de la época, lo comprende.
Más joven, no se hubiera acercado él a su piano. Pero ahora se siente
acorazado contra todas las tentaciones. Bajo el signo de Mozart, Goethe
encuentra a Beethoven; de aquí su admiración y el abismo que los separa.
Cuando le anuncian la partitura de Egmont declara por anticipado que la
hará ejecutar en Weimar con la obra, que espera poder oír al maestro mismo al
piano y “agradecerle muy sinceramente todas las dichas” que le debe.
Finalmente, cuando oye la música, habla del genio admirable de su autor. Un año
más tarde se encuentran en Teplitz. Es el momento en que Goethe visita a diario
a la emperatriz, en que vive en medio de los príncipe y las bellas damas,
agitado como un mozo y un poeta, reflexivo como un psicólogo y un viejo; en
este momento se encuentra frente con Beethoven, y le consagra, no obstante,
tres o cuatro tardes y otras tantas veladas, va a visitarlo, lo pasea en coche
y le oye interpretar largamente.
He aquí, pues, a Goethe, que acaba de separarse de la joven emperatriz,
sentado en una pobre habitación de alquiler, pequeña y fría; a Goethe
rejuvenecido, hermoso, radiante y rico, altivo y libre ya de pesares, príncipes
de la vida, dueño de su demonio, solo ante un mal piano, junto a un hombre
hirsuto, pálido, enfermo y medio sordo; solo con Beethoven, cuyos dedos fulguran
como un relámpago sobre las teclas. Es una noche de verano, las llamas tiemblan
sobre las bujías. Al marcharse, Goethe se siente conmovido. “Toca divinamente…
Jamás he visto artista más dueño de sí mismo, más ferviente, más enérgico”.
Nunca emplea Goethe, ni antes ni después, palabras semejantes refiriéndose a
otro artista.
“Beethoven ha hecho maravillas”. Adora a este extraño rey sombrío
mientras se halla como huésped en sus montañas rocosas; pero si el extraño
monarca pone su obstinada planta en el propio y bien ordenado reino de Goethe,
el rey indígena cuida de que no se estropee nada.”
Fausto, obra reconocida de Goethe. |
“A mi querido y joven amigo Félix Mendelssohn Bartholdy, el poderoso y
dulce maestro del piano. Recuerdo de los hermosos días de mayo de 1830”.
Félix marchó a Italia
pasando por Munich y por Viena. Italia cautiva, lo seduce, y le arranca páginas
que dejan entrever que aquellas manos no sólo sabían sacar magistrales notas al
piano, sino que también dibujaban en el papel bellas descripciones de lo que
veía con la brillantez del más enfervorecido poeta. No solo cae bajo su
atención el paisaje itálico con sus viñas, sus llanuras y sus árboles cargados de follaje; también la
gente es captada en su más sencillo accionar cotidiano.
“Habíame yo imaginado siempre cualquier primera impresión producida por
Italia, debía ser algo cautivante, que hiere y que jubila. No he experimentado
nada por el estilo hasta este instante. He sentido, tan sólo, en el aire, un yo
no sé qué de cálido, de dulce, de acariciador, y experimenté un bienestar, un
contento inenarrable que aquí se expande por sobre todas las cosas. Una vez
Ospedaletto a mis espaldas, se penetra en la llanura, se dejan tras de sí las
azuladas montañas; los rayos de un sol esplendente y cálido, juegan a través
del follaje de la viña y para la carretera entre jardines cuyos árboles
frondosos se hallan ligados por pámpanos. Se tiene la impresión de que nos
encontramos en nuestra propia casa, que conocemos todo eso desde hace largo
tiempo y que sólo estamos haciendo una cosa retornando para tomar posesión de
lo que es nuestro desde siempre…
“Precisamente, era un domingo; llegaban las gentes de todos lados,
cubiertos de flores sus trajes meridionales de chillones colorines; llevaban las
mujeres rosas en los cabellos, livianos cabriolés nos cruzaban a cada instante
y los hombres se encaminaban a la iglesia jinetes de borricos fornidos.
“En cada relevo hallaba frente a la casa de postas grupos de ociosos que
formaban los núcleos más graciosos con sus indolentes posturas.
“Otra vez vi a un hombre tomar tranquilamente en sus brazos a su mujer,
que se hallaba parada a su vera, y haciéndola girar sobre sí misma, marcharse
de esta suerte con ella. No era nada, pero resultaba encantador.
“De tarde en tarde advertíamos en la carretera villas de estilo
veneciano, que paulatinamente se iban aglomerando más y más; en fin, pasamos
entre casas, jardines y árboles, como si se tratara de un parque público. La
región ostenta un aire tal de fiesta, las hojas de la viña y sus racimos negros
forman entre los árboles guirnaldas tan bonitas, que se imagina uno ser casi un
príncipe que hace una solemne entrada en sus Estados. Todas más hermosas y
algunos cipreses, acá y acullá, perjudican el paisaje.”
(en “Cartas inéditas”)
Mendelssohn llegó a
Venecia el 9 de octubre. Su entusiasmo por lo que ve y vive lo lleva a
escribir: “Heme aquí, en Italia; lo que
ha sido para mí, desde que tengo uso de razón, el sueño más bello de mi vida,
se ha realizado al fin y yo disfruto de esta hora”. Se siente seducido por
la pintura italiana, la “Asunción” y
el “Martirio de San Pedro” de Tiziano
lo conmueven; el “Descenso a la tumba”
de Tintoretto golpea a su corazón. Entre la contemplación de esos cuadros, llega
a la iglesia de los franciscanos donde “alguien
empezó a teclear en el órgano y las santas figuras de Tiziano fueron condenadas
a escuchar un final deplorable de ópera. Después de todo; ¿qué importa? Allí
donde se encuentran pinturas semejantes, ya no tengo necesidad de un organista,
yo mismo ejecuto al órgano en pensamiento”. A través de la florida Toscana,
continúa Mendelssohn su camino hacia Roma. No se equivocó en su decisión de ir
a Italia y eso aumenta su júbilo y la dulzura de vivir, de vivir esa dulcedumbre
italiana que se le insinúa divinamente. Algo en su espíritu alemán, tan
laborioso, ordenado y diligente, se revela sutilmente ante esos pueblos donde
la ausencia de corrección, la despreocupación y la pereza imperan por doquier.
No obstante, tenía horas, días, semanas, meses de abandono y placer sin
reservas. Roma le brindó tal bienestar que pareciole estar en su propia casa:
“Me parece que no soy ya el mismo hombre desde que estoy aquí. Antes, tenía
que bregar contra mi impaciencia, contra mi prisa en seguir avanzando y en
seguir prosiguiendo cada vez más rápidamente mi viaje. He acabado por creer que
eso era una costumbre en mí; pero, ahora, veo bien que ello se debía, tan sólo,
a mi vivo deseo de alcanzar este punto capital. Lo he alcanzado ya y me siento
en una disposición de ánimo tan apacible, tan alegre y tan grava al propio
tiempo, que no puedo darle al respecto la mínima idea. ¿Qué es lo que en mí
suscita esta impresión? No podría, tampoco, expresarlo con justeza; el
formidable Coliseo y el alegre Vaticano, este tibio aire de primavera y las
gentes simpáticas, mi alcoba comodísima, todo, en fin, contribuye a ello.
Imagínese usted, en el número cinco de la Plaza de España, una casita
con dos ventanas, que disfruta del sol durante el día entero, y transpórtese
usted con la imaginación al departamento del primer piso. Ve usted en uno de
los aposentos, un buen piano de Viena, encima de la mesa algunos retratos de
Palestrina, de Allegri, con sus partituras y un salterio en latín; es allí
donde actualmente resido…
“Por la mañana, me asomo a mi ventana, desde donde veo, más allá de la
plaza, todos los objetos alumbrados por el sol, destacarse nítidamente sobre un
bello cielo azul … Muy temprano, regresando a mi habitación, cuando advierto mi
desayuno dorado por los rayos de un sol resplandeciente (ya está usted viendo
que me mimo y derivo hacia el poeta) experimento una sensación de inaudito
bienestar; porque muy pronto habremos de vernos
en las postrimerías del otoño y en nuestra tierra, ¿quién puede
pretender tener aún, en esta estación, calor, un cielo sereno, uvas y flores?
Luego del desayuno, me dedico al trabajo, juego, canto y compongo hasta la hora
del mediodía.
(en “Cartas inéditas”)
Acuarela que representa el Gewandhaus de Leipzig. Debajo de ella, partitura de la introducción de Alí Baba con dedicatoria y firma de Mendelssohn en 1836. |
“Últimamente he estado con V… en el Ponte-Nomentano. Se trata de un
puente abandonado y en ruinas; se halla situado en la verde Campagna de
lejanos horizontes… Es allí donde debemos buscar la música; es allí donde se la
oye resonar por doquiera, y no en las salas de espectáculos tan vacías como
insípidas. Corrimos marchando hacia todas partes por la Campagna,
saltando los setos, vagando a la ventura; luego, al ocultarse el sol, regresamos
a nuestra vivienda. Después de una excursión semejante, uno se siente tan
fatigado, tan contento de sí mismo como si se hubiera trabajado a destajo; y, a
decir verdad, no se ha perdido el tiempo cuando se ha sentado a fondo ese
placer de los campos.”
Roma, Nápoles, Venecia,
todas las ciudades que visitan lo cautivan. Allí comienza a edificar su Sinfonía Italiana: “Marcha esta composición
a grandes pasos – escribe desde Roma el 22 de febrero de 1831. Será el trozo más alegre que haya yo hecho,
especialmente al final. Nada he resuelto aún con respecto al adagio. Creo que para escribirlo esperaré encontrarme en Nápoles”. Roma es la ciudad italiana que más lo cautiva por su aspecto y su
color, por lo pintoresco de sus alrededores y por la belleza del horizonte de
sus colinas. Su canto más amable aflorará ante la Trinidad de los Montes, con
su convento y las monjas que lo habitan. El tránsito calmo de la gente que pasa
entre árboles frondosos y flores de capuchinas y catleyas, entre la
inflorescencia del áloe y las ramas y flores de ericácea despiertan también su
sed de escribir, de plasmar en el papel sus asombros y sus emociones:
“Fui a pasearme, hasta la noche, por el Monte Pincio. Es una cosa
increíble el efecto que causa en nosotros ese aire tibio y ese cielo sereno…
Todo el mundo va, viene, se pasea, y aprovecha de esa primavera de diciembre.
Nos encontramos a cada instante con personas de nuestra relación, echamos a
andar negligentemente con ellas por breves instantes, luego las abandonamos,
nos quedamos solos y soñamos a nuestra guisa… Hormiguean las calles de rostros
deliciosos… No bien cambia el sol, paisaje y color, todo se transforma. Cuando
suena el Ave
María, nos encaminamos a la iglesia de la Trinita dei Monti,
donde cantan las religiosas francesas, y eso es algo verdaderamente encantador.
“Me estoy transformando, Dios me perdone, en un ser absolutamente
tolerante, y oigo con edificación una música mala. Pero, ¿qué otra cosa hacer?
la composición es ridícula, la ejecución de los órganos más ridícula aún. Pero
es la hora del crepúsculo; esa tan pequeña iglesia, abigarrada de vivísimos
colores, se colma no bien sus puertas se abren, de una masa de fieles
arrodillados alumbrados por los rayos del sol poniente; las dos religiosas que
cantan poseen las voces más dulces, más penetrantes del mundo, y cuando una de
ellas hace, con una entonación acariciadora los responsos que estamos
habituados a oír a los sacerdotes de ruda voz, de acento severo y monótono, nos
sentimos, puedo asegurárselo, singularmente conmovidos. A este respecto, se me
ha ocurrido una idea muy singular. He observado a fondo las voces de esas
religiosas y compongo algo para ellas (una plegaria a la Virgen, con texto
latino) con la cual deseo rendirles un homenaje. Tengo a mi disposición varios
medios para que llegue mi obra a sus manos.
“Me consta que ellas la cantarán, y será algo por demás picante oír
ejecutar mi música por personas a quienes nunca he visto, las cuales, por su
lado, la cantarán en presencia del bárbaro tudesco, a quien tampoco conocen. Me
estoy regocijando de antemano. ¿No le parece a usted original la idea?”.
(en “Cartas Inéditas”)
En Milán, Mendelssohn
tuvo dos gloriosos encuentros: conoció a la hija del barón Von Ertmann, la
alumna y amiga de Beethoven, a quien el genio de Bonn dedicó su sonata en la
mayor y a Karl Mozart, el hijo del gran Amadeus, un modesto funcionario, muy
orgulloso y hasta un poco celoso de la gloria paterna. Sobre la señorita
Ertmann, Mendelssohn escribe:
“Algunas veces, cuando arrastrada por el ardor de su ejecución y
hallando que las notas de su instrumento no traducían suficientemente el
pensamiento del maestro, se acompañaba ella con la voz, con esa voz en la cual
pasaba su alma íntegra; me recordaba a mi querida Fanny, aunque Fanny cante mucho
mejor que ella. Cuando llegaba yo al final del adagio, del trío en si bemol, ella exclamó: “Existe
en ese trozo tanta expresión, que ya no es posible seguir tocándolo”. Y
efectivamente, es cierto en lo que a ese pasaje concierne… Durante los descansos,
cuenta el general sobre Beethoven las anécdotas más bonitas, la siguiente entre
otras: Una noche en que la señora de Ertmann se dedicaba a la música,
Beethoven, que la escuchaba muy atentamente, utilizó las despabiladeras como
mondadientes. La señora de Ertmann me dijo, asimismo, que cuando perdió a su
último hijo, Beethoven, durante un lapso bastante dilatado, no quiso volver a
poner los pies en su casa. Finalmente, el maestro le rogó que fuese a su
vivienda, y cuando llegó la dama a la misma le halló sentado al piano. Se
limitó Beethoven a decirle: “Las notas hablarán por mí”. Tocó sin tregua
durante una hora. “Su música – añadió la señora Ertmann –, consiguió, en
efecto, decírmelo todo y acabó por consolarme”.
(en “Cartas Inéditas”)
Piano de Mendelssohn. |
“Se trata de una hermosa y severa composición de Palestrina, y cuando
luego de los tumultuosos gritos de los Salmos, se escucha este trozo, compuesto
sin bajos, únicamente con altos – contra – solos y con tenores; cuando el oído
es acariciado por esos crescendo y
esos decrescendo de
una delicadeza tan exquisita, que el sonido se degrada imperceptiblemente hasta
tornarse inaudible, y lentamente pasa de un tono y de un acorde a otro, esto
suscita un encantador efecto”.
En esta larga estadía en
Italia, Mendelssohn no deja de mostrarse sumamente activo. Trabajaba siempre,
sin cesar de retomar y de retocar, de acuerdo con su método, sus queridas “Hébridas” (La gruta de Fingal). “En fin – escribe Mendelssohn el 20 de diciembre
de 1830 –, están terminadas y se han
convertido en una cosa bastante original”. Esta obertura de Mendelssohn,
comenzada en 1829 se le ocurrió al músico alemán, como hemos indicado antes en
agosto de 1829, durante una visita a la célebre y maravillosa cueva basáltica
de la isla de Staffa, una de las islas escocesas de las Hébridas, llamada Gruta de Fingal. Y conjuntamente a la idea
genérica de la obertura se presentó también a la fantasía del compositor su
tema fundamental y más conocido: Allegro moderato. Con que cuidado trabajó
Mendelssohn en esta obertura – que en su origen se titulaba “Las Hébridas”, y con cuyo nombre aún
se le designa muchas veces – nos lo dice este fragmento de una carta dirigida
desde París a su hermana Fanny: “No puedo
ejecutar las Hébridas porque, como ya te escribí, aún no las
encuentro suficientemente enfocadas. El pasaje central en re mayor es muy
estúpido. Toda la modulación sabe más a contrapunto que a aceite de pescado, a
gaviotas y a bacalao, mientras debería ser todo lo contrario”. Pero esta
carta nos dice también la constante referencia, en la fantasía del compositor,
entre la música que venía elaborando y la visión marina que había sido su
primitivo punto de partida: carácter típico, éste, del romanticismo musical que
nos revela, hasta qué punto fue Mendelssohn hombre de su tiempo, aunque, por
muchos aspectos de su arte, este intensamente vinculado al pasado,
principalmente, a la música de Bach. Ya desde su infancia, había ansiado ser el
obrero, o el ángel que reviviera, al cabo de un siglo de muerto Juan Sebastián
Bach, la “Pasión según San Matías”.
Corría por ese entonces la época en que reunía Zelter en su domicilio, todos los viernes, a sus
mejores alumnos de la Singakademil,
Félix y su hermana Fanny figuraban entre los mismos. Allí se cantaba mucho a
Bach. Se aprendía allí a respetar, a amar también al antiguo maestro, alemán
entre todos, que antaño acudiera a presentarse ante los suyos y a quien los
suyos, al cabo de transcurrida una centuria, se negaban o desdeñaban reconocer
aún. Como se ve, la influencia de Bach estaba en las raíces de los inicios
musicales de Félix. Aun sin buscar elementos descriptivos, o se puede pasar por
alto en “La gruta de Fingal”, la
referencia, subrayada por el mismo autor, a la percepción auditiva, olfativa y
visual de un espectáculo marino. El tema antes citado inicia la obertura con
una gracia melancólica, con la timidez apacible de una ola que se comba
tranquila; ora un poco ofuscado en el tema menor, ora más luminoso en el tono
mayor. El crítico musical Alberto Mantelli, escribe unas líneas ilustrativas
sobre la Gruta…:
“Y sobre este tema que se transforma hasta no conservar, en un cierto
momento, más que su pura pulsación rítmica, está construida gran parte de la
obra. Más adelante aparece otro tema que emerge de las zonas más oscuras de la
orquesta, interpretado por los violoncelos y por el fagot. La obertura se
desarrolla, pues, en una radiante luminosidad de timbres y tonalidades
coloridas, en un crecer de sonidos que culminan en su parte central en una
alborotada expresión de sonoridad. Acabado el gran torbellino de sonido, se
reanuda el primer tema “pianissimo”,
mientras en la orquesta resuenan distanciados los últimos agudos. Pero otro “Crescendo” se
abre paso en la orquesta, esta vez más áspero en un denso tejido de voces que
se llaman y se responden. Así, mudablemente coloreada, siempre tensa en un
brotar incesante de ideas, esta obertura se desarrolla a lo largo de su
admirable curva constructiva para cerrarse con el conocido tema inicial. Viene
a cuento, a propósito de “La gruta de Fingal”, recordar que Wagner, que fue,
por otra parte, duro y obstinadamente opuesto a Mendelssohn, la consideraba “una de las más bellas obras musicales
existentes”.
(“El
mundo poético de Mendelssohn”, en La reseña musical, XVIII, 1945)
Acuarela pintada por Mendelssohn durante el viaje que realizó a través de Suiza e Italia en 1830. |
Después de un viaje a
Nápoles y a Pompeya junto con sus amigos y compatriotas los pintores Bendemann,
Hildebrandt y Sohn, volvió a cruzar Mendelssohn el país por Florencia, Génova y
Milán en dirección a Suiza, donde, a pesar de encontrar unas espantosas
condiciones climatológicas, vivió en estrecho contacto con la naturaleza,
impresiones que plasmó en una de las siete maravillosas cartas dirigidas a los
suyos. He aquí algunos fragmentos interesantes sacados de esas cartas:
“En los Alpes todo es mucho más inculto, más áspero, más grosero
incluso, si usted quiere, que en Italia; pero yo me encuentro mejor aquí y me
siento más dispuesto de cuerpo y de espíritu”.
En otra misiva:
“¿Qué puede la seca Italia contra esta frescura,
contra esta vida salubre?”.
Una tarde… Cierto es
que, después de todo, era un día de marcha con una chica muy bonita:
“Debo finalizar la jornada de la fecha por un elogio del cantón de Vaud.
De todos los países que conozco, es el más hermoso y aquel en que desearía
vivir, si llegase a una muy lengua edad”.
Finalmente, en las cimas
de Oberland, exclama:
“Imagínense ustedes todos los ventisqueros, todos los campos nevados,
todos los picos refulgentes a los rayos del sol… Esto, así me lo imagino, debe
asemejarse a los pensamientos de Dios”.
En otra carta se
pregunta:
“¿Cómo es posible que Suiza no haya inspirado a Goethe más que algunas
flojas poesías y cartas más flojas aún? Esto es
para mí una cosa tan incomprensible como muchas otras en este mundo”.
Ignaz Moscheles, amigo de Mendelssohn. |
“En estos ocho fascículos de “Romanzas
sin palabras” se hallan algunas de las páginas más bellas y más íntimamente
inspiradas de Mendelssohn. Con todo, la finura algo fría de algunas de ellas ha
dado un vislumbre de pálido sentimentalismo a estas piezas. Pero la culpa de
esto no es tanto de su música cuanto de una errónea tradición interpretativa de
aficionados, porque Mendelssohn tiende, en sus momentos de debilidad creadora,
a concepciones estrictamente formales, mas que a falsificación del sentimiento,
sin que por otra parte se pueda hablar de complacencias profesorales por formas
abstractas y de tradición académica, como ocurriría más tarde a fines del siglo
XIX. La tradición formal del siglo XVIII estaba demasiado cercana a Mendelssohn
y conservaba todavía su porción de vitalidad suficiente para justificar una
cierta sumisión a ella, no del todo razonada: es todavía un ideal vivo de
formas armoniosas, de alegría serena por una pura belleza del sonido. Aquí
tenemos una voz siempre franca que nos viene del siglo XIX, llena de ecos con
su plácida serenidad, con su casta y juvenil pureza. Son el melancólico y lunar
“Gondolero
veneciano”; el impetuoso “Canto de la devanadera”; la “Canción de primavera” toda
vibrante de arpegios como de mil hojitas verdes, de mil lucientes piedras
preciosas; la “Marcha
fúnebre”, de viril tristeza, que, compuesta en 1843, había
de acompañar más tarde – instrumentos por Moscheles – los funerales de
Mendelssohn en 1847”.
(“El
mundo poético de Mendelssohn”, en La reseña musical, XVIII, 1945)
Después de abandonar
Suiza Mendelssohn decide ir a Francia, pero antes hace una estancia breve en
Munich donde vuelve a encontrarse con dos jovencitas cuyo talento y cuya gracia
le habían encantado una primera vez. Ambas muchachas se convirtieron en sus
alumnas y en sus amigas. Es con ellas, para ellas, que de mejor grado ejecutaba música.
“Mi alumna – escribe,
refiriéndose a Josefina Lang – es una de
las criaturas más adorables que he conocido jamás. Imagínese usted una joven
pequeña, frágil y pálida, con unos rasgos plenos de nobleza sin ser hermosos,
con una fisonomía tan interesante y tan extraña, que la mirada no puede
apartarse de ella sin pena, y un yo no sé qué de eminentemente original en
todos sus movimientos y en todas sus palabras. Posee el don de componer cantos
y el de cantarlos de una manera que no se asemeja a nada de lo que hasta hoy he
oído. Cuando se sienta al piano y empieza uno de sus lieder, adoptan las notas
un sonido diferente… ¡Si pudiese usted oír esa voz! Revela la misma, en su
ingenua candidez, tanta inocencia, un sentimiento tan profundo y al mismo
tiempo una calma tan perfecta, que eso habría de subyugarle”.
(en “Cartas inéditas”)
La otra jovencita se
llamaba Delfina de Schauroth. Pertenecía a una familia noble y era una pianista
consumada. Tuvo entonces el honor de verse dedicar por Mendelssohn una de sus
obras maestras tipo, el delicioso Concierto
para piano en sol menor, op. 25. Este concierto lo ejecutó Félix por vez
primera, en Munich, el 17 de octubre de 1831. En el mes de diciembre de este
mismo año, en París, en el salón de Erard, Listz hizo sentir a Mendelssohn el
placer y la sorpresa de descifrarle el manuscrito. Finalmente, cuarenta años
más tarde, veintitrés después de la muerte de Félix, el 4 de febrero de 1870,
en la sala del Gewandhaus de Leipzig, Delfina de Schauroth ejecutaba la obra
por vez postrera; gran emoción debe haberle embargado. Mendelssohn permaneció
dos meses en Munich, respirando allí un aire de fiesta y triunfo, brindando
numerosos conciertos, públicos o privados, en el seno de la sociedad o en su
casa. Los invitados a su domicilio (una vieja casa de comercio, en la planta
baja que le servía de alcoba) eran cuantiosos. En sus Recuerdos, dice el músico:
“Había muy poco espacio, de modo que quisimos, al principio poner a
alguna gente en la cama. Pero muy numerosos oyentes se apretujaban en mi
dormitorio, como verdaderos borregos. En pocas palabras, fue la sesión de una
animación increíble y triunfó maravillosamente…
Había una muchedumbre en el vestíbulo y casi en la calle. Imagínese
usted a todo ese mundo amontonado a la buena de Dios en esa estrecha
habitación, un calor sofocante, de infierno, un ruido ídem, y juzgue que
hermoso espectáculo debía ser. Pero cuando empezamos a comer y a beber,
tartinas y vinos varios, aquello se convirtió en algo aturdidor se bebió por
todas las fraternidades posibles; se brindó por todas las salud imaginables.
Los personajes notables, con sus graves semblantes, se regodeaban a más y mejor
en los sillones en medio de esa turba y formaban un cuadro. En fin, que no nos
separamos hasta la una y media de la mañana”.
Casa museo Mendelssohn, en Leipzig en una de las habitaciones se aprecian las acuarelas pintadas por el compositor. |
“Una noche, en momentos en que atravesábamos el desierto bulevar, rumbo
a nuestra morada, a una hora harto avanzada, Félix, interrumpiendo bruscamente
la conversación bastante seria que manteníamos mientras marchábamos, exclamó: “¡Tenemos que hacer en París algunos
de nuestros saltos de antaño! ¡Andando! ¡Saltemos! ¡Atención! ¡Una! ¡Dos!
¡Tres!” No presumo que mis saltos hayan sido muy brillantes,
porque me sentía pasmado ante lo improvisto de la proposición, pero nunca habré
de olvidar ese momento”.
(en “Félix Mendelssohn Bartholdy. Cartas y Recuerdos”,
Ferdinando Hiller)
Fue Mendelssohn también un
apreciable acuarelista. Han quedado por ahí, opacadas por la fama y gloria
musical de su autor, algunas acuarelas pintadas durante el viaje que realizó a
través de Suiza e Italia en el año 1830. No es desconocido el interés que
despertó en él las obras de la antigüedad y el Renacimiento, sintiéndose
particularmente atraído por las pinturas de Tiziano Vecellio, el más grande
pintor de la escuela veneciana. En París, Mendelssohn aprovechó para reanudar
sus relaciones con Baillot y Luigi Cherubini, gran pedagogo de una valiosa obra
vocal y autor de un rico elenco de obras de cámara en las que su firmeza
técnica le valió ser comparado unas veces con Beethoven y otras con Mozart.
Pero quizá lo más significativo fue su encuentro con el músico polaco Federico
Chopin, quien había llegado a un París afiebrado en el otoño de 1831. Chopin
relató con desagrado una manifestación que presenció: “No te puedo decir, escribe a su amigo Tito Woyciechowski, la desagradable impresión que me han causado
las voces terribles de esos perturbadores y de esa chusma descontenta”. Lo
notable e irónico del caso es que la manifestación se había realizado en honor
de Polonia. El dramaturgo Ernest Legouvé, describe a Chopin en su “Autobiografía”; éste le había sido
presentado por su íntimo amigo Hector Berlioz:
“Subimos al segundo piso de un pequeño hotel, y me hallo frente a frente
con un joven pálido, triste, elegante, con un leve acento extranjero, ojos
pardos, de infinita dulzura, cabellos castaños, casi tan largos como los de
Berlioz y cayendo también sobre su frente… Era Chopin, llegado hacía unos días
a París. Existía entre su persona, su estilo y sus obras un acuerdo tal que ya
no se puede separarlos; parecen los diversos rasgos de un mismo rostro. El
sonido tan particular que obtenía del piano se parecía a la mirada que partía
de sus ojos; la delicadeza enfermiza de su naturaleza se aliaba con la poética
melancolía de sus nocturnos; y el cuidado y personalidad de su ropa hacían
comprender la elegancia mundana de ciertas partes de sus obras; me causaba el
efecto de un hijo natural de Weber y de una duquesa…”
Manuscritos de composiciones de Mendelssohn |
“El conjunto de su persona era armonioso. Su mirada era más espiritual
que soñadora; su sonrisa dulce y fina no podía ser amarga. La fineza y la
transparencia de su tez seducían, sus cabellos rubios eran sedosos, su nariz
ligeramente curva, su aspecto distinguido y sus maneras tan llenas de
aristocracia que involuntariamente se le daba tratamiento de príncipe. Sus
gestos eran graciosos y multiplicados. El timbre de su voz siempre ensordecido,
a menudo ahogado, su estatura poco elevada, sus miembros delicados…”
(“Federico Chopin”, por Franz Liszt)
El daguerrotipo de
Chopin obtenido en 1849, poco tiempo antes de su muerte, avalan sobre manera la
minuciosa y casi fotográfica descripción que el músico húngaro hace del polaco.
Este es el hombre que conoció Mendelssohn cuando Chopin, acompañado por
Ferdinando Hiller en la primavera de 1834, asistió a un Festival de música
realizado en Aix-la-Chapelle. En una carta a su madre por esos días,
Mendelssohn describe a ambos personajes de la siguiente forma:
“Él [Chopin] e Hiller han perfeccionado
considerablemente sus medios técnicos. Chopin es hoy el primero de los
pianistas. Su juego nos depara tantas sorpresas como las que hallamos bajo el
arco de Paganini. Hiller es también un virtuoso lleno de fuerza y de gracia. Desgraciadamente,
ambos tienen esa manía parisiense de posar para los desesperados. Exageran el
sentimiento; y por ello sufren el ritmo y el compás. Pero, como de mi parte, yo
caigo en el exceso contrario, resulta que nos completamos unos a otros. Yo
tengo el aspecto de un “magister”
y ellos se parecen a los petimetres”.
(en “Cartas inéditas”)
París no le resulta de
mucho agrado a Mendelssohn. Las óperas y, más aún, los libretos, le provocan
una aversión insuperable. Muy poco es lo que le agrada el tema de “La Muda”; a su juicio, “Guillermo Tell” de Gioacchino Rossini
ha sido forjado de una manera “artísticamente
fastidiosa” con respecto a una cosa tan glacial como “Roberto el diablo”, declara que es imposible imaginar una música
cualquiera.
“Precisamente por esto esta ópera no acaba de satisfacerme. La encuentra
fría y carente de alma de uno a otro extremo y no me siento conmovido en
absoluto. Elogian muchos su música; pero, para mí, allí donde se hallan
ausentes la vida y la verdad, también falta todo medio de apreciación.”
Ópera Roberto El Diablo de Jacques Meyerbeer, fue muy críticada en su época. |
Un ser diabólico ha
seducido a Berta, hija del duque de Normandía: Roberto es el fruto de esta
unión, y por los errores de que fue capaz desde la infancia se lo apodó “el
Diablo”. Expulsado por sus vasallos, va a parar a Sicilia (aquí comienza la
acción teatral), donde se promete con la princesa Isabel; pero, habiendo
ofendido al padre de ésta, hubiera sucumbido a la venganza de los caballeros de
no haber sido salvado por un personaje misterioso. Beltrán, que queriendo
hacerle su esclavo lo induce al juego, en el que Roberto pierdo todo lo que
tiene, precisamente la víspera del torneo en que debería combatir para lograr
la mano de Isabel. Se ve obligado entonces a huir y, aconsejado por Beltrán, se
procura como talismán una prodigiosa ramita que crece sobre la tumba de Santa
Rosalía. En esta escena se abren las tumbas y aparecen las monjas que, vestidas
con velos, danzan procazmente para incitar a Roberto a coger la ramita. Con su
omnipotente talismán, Roberto quiere a toda costa seducir a Isabel, pero,
movido por la piedad, rompe la rama y huye. También entonces acude Beltrán en
su ayuda; le revela el misterio de su nacimiento y se da a conocer como su
padre; luego intenta ligarlo a sí con un pacto diabólico. Pero Alicia, que ya
había intentado volver a ver a Roberto, su hermano de leche, le muestra
entonces el testamento admonitorio de su
madre, induciéndole a emprender una nueva vida de bondad y honradez. Uno de los
principales motivos del enorme éxito que tuvo este melodrama reside sobre todo
en la elección de un libreto que, en las hábiles manos de Scribe, presentaba en
la forma más adecuada cuanto deseaba el público de su tiempo: hechos novelescos
ricos en intrigas y en efectos escénicos y situaciones fuertemente dramáticas
entre lo maravilloso y lo macabro que provenían del primer Romanticismo lleno
de fantasía. Mientras Liszt decía que “Meyerbeer
inaugura una nueva época en el campo de la música de ópera”, Richard Wagner
no se ahorraba para juzgar a su coterráneo:
“En la música de Meyerbeer se nota tal vacío, tan espantosa aridez y
nulidad artística, que estamos tentados de reducir completamente a cero su
aptitud musical, sobre todo parangonada con la gran mayoría de los compositores
contemporáneos suyos”.
La gravedad puritana de
Mendelssohn era rápida en crisparse, “Roberto
el Diablo” lo escandalizó:
“Cuando unas religiosas acuden, la una detrás de la otra, a tratar de
seducir al héroe hasta que al fin lo consigue la abadesa; cuando el héroe,
gracias a un mágico poder, penetra en el aposento donde la mujer que ama está
acostada, y la arroja al pavimento, formando con ella un grupo al cual el
público aplaude aquí, y que acaso aplaudirá luego en toda Alemania; cuando
canta ella un aria en la cual le pide gracia; cuando, en otra ópera, una joven
se desnuda mientras canta una canción en la que expresa que al siguiente día, a
la misma hora, estará casada, todo esto causa efecto. Pero yo no dispongo de
música para unas cosas de esa índole, porque eso es vulgar, y si nuestra época
desea absolutamente efectos de ese género, ¡pues bien! Yo escribiré música
sacra.”
Retrato de Mendelssohn, realizado en 1829 por James Warren Childe. |
- ¿En
las sinfonías de quién?
-
De Beethoven, el autor de este cuarteto.
Y Mendelssohn, que es
quien nos recuerda el caso, añade: “Fue
eso, para mí, de una dulzura plena de amargura”.
A pesar de sus reservas,
de su resistencia, ese París al cual formulaba más de un reproche, acabó por
conquistarlo y casi por embriagarlo. Lo saboreaba, paladeaba su vida intensa e
hirviente. Sin cesar, por doquier, tocaba y era ejecutado, aunque fuese en la
iglesia, donde brindaron su octeto
durante una misa de Requiem en honor
de Beethoven.
“Estoy en un pleno torbellino musical. Esto ha sobrepasado en absurdo a
todo lo que el mundo ha podido ver y escuchar hasta el presente día. Mi scherzo, ejecutado en momentos
en que se hallaba el sacerdote en el altar, hacía el efecto más cómico que sea
posible imaginar. Y ello no obstante, los presentes hallaron que esta música
era en extremo hermosa y de un carácter completamente religioso.”
Las sesiones de música
de cámara en las cuales Mendelssohn se complacía realmente, eran las que
Baillot ofrecía en su honor. Elogia, esta vez sin restricciones, la acogida y
el talento del gran violinista. También Habeneck le festejaba, así como la ya
célebre orquesta del conservatorio.
“No creo yo que sea posible escuchar una más perfecta ejecución de las
obras clásicas… Los músicos ejecutan las sinfonías de Beethoven con el
verdadero fuego sacro. Se sienten orgullosos por el hecho de haber, a fuerza de
estudios, penetrado el pensamiento del maestro, y de interpretarlo en toda su
belleza. En lo que atañe al público, sospecho un poco que admira por género;
porque existiría desacuerdo entre el entusiasmo puesto de manifiesto por
Beethoven, y el desdén afectado hacia Mozart y Hayden”.
En el Conservatorio,
Mendelssohn ejecutó el Concierto en sol
de Beethoven, con un éxito verdaderamente grande. Su obertura del “Sueño de una noche de verano” fue
también cálidamente aplaudida. Pero la primavera de París se le echó a perder
debido a las trágicas noticias que ensombrecieron su ánimo. Se enteró,
súbitamente, de la muerte del joven violinista Eduardo Rietz, un amigo de la
infancia, llevándose consigo su juventud, un amigo del cual decía, un poco a la
manera de Montaigne:
“Lo habría amado, aun cuando no hubiera tenido ningún motivo para
amarlo, o incluso si los hubiese perdido todos”.
Y luego la muerte de
Goethe terminó de ensombrecerlo. Como para calmar su apagado ánimo partió para
Inglaterra, su Inglaterra querida que por algunos instantes apaciguó su
tristeza. El festejo por su llegada y la admiración y amistad redoblada de
viejos amigos lo ayudaron a sobrellevar los momentos difíciles por los que
atravesaba.
“Cada jornada me aporta nuevas pruebas de que se me ama y de que la
gente se complace conmigo. Esto me torna dulce y fácil la vida y también me restituye
un poco de alegría”.
Estatua de Félix Mendelssohn en Leipzig |
IV. FIN DE UNA ÉPOCA Y COMIENZO DE OTRA
Con su regreso a Berlín
a fines de 1832, se acabaron para Félix sus años de aprendizaje. “Mi amor por
Alemania es la impresión más neta que traigo de esta prolongada estadía en
países extranjeros”. Muchas cosas han cambiado. Zelter había muerto y
Mendelssohn debía entrar a formar parte de la vida activa alemana. También
Goethe había muerto. El Papa de Weimar no había podido transformar su vejez en
una renovadora juventud como su doctor Fausto. Los últimos momentos del gigante
habían sido un tira y afloja contra la parca.
“El día 15, durante un paseo en coche, cogió el poeta un enfriamiento –
eso pensaban todos, y eso parecía pensar también su médico, el doctor Vogel,
que acudió a visitarlo –. Y era un enfriamiento; pero menudo enfriamiento. Una
tosecilla, un poco de fiebre…, nada en suma… Como en el último enfriamiento que
tuvo Dostoyevski…, Goethe conversa de varios asuntos con el médico, y se
acuesta. El 19 sigue el enfriamiento. Goethe tiene fiebre, y la mano le tiembla
al estampar su firma en un documento que es – hagamos constar este rasgo
filantrópico del moribundo – la orden para que abonen un donativo a una joven
pintora… 20 de marzo. El enfriamiento sigue, Goethe sufre una extraña crisis de
nervios. “Un miedo y una inquietud terribles – cuenta el médico – hacían que el
anciano, agitadísimo, saltase febrilmente del sofá a la cama y de la cama al
sofá. El dolor, que se localizaba cada vez más en el pecho, arrancaba al
cuitado ya gemidos, ya gritos agudos; sus rasgos fisonómicos se descomponían,
su rostro tomaba un color ceniciento, sus ojos aparecían hundidos y mate en sus
órbitas, y su mirada expresaba el más pavoroso miedo a la muerte…” Logra
calmarlo el médico, y el enfermo se duerme como un niño. El peligro inminente
está conjurado, aunque queda siempre el peligro. ¡Y además esos ochenta y dos
años! Sin embargo, aún puede esperarse mucho de la prodigiosa vitalidad del
anciano, de su poderosa voluntad de vivir. Y ahora que la primavera, su eterna
novia, está al llegar y él abre sus ojos para verla…
Goethe es un combatiente con respecto a dolencias y achaques; sabe casi
tanto como los médicos, y tiene además una gran voluntad de vivir. Nunca se le
ha oído nada que suene a cansancio, a hartura de la vida; si alguna vez formuló
esas quejumbres, fue en el plan literario, cuando escribió el Werther, para purgarse
precisamente de ese contagio juvenil de hipocondría romántica, de esa gripe
moral; como hombre nunca se quejó de la vida, siempre la encontró bella y
prometedora, interesante, y cuidó de su salud como un asceta, para gozarla como
un sibarita. Goethe, pragmático, instintivo en medio de su multiciencia, de su omniconsciencia,
sabe el valor del gesto como mandato sobre el yo, sabe que hacerse el sano es
tanto como empezar a serlo, que la salud empieza por ahí; y así, en cuanto
puede, se levanta del lecho, se pone en pie, pasea por la habitación y, a lo
sumo se tiende en un sofá. Toda cama es una tumba, y hombre acostado empieza a
ser un muerto. Goethe se sienta a la mesa de trabajo, requiere el microscopio y
se pone a analizar una muestra de tierra. Luego se siente fatigado y se
recuesta en el sofá. Otilia está a su lado. “¡Pronto vendrá la primavera!”,
dice el poeta. “¡Manda abrir las ventanas, Otilia! ¡Quiero ver la luz más luz!”
No es aire para su disnea lo que Goethe pide, sino luz para sus ojos. Y absorbe
embebecido, con ansia, toda la luz, la pobre luz que un día de marzo alemán puede brindarle. ¡Si estuviera en
Italia! Pero, en fin, el poco sol que en Weimar haya, él quiere gozarlo hasta
lo último… “¡El sol, el solecito!”, suspiraba Dostoyevski, que también sobre el
cadalso de la plaza Semenovska, ya cuando se cree que va a morir dentro de unos
segundos, posa la que él cree su última mirada en la cúpula del templo de
Isaac, donde destella el lívido sol de la mañana petersburguesa. Goethe mira a
la luz, el órfico misterio, la absorbe por los ojos, comulga en ella, extático
como un heliasta. Y empieza a delirar poéticamente con la primavera, con una
bella cabeza de mujer de negros rizos… (¿de cuál de sus amadas? ¡Federica,
Carlota…!). Otilia se ha puesto de rodillas en el suelo como ante un santo
agonizante, y sigue ávidamente sus palabras y sus gestos. De pronto, Goethe
calla; su mano, engarabitada, traza en el vacío algo como letras; Otilia cree
deletrear una W (¿a quién nombran sus dedos?). Luego, suavemente, deja caer la
mano sobre la manta y la cabeza sobre el negro cojín del sofá. Otilia se
levanta, lo mira, cierra suavemente sus ojos y, llevándose un dedo a los
labios, dice: “Se durmió.” Otilia ha recogido para la posteridad las últimas
palabras de Goethe: “¡Luz, más luz!”, cuando ya está entrando su alma en el
misterio. La Humanidad recoge esas palabras quizá simple automatismo de
agonizante, y les confiere el valor de una clave didáctica, de una norma
suprema de vida.”
(Rafael
Cansinos Assens, en “Obras completas”, Johann W. Goethe; Vol. I)
Cecile Jeanrenau, esposa de Mendelssohn, en 1846 por Eduard Magnus. |
“Regreso y al cabo de dos días vivimos nuevamente todos juntos, con una apacible
y dulce vida… Se tiene la impresión de que no ha existido viaje, ni tiempo
transcurrido, ni cambio alguno. No comprendo, francamente, como he podido
alejarme, y si no recordara yo a los amigos que encontré allá, sería lo mismo
como si me hubiesen narrado un cuento. A cada paso se despierta un dulce
recuerdo de viaje. Lo sigo y sueño aún que estoy lejos. Luego, vuelvo a
encontrarme con los míos, con mis hermanas, con mis padres, y cada una de las
palabras que oigo, cada paso que doy en el jardín, despierta otros recuerdos
más antiguos aún que el viaje mismo, de modo que me figuro no haber viajado
nunca y que los recuerdos diversos se entrecruzan y se mezclan juntos de manera
tal que no me conceden reposo. El pasado, el presente, se confunde. Y ello, no
obstante, preciso es que me habitúe a creer que el pasado es el pasado”.
Más tarde, a su hermana
Fanny, que regresaba también de viaje de Italia, Mendelssohn habrá de
escribirle en otra carta, donde los sentimientos complejos del retorno acaso
son analizados con más sutileza todavía:
“¿En dónde podría uno sentirse complacido al cabo de una tan dilatada
permanencia en Italia? Allá es todo tan luminoso que el contraste resulta
penoso, a la fuerza. Nuestra hermosa vida familiar, que de tan feliz manera refleja
el carácter del pueblo alemán, brinda un encanto completamente opuesto. No es
por sus aspectos brillantes, sino por su paz, por su tranquilidad serena que la
misma seduce. Después de cada retorno, cuando ha pasado la alegría primera del
volverse a ver, sentíame yo, en el seno de la existencia dulcemente monótona de
la casa paterna, como en mar de las agitaciones y de las distracciones de mis
viajes. En el extranjero, se complacen mis recuerdos en idealizar los afectos
dejados en el hogar, en tanto comprobaba, al regreso, lagunas o pequeñas cosas
olvidadas. Pero esta veleidad de decepción injusta muy pronto se disipaba. En
viaje, saludamos cada nueva sensación con un placer agradecido, mientras
incurrimos en el error de considerar las ventajas del propio hogar como un bien
que nos es debido. ¡Por qué no podremos conservar intacta la alegría de los
primeros días y echar en torno nuestro la satisfecha mirada que, en el
transcurso del viaje, nos ayuda a conformarnos con todo! ¡Por qué no podemos
conservar, en medio de los nuestros, el hermoso humor del turista! ¡Por qué, en
una palabra, no podemos ser más perfectos!
(“Fanny,
Mendelssohn, de acuerdo con las Memorias de su hijo”, por E.
Sergy)
Un duro golpe para Félix
Mendelssohn significó el hecho de que se le fuera negado el puesto vacante que
Zelter dejó al morir. Félix presentó su candidatura para ser director de la
Singakademie y es derrotado por un rival mediocre. A pesar de sus grandes
éxitos como concertista, director y compositor la sucesión en 1833 no se le
concedió. La obtuvo K. F. Rungenhagen (1778-1851). Le reprocharon a Félix, al
parecer, no su religión puesto que era cristiano, sino su raza y su juventud.
Por su mismo talento y, si no por sus obras, por lo menos por su ejecución,
demasiado clásica y demasiado pura, mostraba al público berlinés cierta
frialdad. ¿Será que se le considera demasiado joven? La técnica brillantísima
de Liszt ha acostumbrado a las gentes a
sonoridades pianísticas vigorosas y esto ha hecho mucho, a las delicadas
pulsaciones de Chopin y de Mendelssohn. El hecho de verse rechazado por la
mayoría de miembros de la Singakademie fue un trauma para Mendelssohn, aunque a
la larga le permitió realizar una labor de mucho más alcance al fomentar la
vida musical alemana en vez de verse reducido al mundo académico berlinés.
Mendelssohn se sentirá herido en su dignidad de artista sensible y consciente y
guardará un secreto rencor a la ciudad injusta e incomprensiva. Si Berlín lo ha
defraudado, Londres le sigue siendo fiel y en la primavera de 1833, retorna a
la capital británica para oficiar de padrino de un hijo de Ignaz Moscheles y
para dirigir la ejecución de la Sinfonía
Italiana. De regreso a Alemania por Düsseldorf, el 26 y el 27 de mayo, el
joven Mendelssohn de veinticuatro años tuvo el honor de dirigir el décimo
quinto festival del Rhin. Es conocida la importacia y la belleza de esta
institución, de este homenaje estético y nacional, que se rinde todos los años
a la música alemana. Aquisgrán, Düsseldorf o Colonia, ciudades ribereñas o
vecinas del gran río alemán. Abraham Mendelssohn asiste emocionado al triunfo
de su hijo que, a lo Nerón, lleva ceñida en la frente una corona de laureles
mientras una multitud, agolpada a su alrededor, lo aclama en una lluvia de
flores:
“Es un extraño espectáculo – escribe Abraham – ver a esos cuatrocientos
ejecutantes de toda índole y de toda edad, obedecer al comando del más joven de
ellos, tan joven, que no podría ser su amigo. Y ese joven sin títulos, sin
dignidades, les dirige y les comanda. Esposa mía querida, nuestro hijo nos
reserva profundas satisfacciones y me digo, a veces, que nuestra casa junto al
Elba, en Hamburgo, habrá de pasar a la posteridad”.
Máscara mortuoria de Félix Mendelssohn, que se exhibe en la casa museo Leipzig. |
“El oratorio Paulus está comprendido en este conjunto de relaciones
establecidas entre los dos compositores alemanes, del cual recibe una luz que
nos ayuda a comprenderlo. El Paulus está construido, en lo referente a la
arquitectura normal, según el corte del oratorio de Bach. Pero la fuerza de los
inmortales modelos ha actuado hasta en los más estrictos términos del lenguaje
musical en que la obra de Mendelssohn se concreta, y tenemos momentos en los
cuales la fantasía del músico no llega a romper los vínculos de una imitación
demasiado impersonal, como en los dos corales “Allein Got in der Höh sei Ehr” y “Dir Herr, dir willich mich ergeben”. Pero en los pasajes en que la
fantasía de Mendelssohn adquiere auge, sentimos que un calor nuevo reaviva una
tradición lingüística a la cual el músico había lanzado un puente que
sobrepasaba y prescindía de los resultados de cincuenta años de historia
musical alemana, es decir, de figuras como Haydn, Mozart, Beethoven, Weber y
Schubert. Este injerto en la experiencia musical de Bach, que resulta
esencialmente de un conjunto de razones más culturales que otra cosa, llevó tal
vez por falso camino la personalidad musical de Mendelssohn. Para él, el
sentido religioso tenía una tranquilidad conformista que explica cómo pudo
fácilmente refugiarse en el seno del último, más grandioso y más evidente
testimonio de música sagrada, en el orden histórico más próximo aunque ya
separada de él por el siglo XVIII, representado por Haydn, Mozart y el naciente
romanticismo de Beethoven y de Weber. Y he aquí, entonces, este oratorio
asumiendo un tono a veces artificioso y frío y mostrándose, en su conjunto,
recorrido por cierta superficialidad y por una especie de estetizante
indiferencia de sentimiento religioso que fue sincero en el Mendelssohn hombre,
no tuvo, sin embargo, tanto calor que pudiera formarse un lenguaje que no fuera
de reflejo. Dentro de estos límites el Paulus
es una obra llena de hechizo musical, de un gusto artístico nobilísimo, animado
por un soplo de poesía que, si raramente se resuelve en una gran página de
música, lo mantiene de todos modos en un tono de tal discreción que nos obliga
a mirarlo todavía hoy como obra viviente”.
Mientras Félix laboraba
en Paulus, frecuentaba a los jóvenes
pintores de la Academia, paseaba a caballo y gustaba, en una palabra, de vivir
en el mundo de la simpatía, cómodamente, en casa del escultor alemán Johann
Gottfried Schadow. En una misiva a Moscheles desde Düsseldorf, escribe Félix:
“Es un nido, tan estrecho que se siente uno allí como en su propio
aposento. Con esto, nada falta: ópera, sociedad coral, orquesta, música sacra,
público y hasta una leve oposición. Todo esto me divierte regiamente”.
Ferdinand Hiller, compositor amigo de Mendelssohn. |
“Te confieso aquí, con toda sencillez, que no hay nada que hacer en
cuestión música. Estoy suspirando por una orquesta mejor y probablemente
aceptaré otra oferta que me han hecho. Tú sabes que, desde la época en que me estrené
en Düsseldorf, lo que más deseaba para mí era disfrutar de una tranquilidad
absoluta para escribir algunas obras de cierta importancia. Las mismas quedarán
terminadas en octubre próximo y, me atrevo a decirlo, me jacto de no haber
estado perdiendo el tiempo. Añade a esto que me he divertido grandemente,
porque los artistas pintores son unos camaradas excelentes y llevan una
existencia muy alegre. El conjunto de la población posee el gusto y el
sentimiento de la música, pero los recursos de la localidad son tan magros y se
hallan tan restringidos, que la tarea de director, a la larga, se torna
extremadamente ingrata. Derrocha uno en ella, y a pura pérdida, el propio
tiempo y el propio trabajo. Los músicos de la orquesta nunca atacan al mismo
tiempo a la señal de mi batuta, ninguno de ellos es lo que se llama un hombre
verdaderamente sólido; la flauta predomina siempre en los piano; ni siquiera uno de los
maestros de Düsseldorf ejecuta con igualdad un tresillo; en cambio, tocan todos
una corchea y dos semicorcheas; los allegro siempre finalizan más rápidamente de lo que
comenzaron, y el oboe suelta mi
naturales en el tono de ut
menor. Cuando llueve, llevan su violín debajo de la levita y al aire lo dejan
cuando reina buen tiempo. ¡Ah! si acudieras tú alguna vez a escucharme a
dirigir esta orquesta, ni siquiera la fuerza de cuatro caballos sería capaz de
traerte una vez más”.
(en “Cartas
inéditas de Mendelssohn”, traducidas por A. A. Rolland. París, Hetzel)
Todo lo nefasto de estos
acontecimientos lo sumieron en un estado de malestar moral o intelectual:
“siento una predilección por el spleen, así como
por todo cuanto es inglés. Y él me lo torna con creces”. Lo envuelve un
abandono melancólico, una duda lo invade y un disgusto de sí mismo. Desde 1832,
sus misivas con Ignas Moscheles dejan entrever la profunda tristeza que
gobierna sus días.
“Imaginaria o real, la misma [tristeza] me atormenta
temiblemente, y si bien es cierto que disfruté de dos años de dicha como nadie
los ha gozado, muy miserable me siento desde hace mucho tiempo (…) Encontrarás
(en algunos de los trozos que te envío) rastros del lamentable espíritu del que
tanto trabajo me costó apartarme (…) El otoño habíame tornado melancólico.
Pero, actualmente, veo las cosas de distinto modo y pienso que todo habrá de
trocarse en tibio y verdeante. Es la ópera más hermosa que se pueda ver y que
se pueda oír”.
Gewandhaus de Leipzig, donde Mendelssohn fue nombrado director en 1835. |
En el mes de setiembre
los asistentes al café Kaffeebaum, uno de los lugares de tertulia preferido de
Leipzig por intelectuales y artistas, se ve conmocionado: Félix Mendelssohn
vendrá a dirigir los conciertos del Gewandhaus se dice que pasará por Leipzig
en el mes siguiente, que dirigirá la orquesta y ejecutará su concierto en Sol
menor. Entre los asistentes se encuentra Robert Schumann, quien espera
impaciente el día en que se entrevistará con el músico, que cuenta apenas
veintiséis años y a quien ha elogiado con tanto entusiasmo en la “Nueva Revista Musical”. Desde que lo
ve, comprende que Félix Mendelssohn es superior a la idea que de él se había
formado, por alta que ella hubiese sido, y le entrega silenciosamente su
corazón. Mendelssohn, elegante, noble, sincero, acepta esta amistad que se
ofrece y corresponde en la medida que su temperamento le permite. Porque es un
poco altivo, reservado, no comprende a Schumann sino a medias. Lo más crítico
que músico y la faz abrupta del compositor se le escapa. En cuanto Schumann se
abandona a las emociones más profundas de su alma, Mendelssohn se encuentra
molesto; le produce la impresión de cierta falta de tacto, de un énfasis
declamatorio. No escucha los cantos de una pasión que desconoce ni el motivo
que la engendra y la exalta y que se halla a punto de estallar. Y la pasión
estalla ¿Qué ha sucedido en la vida de Schumann que Félix desconoce? El
veinticinco de noviembre, Clara Wieck – la amada de Robert Schumann – se
prepara para partir a Zwickan, donde dará un concierto. Por la noche Robert va
a desearle buena suerte. Ella parece más emocionada, más temblorosa que de
costumbre. Cuando Schumann se levanta para partir, lo acompaña hasta el
pasillo. Alfred Colling, en su biografía del músico alemán, recrea esta escena
con un toque de imaginación y romanticismo:
“Una suave claridad baña su rostro, que emana a la vez de su corazón y
de la lámpara que sostiene para alumbrar el camino. En esta actitud, con esta
luz en su mano, en vísperas de su partida, se diría que trata de iluminar el
porvenir, su vida, la vida de su compañero. Y de pronto, todo se torna tan
claro, tan evidente para los dos que sus labios se unen, se dan en el pasillo
solitario un beso sin palabras, un beso desatinado, un beso que es el fruto de
cinco años de afecto fraternal y de amor inconsciente. El mundo entero se
transforma en torno a Schumann. Ha sentido muy bien que Clara, entre sus
brazos, comenzaba a desvanecerse; por lo tanto, estaba tan transportada como él
por ese beso. Schumann se conmueve con su mutua embriaguez y desea renovar ese
abrazo bienhechor. Varias horas después de la partida de Clara, deja Leipzig a
su vez para reunirse con la joven en Zwickau. Ella lo besa nuevamente antes del
concierto, y toca con fervor el programa que había anunciado”.
(“La vida de Robert Schumann”, Alfred
Colling)
Acepta el ofrecimiento y
toma posesión del cargo el 30 de agosto de 1835. Su prestigio, producto de su
calidad artística, van a convertir a Gewandhaus
en el centro de la vida musical alemana, cuya influencia irradiará sobre toda
Europa y, por ende, Félix se convertirá en el árbitro musical supremo de
Alemania. El compositor tiene 26 años y dispondrá de los más preciosos recursos
para trabajar. El 4 de octubre de 1835 dirige por primera vez la orquesta del Gewandhaus, es el día más emocionante de
su vida, hasta ahora. La sala de madera suena como un buen violín; bajo su
batuta tiene a la primera orquesta de Alemania y una de las mejores del mundo.
Un friso acompaña cada una de sus interpretaciones; la inscripción que hay en
él define su propio temperamento: Res severa est verum gaudium (Es una seria cosa la alegría
verdadera). Cada interpretación lo conmueve, por el hecho de sentirse
rodeado de un público noble y exquisito; culto, preparado e idóneo. Hiller dice
que Félix infunde vida y espíritu a la orquesta; Joachim lo califica de “el más grande director que haya yo visto.
(…) Electriza a los músicos; sus gestos y signos sobrios, apenas perceptibles,
son de una elocuencia soberana y dominan orquesta y coros”. Su amigo, el
violinista Ferdinand David, acude al llamado de Félix quien le confía el cargo
de lugarteniente suyo para la dirección del Gewandhaus.
En los programas preparados cuidadosamente por Félix figuran obras de los
grandes maestros – antiguos y contemporáneos –, sin dejar de lado a Wagner y a
Berlioz, cuyas obras Félix quiere difundir; los más famosos solistas
instrumentales y cantantes toman parte en aquellos memorables conciertos. Las
fiestas y conciertos en salones, en el campo, en el bosque, dicen mucho de
Leipzig, ciudad sociable por excelencia. Escuchar hablar en francés e inglés es
una rutina al oído. Frankfurt y Düsseldorf también le rinden pleitesía. La vida
de Mendelssohn se convierte en un paraíso. Pero los males no se dejan esperar
y, de improviso, la muerte de su padre lo trastorna. Su mejor amigo, su
maestro, parte hacia la eternidad dejando en el corazón del hijo un vacío y un
dolor inmenso. Al igual que su padre Moisés, Abraham Mendelssohn murió de
apoplejía. En una carta a su amigo y libretista Julius Schubring, escribe
Félix:
“Habrás sabido qué clase de acontecimiento cruel ha destrozado nuestra
vida feliz. No sé si has sabido la bondad sin límites de mi padre en relación
conmigo, estos últimos años se había convertido en un amigo para mí, y yo lo
quería con todas mis fuerzas”.
La depresión le duraría
un buen tiempo. Cécile Jeanrenaud (1817-1853) lo sacaría de ese nefasto fondo.
IV HACIA EL CAMINO DE LAS SOMBRAS
Félix Mendelssohn contrae matrimonio con Cecilia Jeanrenaud en 1837. |
La boda tuvo lugar el 28
de marzo de 1837. Cecilia ordenó en cierto modo la vida y la actividad
artística de Félix Mendelssohn. No hubo restricciones de parte de ella, más
bien, su labor, bajo todas las formas y en todos los instantes, colmó, e
incluso desbordó en la etapa final de la vida del artista. Cecilia Carlota
Sofía Jeanrenaud, hija de un pastor de la Iglesia francesa reformada, ya
fallecido, que vivía con su madre, es una criatura de un encanto casi mágico;
rubia, fina y silenciosa. Eduard De Vrient dice sobre esto último: “Shakespeare la habría denominado mi amable
silencio”. Cecilia es de una belleza graciosa y pura, que irradia armonía e
inspira paz y serenidad. Mendelssohn, que había ido a Francfurt simplemente
para encargarse de una manera interina de la dirección del Caecilienverein, por estar enfermo su amigo Schelbe, se da cuenta
de que este pequeño viaje intrascendente se ha convertido en algo de una
importancia decisiva para él. No es un Club
ceciliano lo que le interesa, es Cecilia, de la cual se siente enamorado.
Félix recibe el título de Doctor honoris
causa de la Universidad de Leipzig y estrena el oratorio Paulus en
Düsseldorf, con el mismo éxito que en Leipzig. A cada una de las temporadas de
Leipzip sucedía, cuando llegaba la primavera, un viaje a Inglaterra o la
preparación, después la dirección, en Colonia, en Düsseldorf o en Aquisgrán, de
un festival a orillas del Rin.
Era frecuente que Félix
pasara los veranos en Berlín, en la entrañable casa familiar donde ya no se
escuchaba la voz de Abraham Mendelssohn. Bajo los árboles del parque y con el
trino de los pájaros como fondo musical, Félix pasaba los días invadido de
melancolía y nostalgia. De ese entonces data su ardiente obertura de “Ruy Blas”, escrita en tres jornadas, a
pesar de la aversión declarada de Mendelssohn por el drama de Víctor Hugo y
representada a beneficio de una caja de jubilaciones. Sobre este drama de
Víctor Hugo han sido compuestas varias obras musicales. Aparte de la de
Mendelssohn, tenemos la de Josep Michael Poniatowski (1816-1873), Lucca, 1842;
también está la de Francesco Chiaramonte (1809-1886), Bilbao, 1862; la de
Filippo Marchetti (1831-1902), Milán, 1869. La obra de Marchetti tuvo, en sus
tiempos, gran popularidad, quizá porque siguió los procedimientos típicos de la
tradición melodramática ochocentista. Su música es melódica, algo sentimental y
a veces se aproxima al estilo de las piezas llamadas de “salón” óperas homónimas las compusieron también Max Lenger
(1837-1911) en 1868 y Benjamín Godard (1849-1935) en 1891.
¿Cuál era el contenido
de esta obra que provocó en Mendelssohn cierto rechazo? Este drama en cinco
actos, en verso, de Víctor Hugo (1802-1885), fue estrenado en 1838. En medio de
sus incongruencias, “Ruy Blas”
pretende evocar románticamente la ruina de la monarquía española y la extinción
de la monarquía austriaca a fines del siglo XVIII. Según Víctor Hugo, “En “Hernani”
surge el sol de la casa de Austria; en el “Ruy
Blas” se pone”. Ruy Blas es un siervo; huérfano, criado por caridad en un
colegio no ha podido recibir más que una instrucción fragmentaria. Ruy Blas se
convierte en camarero de don Salustio, grande de España, ayer ministro
poderoso, hoy en desgracia porque, habiendo seducido a una joven dama de la
reina, se ha negado a casarse con ella. Don Salustio no tolera haber caído y
medita venganza: primero piensa para servirse para este fin de don César de Bazán,
su primo, reducido a la miseria, pero este se niega. Entonces será Ruy Blas,
con el nombre de don César, su ciego instrumento. Este es introducido en la
corte, donde acto seguido gusta a la joven reina doña María de Neuburgo, esposa
del incapaz Carlos II; Ruy Blas queda obnubilado por la dama. Esto es lo que
don Salustio esperaba; el criado se convierte en amante de la soberbia reina,
pero Ruy Blas toma muy en serio su personaje. Nombrado ministro se ocupa del
Estado, realiza varias reformas y conquista gran popularidad. Entonces
interviene don Salustio con un falso mensaje de Ruy Blas atrae a la reina a una
quinta aislada y le revela la intriga. Ruy Blas, para vengar a la reina y
salvarla del escándalo mata a don Salustio y luego se suicida. La reina está
salvada, su honor ha sido protegido, todo vestigio de su culpa ha desaparecido
con la muerte de Ruy Blas y Salustio. Según la estudiosa de la obra de Víctor
Hugo, Giannina Alloisio:
“En “Ruy
Blas” hallamos contraste predilecto del teatro
romántico, y de Víctor Hugo particularmente, todas las virtudes y todas las noblezas
de alma en seres de la más humilde posición social, señalados desde el comienzo
por un destino fatal. De esta fórmula resultaban seguros efectos teatrales, a
los que el escritor francés añade felices escenas de aguda, sabrosa y
pintoresca poesía”.
Mendelssohn y su querida hermana Fanny en su casa de Leipzig. |
“He ofrecido un concierto de órgano el domingo pasado en la iglesia de
Santo Tomás. Lo he ofrecido solissimo. He
tocado nueve trozos y finalizado mediante una improvisación. Este otoño, o en
el transcurso de la próxima primavera, tornaré a empezar esta broma y pienso
que entonces podremos colocar algunas piedras. Había yo trabajado ocho largos
días por anticipado. No podía ya tenerme en pie y sólo caminaba por la calle en
pasajes de
órgano”.
El cuatro de agosto del
siguiente año en la misma iglesia de Santo Tomás, Félix ofrece una solemne
audición de la Pasión según San Mateo.
Lo curioso es que esa en la segunda ejecución; la primera había sido la del
propio Bach un siglo antes, en 1729. La gloria de Mendelssohn atrajo la
atención de Dresden y Berlín, que ansiaban atraerse al gran artista. El rey de
Sajonia, que le había conferido el título de maese de capilla, se contentaba
con la promesa hecha por Félix de brindar algún día un concierto en Dresden.
Por otro lado, Federico Guillermo IV, rey de Prusia, había resuelto dividir la
Academia de las Bellas Artes en cuatro clases: Pintura, Arquitectura, Música y
Escultura. Federico Guillermo confía a Mendelssohn la superintendencia de
Música, así como la creación de un Conservatorio y la dirección de los
conciertos.
En resumidas cuentas,
solo se trataba, para Félix, de reanudar en Berlín el doble entrenamiento de
Leipzig donde justamente acababa de plantear las bases del futuro
Conservatorio. En julio de 1841 se instala en Berlín. Durante cuatro años, el
músico se ve obligado a zigzaguear entre Berlín y Leipzig. Federico Guillermo
es dubitativo y antojadizo, maquina hermosos proyectos, los deja de lado al
poco tiempo de haberlos concebido, los vuelve a poner en cartera, los modifica
una y otra vez, nunca sabe a ciencia cierta qué es lo que quiere: su vida en
estos menesteres se resume en gran imaginación y mucho destemple. Mendelssohn
se ve agobiado de dificultades, sinsabores y tiempo perdido. Siente ya que no
puede soportar tanta estupidez y que su vida está en el Gewandhaus de Leipzig,
donde a pesar de algunos escollos, sigue desarrollando prodigiosa actividad.
Por fin, la organización del Conservatorio de Leipzig, por él proyectado, está
finalizada, concretados los programas de estudios y completo el claustro de profesores
entre los cuales figuran Ferdinand David, Moscheles y Robert Schumann. Con
Schumann, ya había estrechado Mendelssohn lazos más fuertes; Robert Schumann,
perdidamente enamorado de Clara Wieck, recibe la noticia de que su mujer está
embarazada. La joven se transforma en mujer y un nuevo encanto se refleja en su
rostro. Es una niña la que nace el 1 de setiembre de 1841. Se llama María y
Mendelssohn es el padrino. Viene al mundo bajo el signo de la sinfonía, puesto
que Schumann concluye la Sinfonía en Re
menor, segunda en realidad, pero que clasificará en su obra como la cuarta.
Cada vez que Schumann pasa por Berlín, no deja de detenerse en la querida casa
de los Mendelssohn. Por fin, el 3 de abril de 1843, el Conservatorio de Leipzig
abre sus puertas y adquiere un prestigio envidiable. Mientras tanto, para
condescender al voluble Federico Guillermo, ha compuesto música para Antígona, se da tiempo para conducir el
Festival del Rhin en Düsseldorf y realizar un breve viaje a Londres. Ejecutaban
allí su Sinfonía Escocesa, que había Robert finalizado en 1842. Allí se
entrevistó con la joven reina Victoria a quien Mendelssohn había dedicado una
de sus composiciones. Victoria lo recibió en el Palacio de Buckingham,
audiencia privada a la cual solo asistió el príncipe consorte Alberto,
admirador declarado de la música del genio alemán. Audiencia reciproca además,
porque la reina, luego de haber oído a Robert, le rogó que la escuchase a ella
misma y cantó – lo mejor que pudo – acompañada por él. El deleite de
Mendelssohn ha quedado referido en una de sus cartas. De nuevo de regreso a
Berlín, ciudad para Félix carente de atractivos, fastidios, molestias e
inconvenientes. Félix había pedido a Federico Guillermo total libertad de
movimientos y la posibilidad de fijar su residencia en Leipzig. Para el músico
esto era de vital importancia, ya que no le gustaba vivir en Berlín. Félix
reconocía y experimentaba, acaso más profundamente que nunca, el encanto del
hogar familiar. Este recibió nuevamente una cruel pérdida. En diciembre de
1842, siete años después de su esposo, fallecía la señora Mendelssohn. Este
hecho trágico estrechaba más que nunca la unión de los hijos y su mutua
ternura. Fanny, a la sazón, pasaba a ocupar el primer puesto en la casa. El
amor de Fanny parece pasar del fraternal al maternal con respecto al hermano.
El 11 de diciembre de 1843, escribe a su hermana Rebeca, que por ese entonces
efectuaba un viaje por tierras de Italia:
“Félix es de una amabilidad imposible de describir, está de muy buen
humor y también prächtig (espléndido), como puede serlo en sus jornadas
mejores. A cada instante que transcurre lo admiro más y más. Esta vida tan grata
que llevamos juntos, siempre es nueva para mí. Es tan variado su espíritu, tan
personal en todo y tan interesante, que no sabríamos habituarnos a él y nos
asombramos sin cesar. Creo que, con los años, habrá de tornarse cada vez más
encantador”.
Jean Racine, autor de una tragedia bíblica, de quién Mendelssohn se inspiró para componer Atalía. |
“ATHALÍA. – Prestadme oídos con atención uno y otro. No quiero en modo
alguno recordar aquí el pasado ni daros cuenta de la sangre que derramé. Cuanto
he hecho, Abner, creí que constituía un deber para mí. No tomo por juez a un
pueblo temerario. Sea lo que quiera cuanto su insolencia se haya atrevido a
publicar, el cielo mismo se ha encargado de justificarme. Establecido mi
poderío con triunfos bien patentes, él ha hecho que de mar a mar Athalí sea respetada.
Jerusalén disfruta por mí un profundo sosiego. Ya no ve el Jordán al árabe
vagabundo, ni al altivo filisteo con eternas depredaciones, como en tiempo de
vuestros reyes, asolar sus riberas; el Siríaco me trata como reina y como
hermana. En fin, el pérfido opresor de mi casa, que hasta mí debía llevar su
barbarie; Jehú, el orgulloso Jehú, tiembla desde Samaria. Asediado por todas
partes de un vecino poderoso, al que he sabido sublevar contra ese asesino, me
deja en estos lugares como reina y señora. Disfruto en paz del fruto de mi
sabiduría; pero un malestar importuno viene, desde hace varios días, a
interrumpir el curso de mi prosperidad. Un sueño (¿debería inquietarme yo por un sueño?) alimenta en mi
corazón una inquietud que le corroe. Lo evito por doquier y por doquier me
persigue. Fue durante el horror de una noche profunda. Mi madre Jezabel se
mostró ante mí pomposamente engalanada como en el día de su muerte. Sus pesares
no consiguieron abatir su orgullo; incluso conservaba todavía la postiza
brillantez con que ella cuidó de afeitarse y de realzar su rostro, para reparar
el irremediable ultraje de los años “Tiembla – me dijo – hija digna de mí. El
cruel Dios de los judíos te amenaza. Te compadezco por caer en sus manos
temibles, hija mía.” Concluyendo estas horribles palabras, su sombra ha
parecido descender hasta mi lecho; y yo le tendí mis manos para abrazarla. Mas
no pude notar sino una horrorosa mezcla de huesos y de carne torturados,
arrastrados por el lodo, con gusanos ahítos en sangre, y miembros espantosos
que perros voraces se disputaban entre sí.
ABNER. – ¡Gran Dios!
ATHALÍA. –En esa confusión se presenta ante mis ojos un niño cubierto
con un vestido resplandeciente, tal como el de que aparecen revestidos los
sacerdotes de los hebreos. Su aparición ha reanimado mis fuerzas. Pero cuando
me reponía de mi mortal turbación y admiraba su dulzura, su noble aspecto y su
modestia, he sentido de pronto un acero homicida que el traidor hundía hasta la
empuñadura en mi seno. Tal vez os parezca obra del azar esa extraña reunión de
cosas tan diversas. Yo misma, durante algún tiempo, avergonzada de mi temor, lo
he tomado por efecto de una alucinación sombría. Pero, poseída mi alma por este
recuerdo, he vuelto a ver por dos veces la misma aparición: dos veces mis
tristes ojos han visto presentárseles a ese mismo niño, dispuesto siempre a
herirme. Fatigada, al cabo de los horrores que me perseguían, iba a rogar a
Baal que velase por mi vida y a buscar al
pie de sus altares reposo. ¿Qué no puede el terror sobre el espíritu de los
mortales? Instintivamente me llegué al templo de los judíos y concebí el
pensamiento de apaciguar a su Dios: he creído que algunos presentes calmarían su
cólera, que ese Dios, sea quien fuere, se dulcificaría. Pontífice de Baal,
excusa mi flaqueza.
Entro: la gente huye, el sacrificio se interrumpe. El gran sacerdote
avanza furioso hacia mí. Mientras él me hablaba, ¡oh sorpresa!, ¡oh terror!, he
visto a ese mismo niño por el que estoy amenazada, tal como un sueño pavoroso
lo ha pintado a mi imaginación. Le he visto: su mismo aspecto, su mismo traje
de lino, su porte, sus ojos, en fin, todos sus rasgos. Es él mismo. Marchaba al
lado del gran sacerdote, pero pronto le hicieron desaparecer de mi vista. Esta
es la inquietud que me obliga a detenerme aquí, y acerca de ella es sobre lo
que quería consultaros a los dos. ¿Qué es lo que presagia, Mathán, ese
increíble prodigio?”
(“Atalía”,
Jean Racine; en “Teatro Clásico Francés”. Librería “El
Ateneo” – Diciembre 1958)
Sala de la casa de Mendelssohn en Leipzig, actual Casa Museo. |
EL CORO
Una de las
Muchachas del Coro
¿Qué astro
ante nosotros acaba de lucir?
¿Quién a ser
llegará este niño prodigioso?
Desafía la
altivez del orgulloso,
y no quiere
dejarse seducir,
por el lujo
de su fasto peligroso.
OTRA
En tanto que
del Dios de Athalía
todos llevan
incienso ante el altar
de un niño
proclama la osadía
que es sólo
Dios el ser eternal,
y ante otra
Jezabel un nuevo Elías
parecen sus
razones al hablar.
OTRA
¿Quién de tu
nacimiento la verdad secreta
nos dirá?
¿Eres hijo de algún santo profeta?
OTRA
Así se vió
al amable Samuel
crecer a la
sombra del tabernáculo,
hasta ser a
los hebreos esperanza y oráculo
¡Cual él
puedas tú consolar a Israel!
OTRA, cantando
¡Oh, mil
veces bienhechor
el niño que ama
el Señor!,
que tan
tempranamente su voz ha escuchado
y al que
Dios mismo instruir se ha dignado.
De todos los
dones del cielo lejos del mundo,
adornada al
nacer su existencia,
el roce del
malvado inmundo
en nada
desfigura su inocencia.
Todo el CORO
¡Feliz,
feliz infancia
que el Señor
instruyó bajo su vigilancia!
LA MISMA VOZ, sola
Así en el
valle escondido,
al borde de
un aura pura,
crece, del
aquilón al abrigo,
un tierno
lirio, al amor de la Natura.
De todos los
dones del cielo, lejos del mundo
adornada al
nacer su existencia,
el roce del
malvado inmundo
en nada
desfigura su inocencia.
Todo el CORO
¡Feliz, feliz mil veces
el niño que el Señor dócil quiso a sus leyes!
UNA VOZ, sola
¡Dios mío!
¡Que una virtud naciente
entre tantos
peligros camine inciertamente!
¡Que un alma
que te busca, queriendo ser inocente,
tenga
rémoras que hallar!
¡Cuántos
enemigos le hacen guerra!
¿Dónde tus
santos se pueden ocultar?
Los
pecadores cubren toda la tierra.
OTRA VOZ
¡Oh!,
palacio de David, y su ciudad amada,
famosa cima,
del mismo Dios morada,
¿cómo es que
atrajiste la cólera del cielo?
Sión, amada
Sión, ¿qué dices al mirar
de una
extranjera impía el enemigo celo
que el trono
de tus reyes, ¡ay!, quiere ocupar?
Todo el CORO
Sión, amada
Sión ¿qué dices al mirar
de una
extranjera impía el enemigo celo
que el trono
de tus reyes, ¡ay!, quiere ocupar?
LA MISMA VOZ, prosigue
En vez de
los hermosos cantos
con que
David le expresaba sus éxtasis santos,
y a su Dios,
su Señor y padre bendecía
Sión, amada
Sión, ¿qué dices al mirar
que es
alabado el Dios de la extranjera impía,
y del nombre
que adoraron tus reyes blasfemar?
UNA VOZ, sola
¿Por cuánto
tiempo, Señor, todavía por cuánto
contra ti a
los malvados los veremos alzar?
Hasta en tu
santo templo te vienen a retar.
Al pueblo
que te adora motejan d insensato.
¿Por cuánto
tiempo, señor, todavía por cuánto
contra ti a
los malvados los veremos alzar?
OTRA
“De esa
obstinada virtud –dicen ellos–, ¿qué sacáis?;
de los
dulces placeres la morada,
¿por qué
abandonáis?
Vuestro Dios
por vosotros no hace nada”.
OTRA
“Ríamos,
cantemos –dice esa masa impía–;
de placer en
placer y de flor en flor
llevemos
nuestro amor.
¿Del mañana,
insensato, quién se fía?
De nuestros
días fugaces, ¿el número sabemos?
Apresurémonos
a gozar del vivir cada día;
¿quién sabe
si mañana viviremos?”
Todo el CORO
Que lloren,
¡oh mi Dios!, que tiemblen de temor
esos desdichados que tu santa ciudad
nunca han de ver en su eterno esplendor.
A nosotros
nos toca venirte a ensalzar,
pues eres Tú
quien nos ha revelado
tu trono
iluminado.
Tus dádivas
y esplendor nosotros debemos loar.
UNA VOZ, sola
De todos los
vanos placeres en que su alma se despeña,
¿qué les ha
de quedar? Tan sólo lo que a aquel que sueña
y comprende
su error.
Cuando
despierten, ¡qué despertar de horror!
En tanto que
el pobre, cabe tu mesa amable,
gustará de
tu paz la dulzura inefable,
ellos
deberán en copa horrible, inagotable,
que tú
ofrecerás el día del furor
a toda la
estirpe culpable.
Todo el CORO
¡Oh,
despertar de horror!
¡Oh, sueño
poco durable!
¡Oh,
peligroso error!”
(obra citada)
Salón de música de la casa de Mendelssohn, actual Casa Museo en Leipzig. |
“El domingo pasado hemos tenido, yo creo, la más bella música dominical que
hasta la fecha hayamos oído nunca, tanto desde el punto de vista en la
ejecución como del público. Veintidós carruajes en el patio, Liszt y ocho
princesas en el salón. En lo que atañe al programa en sí, el quinteto de
Hummel, el dúo de Fidelio,
variaciones de David, ejecutadas por el maravilloso pequeño Joaquín, que no era
un niño prodigio, sino un admirable niño, luego de Noche de Walpurgis”
Félix valoró siempre la
amistad y la gratitud. Pocos días después de la Pascua de 1844, Mendelssohn
viajó a Londres como director invitado de la Philharmonía. Su capacidad para
hacer vibrar a los componentes de la orquesta y de entusiasmar a los
espectadores consiguió no solo un éxito de público, sino también financiero,
con lo que salvó la difícil situación económica de esta formación sinfónica
inglesa. En esta etapa se consideraba a Mendelssohn como el más significativo
de los compositores alemanes; tenía una total independencia económica y su
influencia era incalculable. El tornadizo Federico Guillermo amanece un día con
la idea de restaurar el antiguo teatro griego, es por ello que Mendelssohn prepara
la música y representa por primera vez Antígona,
Athalía, Edipo en Colona y sobre todo, la sutil y adorable Sueño de una noche de verano, cuya partitura
concluyera, en el año 1843, después de más de quince años, a aguzarse a la
obertura con una precisión increíble. Un día después del estreno, escribe
Mendelssohn:
“Resulta encantador, que se hallen los berlineses
encantados a tal punto de estar tan enamorados de esta querida y vieja pieza de
nuestro Guillermo”.
A pesar de este éxito,
Mendelssohn se siente agotado y sobretodo desengañado de que la vida musical en
Berlín es defectuosa y la solución no depende de él sino de Federico Guillermo.
Solo Shakespeare lo ayuda a sobrellevar sus pesares. La poesía del poeta inglés
le sirve de reflejo a sus pensamientos y ensueños, a sus esperanzas y sus
amores; Shakespeare se convierte en su confidente y consolador. Félix se ve
obligado por su salud mental y espiritual a negociar con mucha prudencia su dimisión.
Dimite a todos sus cargos, lo cual es aceptado por el monarca a regañadientes
pero sin reproches. En una carta a De Vrient, Félix manifiesta su alivio.
“Mi situación aquí [en
Berlín] al fin se ha resuelto según mis
deseos y del modo que podía serme más favorable. Conservo la posición de
compositor del rey y de ella obtendré aún ciertas ventajas. Mas heme ya
liberado de toda posición musical pública, de la estada en Berlín, en fin, de
todo cuanto me atormentaba y me abrumaba desde hacía tanto tiempo”.
Oratorio de Elías, composición de Mendelssohn, que se estrenó en 1846 en Birmingham, Inglaterra. |
“–Señor, Dios de Abraham, Isaac e Israel haz que hoy se reconozca que tú
eres el Dios de Israel y que yo soy tu siervo que he actuado así por orden
tuya. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú,
Señor, eres Dios, y que eres tú el que harás volver sus corazones a ti.
Entonces descendió el fuego divino, devoró el holocausto, la leña, las
piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja. Al verlo, toda la gente cayó en
tierra, exclamando.
–¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!
Elías les ordenó:
–¡Apresen a los profetas de Baal y que no escape ni uno!
Los apresaron y Elías mandó bajarlos al arroyo Quisón y allí los
degolló.
Elías dijo a Ajab:
–Vete a comer y a beber, pues se oye el ruido del aguacero.
Ajab se fue a comer y beber. Elías, por su parte, subió a la cima del
Carmelo, se sentó en tierra con el rostro entre las rodillas y dijo a su
criado:
–Sube y mira en dirección al mar.
El criado subió, miró y dijo:
–No se ve nada.
Por siete veces Elías le dijo:
–Vuelve a hacerlo. A la séptima vez, el criado dijo:
–Viene del mar una nube pequeña como la palma de la mano.
Entonces Elías dijo:
–Vete a decirle a Ajab: “Engancha y márchate, antes de que la lluvia te
lo impida”.
Inmediatamente, por efecto de las nubes y el viento, el cielo se
encapotó y se desencadenó el aguacero. Ajab montó en su carro y marchó a
Jezrael. Elías, impulsado por la fuerza del Señor, se ciñó la ropa a la cintura
y se fue corriendo delante de Ajab hasta llegar a Jezrael.
Ajab contó a Jezabel todo lo que había hecho Elías y cómo había
degollado a todos los profetas. Entonces Jezabel envió un mensajero a comunicar
a Elías.
–Que los dioses me castiguen, si mañana a estas horas no hago contigo lo
que les has hecho a ellos.
Elías se asustó y emprendió la huida para ponerse a salvo. Cuando llegó
a Berseba de Judá, dejó allí a su criado. Luego siguió por el desierto una
jornada de camino y al final se sentó bajo una retama y se deseó la muerte
diciendo:
–¡Basta y, Señor! Quítame la vida, pues yo no valgo más que mis
antepasados.
Se echó bajo la retama y se quedó dormido. Pero un ángel lo tocó y le
dijo:
–Levántate y come.
Elías miró y a su cabecera vio una torta de pan cocido sobre piedras
calientes junto a una jarra de agua. Comió, bebió y volvió a acostarse. Pero el
ángel del Señor lo tocó de nuevo y le dijo:
–Levántate y come, porque el camino se te hará muy largo. Elías se
levantó, comió y bebió; y con la fuerza de aquella comida caminó durante
cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Una vez allí,
se metió en una cueva para pasar la noche. El Señor le dirigió la palabra,
preguntándole:
–¿Qué haces aquí, Elías?
Él contestó:
–Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los israelitas han
roto tu alianza, han derribado tus altares y han asesinado a filo de espada a
tus profetas. Sólo he quedado yo y me andan buscando para matarme.
El Señor le dijo:
–Sal y quédate de pie sobre el monte ante el Señor, que el Señor va a
pasar.
Vino un viento huracanado y violento que sacudía los montes y quebraba
las peñas delante del Señor, pero el Señor no estaba en el viento. Tras el
viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el
terremoto hubo un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Tras el
fuego se oyó un ligero susurro, y al escucharlo, Elías se tapó el rostro con su
manto, salió de la cueva y se quedó de pie a la entrada. Entonces oyó una voz
que le preguntaba:
–¿Qué haces aquí, Elías?
Él contestó:
–Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los israelitas han
roto tu alianza, han derribado tus altares y han asesinado a filo de espada a
tus profetas. Sólo he quedado yo y me andan buscando para matarme.
El Señor le dijo:
–Anda, vuelve por el camino por el que has venido hacia el desierto en
dirección a Damasco. Cuando llegues, unge a Jazael como rey de Siria, unge a Jehú,
hijo de Nimsí, como rey de Israel; y unge a Eliseo, hijo de Safat, de Abel
Mejolá, como profeta sucesor tuyo. A quien escape de la espada de Jazael, lo
matará Jehú, y a quien escape de la espada de Jehú, lo matará Eliseo. Sólo
dejaré en Israel un resto de siete mil aquellos que no doblaron la rodilla ante
Baal, ni lo besaron con sus labios.”
(1 Reyes 18 (37-46); 19 (1-18))
Tomando a Eliseo como
discípulo, se presentó de nuevo a Ajab y lo maldijo por el asesinato de Nabot. Profetizó
también la muerte de Ococías, sucesor de Ajab. Por último Elías fue llevado a
los cielos en una carroza de fuego. Eliseo continuó su obra. Se hizo temer en
toda Judá, Israel y Siria. Alentó a Jehú para que se rebelara. Llegó éste a ser
rey de Israel, dando muerte a la reina madre, Jezabel, y a los sacerdotes de
Baal. Incitó también a Jazael, rey de Siria, contra ambos reinos de Judá e
Israel para reavivar el espíritu nacional de los judíos. En su lecho de muerte
anunció a Joás, rey de Israel, que sería el conquistador de los sirios.
Niels Gade, quien comparte la dirección de conciertos con Mendelssohn en Gewandhaus. |
“Al noble artista, al que, entre los servidores de Baal, ha sabido,
nuevo Elías, realizar mediante su genio el culto del verdadero Dios.”
Toda esa alegría por ese
nuevo triunfo en Inglaterra se desvanecerá como un copo de nieve sobre una
brasa. Al regresar a Frankfurt, en mayo de 1847, se entera de la muerte de su
hermana Fanny como consecuencia de una embolia cerebral. La muchacha ensayaba
su próximo concierto dominical cuando, súbitamente, se desplomó: cayó sin voz,
sin movimiento y sin conocimiento esa misma tarde exhalaba su último suspiro,
en el seno de su casa y de su música querida. Las flores preparadas para el
salón de las acostumbradas fiestas fueron depositadas en su ataúd. El golpe fue
terrible para el hermano amado quien cree morir también al enterarse. Las
fatigas acumuladas desde 1844 se transforman en dolores de cabeza y
desequilibrio nervioso; pasa de la postración a la excitación. Aun cuando se
siente agobiado, logra escribir. Logra con sumo esfuerzo componer dos cuartetos
de cuerda y cuando escucha música no puede contener un sollozo. Escribió con
respecto a la muerte de Fanny:
“Es un gran capítulo que finaliza. Y yo no he de escribir ni el
comienzo, ni siquiera el título de otro”.
El verano de 1847 fue a
pasarlo a Suiza, en Interlaken. El pequeño órgano de Ringenber, en las
cercanías de Brienz, fue el último en que sus manos se apoyaron. Aunque
físicamente era un hombre pálido y envejecido, todavía escribió obras
importantes. A fines del verano de 1847 compuso una canción sobre un poema de
Eichendorff, cuyo tema era la muerte. A pesar de que se lo considera como su
última obra, aún escribió el 9 de octubre la Altdentschen Frühling (Antigua primavera alemana). Cuando volvió a
abrirse el Gewandhaus, no tuvo la
energía requerida para asumir nuevamente el cargo de director, y solicitó a
Ries que lo reemplazara. Todo octubre de 1847 sufrió de vértigos y de terribles
síncopes. Cuando el 28 de octubre se disponía a dirigir su oratorio Elías en
Viena tuvo los síntomas claros de que su enfermedad era mental: unos dolores de
cabeza muy violentos que le provocaron unos desvanecimientos. El rey le concede
la Cruz del Mérito y es nombrado ciudadano honorario de Leipzig como premio a
sus trabajos en favor de la construcción del movimiento a Bach. Una carta de
Cecilia Mendessohn dirigida a Robert Schumann, informa a éste que Félix ha
sufrido el 4 de noviembre un ataque de apoplejía. Schumann acude a Leipzig y ve
a su amigo yerto sobre el lecho mortuorio. Los rasgos de ese rostro inanimado
están cubiertos por un velo de tristeza. Eduard Bendemann (1811-1889) ha dejado
un dibujo, realizado en 1847, que representa a Mendelssohn en su lecho de
muerte. El hombre había envejecido prematuramente. Sabía bien que estaba
prometido al reposo eterno, cuando exclamaba, tres meses antes, en la avenida
de los nogales, que hace frente a la Jungfrau: “– ¿Para qué hacer planes? Yo no viviré” Sin duda presentía que la
muerte de su hermana Fanny era un escollo insuperable para seguir viviendo.
Mendelssohn tenía 38 años cuando murió. Un majestuoso grabado de los funerales
del compositor que se celebraron en la iglesia de las Paulinas en Leipzig, se
conserva aún. Durante la procesión, el féretro fue llevado a hombros por Gade,
Schumann, David, Rietz, Hauptmann y Moscheles. Después del entierro, Schumann
vuelve a Dresde y se encierra en una torre de silencio. Mendelssohn está en el
cielo, Hiller dirige música en Düsseldorf, Wagner se hace cada vez más
incomprensible. Es la soledad, visitada por inquietos pensamientos. Schumann,
secretamente, se siente amenazado por el dolor de esa muerte y por el alejamiento
de sus compañeros, quiso a Mendelssohn como Johanes Brahms lo amó a él.
Schumann, lejos de los celos y las bajas pasiones que corroen las envidias de
los mediocres, siempre supo valorar la obra de Félix.
A raíz de la belleza y
maestría de las fugas y corales que Mendelssohn supo enquistar en la trama de Paulus y de Elías, escribió Schumann:
“Mendelssohn ha querido retrotraer a los pianistas a la admiración y a
la práctica de esa vieja
y magistral forma de estilo [una de las obras para piano de Félix, se compone de sus preludios y
fugas, de las cuales la primera tiene como epílogo un coral]. Yo, que puedo, durante horas enteras,
embriagarme con las fugas de Beethoven, de Bach y de Haendel, he sostenido
siempre, a causa de ello, que ya no es posible hacer hoy una sola que no sea
insípida, tibia, miserable y forjada con andrajos, hasta el día en que
Mendelssohn con éstas, me ha reducido un poco al silencio. Me consta que Bach
ha compuesto muchas fugas mías. Pero si hoy se levantara de su sepulcro, luego
de haber empezado por echar pestes un poco en torno suyo, a derecha y a
izquierda, quizá, sobre el estado de la música en general, también y con toda
seguridad habría de regocijarse por el hecho de que haya algunas flores, aún,
en el campo donde ha plantado él robles tan gigantescos. En una palabra, estas
fugas poseen algo a la manera de Bach y podrían engañar al más sutil
“redactor”, de no ser por la melodía, por el más delicado esmalte, en los
cuales se reconoce la época moderna y, aquí y allá, leves rasgos personales de
Mendelssohn que lo delatan aún”
(Robert Schumann, en la “Gazette de
la Musique”)
En 1847 fallece Fanny Mendelssohn, fue un golpe muy duro para el compositor. |
“Nada podría oponerse más a los principios que he adoptado como norma de
conducta, desde la iniciación de mi carrera artística. Consisten esos
principios en cuidarme siempre, de establecer la mínima confusión entre mi
situación personal y mi posición musical, tratando de mejorar esta última
mediante la influencia de la otra, por las cosas que me conciernen, a no
corromper, en modo alguno, sea los sufragios del público, sean los de un simple
particular, e inclusive a no intentar jamás reafirmarlos”.
Casa Museo Mendelssohn, habitación del compositor. |
PIANISMO DE MENDELSSOHN
Es general entre los románticos la poca tendencia a concebir obras de gran
amplitud. Hasta los más grandes compositores de este período encuentran en la
pieza de forma libre y de reducidas dimensiones el género que mejor responde a
su reinada sensibilidad. Aparte Schubert –que eleva el lied a la categoría de obra
de arte – y Chopin – que hace del piano el instrumento poético por excelencia y
se deja transportar por su vena hacia los horizontes más vastos, sin
preocuparse de las leyes formales según las concebían los clásicos–, el mismo
Schumann se hace admirar sobre todo en aquellas composiciones en las que su
genio puede manifestarse sin limitaciones, no dificultado por reglas fijas
dentro de límites determinados.
En estos compositores la forma se convierte a menudo en fórmula, los medios
ofrecidos por las particularidades estructurales de la sonata o del concierto
no son explotados y queda muy poco del gran provecho que Mozart y Beethoven
sacaron de las reexposiciones y
los desarrollos. Las
sonatas de Schubert y de Chopin para piano son en este sentido ejemplos muy
significativos y si queda intacto el equilibrio entre las diversas partes se debe
al sentido de las proporciones que estos artistas tenían.
Maestros de la forma cuando se trata de componer fragmentos en estilo libre,
en los que la fantasía puede trazar los contornos que más les convienen,
sufren, hasta sacrificar la inspiración por las leyes fijas e inmutables de las
obras tradicionales. Beethoven y Mozart dominan la materia, mientras que en el
periodo romántico es la materia la que domina a los compositores. Por esto, en
este período –exceptuados Schubert y Mendelssohn– la producción de sonatas es
más bien escasa y relativamente poco interesante.
Mendelssohn Bartholdy es un caso aislado. Muy conocedor de Bach, excelente
pianista, está empapado de arte clásico, y quizá también su origen hebreo lo
hace inclinar a seguir las normas tradicionales. Su musicalidad, dulce y fina,
sentimental pero no empalagosa (como quiere cierta crítica contemporánea), está
siempre sostenida y dirigida por una técnica de primer orden. Mendelssohn
siente toda la belleza de la forma como la sentían los clásicos y se complace
en trazarla con desenvoltura. Espíritu ecléctico, pasa de la romanza sin
palabras (género que él creó) a la fuga, de la pieza brillante a la sonata, y deja en todas sus
creaciones las huellas bien visibles de su gusto aristocrático, que por
naturaleza evita el énfasis y la vulgaridad. Arte profundo que no provoca
emociones intensas; quizá un poco formalista, pero arte claro, honesto,
sólidamente construido.
El estilo pianístico de Mendelssohn es de una pureza casi mozartiana; audaz
y eficaz en los fragmentos a solo, el piano no pierde sus características en la
música de conjunto, sobre todo en los dos Conciertos, donde se amalgama
admirablemente con los otros instrumentos. Conocedor muy experto de técnica
instrumental, Mendelssohn trata el acompañamiento de la orquesta con mucha
sobriedad para no forzar su
realización pianística, de carácter más bien ligero, y el timbre cristalino del
piano no se pierde entre los juegos centelleantes de los instrumentos de metal
y el cálido apasionamiento de los de arco.
GIUSEPPE
PICCIOLI (De El Concierto para piano y orquesta. Como, Cavalleri,
1936.)
Tumba de Mendelssohn ubicada en el Cementerio de la Trinidad, en Berlín. |
Adieu, belle ame et beau
genie...
(¡Adiós, bella alma y hermoso genio!)
Wolfsschanze, mayo – diciembre del 2016
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