BUSCANDO A DIOS ENTRE LA NIEBLA
Antonio Machado de niño, representado por su abuela Cipriana Álvarez Durán. |
Juan Ramón Jiménez
recibió la noticia de que se le había otorgado el Premio Nobel de Literatura
correspondiente a 1956. “Para la Academia
sueca - declaró el secretario de la misma, Anders Osterling – “ha sido una satisfacción especial hacer del
premio Nobel de este año un tributo a la literatura española, que por varias
razones ha tenido poca fortuna en este certamen internacional. Han pasado
treinta y cuatro años desde que se concedió el último premio Nobel a un
español, el dramaturgo Jacinto Benavente. Por ser un soñador idealista, Juan
Ramón Jiménez representa la clase de escritor a quien Alfred Nobel gustaba de
apoyar y recompensar. Representa la altiva tradición española y haberle
concedido el laurel es también laurear a Antonio Machado y a García Lorca que
son sus discípulos y lo elogiaron como un maestro”.
Lorca había sido
asesinado vilmente por los franquistas a comienzos de la guerra civil, en
agosto de 1936; Machado, huyendo de los mismos bárbaros, murió en Collioure el
22 de febrero de 1939. Juan Ramón recibió la noticia de su triunfo en
circunstancias dramáticas junto al lecho de su esposa, Zenobia Camprubrí
(traductora de Tagore) que fallecía apenas uno días después. “Mi agradecimiento a todos aquellos que han
contribuido a que se me conceda este inmerecido galardón – declaró - Debido a la grave enfermedad de mi esposa,
el Premio Nobel me apena profundamente. En cuanto a mí, no tengo nada que
decir.” “Es una pena - escribía, contestando a un cuestionario que le fuera
sometido a las pocas horas por un periodista español - que la Academia sueca dejase morir a Unamuno, a Antonio Machado y a
Ortega, entre otros, sin concedérselo. Porque de los vivos que lo merecen, aún
hay remedio. ¿Por qué no Pío Baroja o Menéndez Pidal?” Un apunte más. En
una carta dirigida a su amigo, el filólogo Pedro de Mugica, fechada en
Salamanca el 31 de octubre de 1919, Miguel de Unamuno reprocha a su amigo que
estudie textos de escritores que, según el escritor vasco, no ameritan un
severo estudio (Verbigracia, Arturo Farinelli o el escritor guatemalteco
Enrique Gómez Carrillo). Dice además en la carta “Me pide usted que le prologue su Gómez Carrillo. Mándemele. Ahora no
sé lo que saldrá, porque también Gómez Carrillo me parece de otra era. ¿Por qué
no estudia usted a Antonio Machado, nuestro más grande poeta vivo, o a Pérez de
Ayala, nuestro novelista, o a Enrique de Mesa, o a Ortega y Gasset o a Julio
Camba? Por Dios, amigo Mugica, por Dios, salgase de esa campana pneumática”.
Estas tres menciones - y
tomando nota de quien vienen- nos indican la grandeza poética del andaluz
Antonio Machado. Machado es uno de los pocos escritores cuya vida podemos
rastrear a través de su obra Muchas facetas de su vida están registradas,
algunas veces, con una precisión que asombra. Poeta de una generación de
prosistas, sin la facilidad de una forma propensa a la repetición de escuela,
ofrece una grandeza severa y en parte aislada, a diferencia de los modos o
ricos y fecundos de Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez; pero su sorprendente “monologo íntimo”, su visión y
sentimiento del paisaje de Castilla, aparte du su repercusión en la poesía
canaria, llega en la Península a unirse con la poesía joven en la figura del
orihuelano Miguel Hernández.
Antonio Machado nació en
Sevilla el 26 de julio de 1875. Su retrato, su infancia y juventud los
conocemos, como ya hemos apuntado, a través de su propia obra. Vino al mundo en
el palacio y calle de las Dueñas de Sevilla donde vivió hasta los ocho años.
Este palacio estaba subdividido y alquilado a familias de clase media, y allí
vivieron los Machado hasta que el abuelo fue repuesto en su cátedra, junto a
los demás catedráticos expulsados, y trasladados a la universidad de Madrid.
“MI infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto
claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos
casos que recordar no quiero.”
(Retrato)
El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro…
Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja;
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica
ligera.
(El limonero lánguido
suspende…)
Antonio y Manuel Machado (E. Beauchi, Seviila. Archivo Familia Machado). |
Hagamos un alto y
retrocedamos un poco para conocer el contexto histórico-social de España en que
vino al mundo Antonio Machado y en el cual se va a desarrollar su existencia.
Machado vivió entre 1875, año de la Restauración de los Borbones en el trono,
después del agitado sexenio revolucionario en el que se proclama la Primera
República española, y 1939, año en que termina la agonía de la Segunda
República. Machado a llamada Generación
del 98, la cual comienza a formarse en la calma de la Restauración
monárquica de Alfonso II, entre los años de 1875 y 1885, después del breve
lapso de la Primera Republica (11 de febrero de 1873 y 3 de enero de 1874). En
el periodo de la Restauración (1874 -1923), el Estado, con pretensiones
absolutistas, luego de poner fin a la guerra civil, se aparta cada vez más del
pueblo y ocasiona que se agudicen los problemas entre los caciques explotadores
y los proletarios explotados. Durante su reinado se organizó el régimen
parlamentario y se formaron dos grandes partidos, el Conservador y el Liberal,
que alternaron en el poder hasta 1923.
La situación se agrava
por el hecho de que España perdió durante esta Regencia sus últimas colonias:
en América, Cuba y Puerto Rico, en Asia, Filipinas y la isla de Guam; la más
importante de las Marianas, en Oceanía. La Regencia abarca desde la muerte de
Alfonso XII (1885) a la mayoría de edad de Alfonso XIII (1902); estuvo a cargo
de María Cristina de Habsburgo -Lorena, madre de este último. En este reinado
estalló la última insurrección de Cuba (1895). Ya en 1894, y solamente en Cuba,
las fuerzas españolas, al mando del general Valeriano Weyler, alcanzaban la
cifra de 200 000 hombres. A comienzos de 1898 la tensión entre Estados Unidos
que apoyaba la causa cubana y España se agrava. El 11 de abril el presidente
estadounidense Mc Kinley amenaza con la intervención en Buba. El gobierno
español, para quien la gobernación de la Isla no era un problema serio, no
podía, desde luego, medirse con un país como los Estados Unidos de América,
cuyo exceso de fuerza sobre España era ya por entonces abrumador.
El crucero
norteamericano Maine hizo explosión
en La Habana cuando todavía los gobiernos de Estados Unidos y España se
hallaban negociando. Con ese pretexto, el 25 de abril de 1898, Estados Unidos
declara la guerra a España. Ya el 3 de julio, la escuadra española es hundida
por la norteamericana y España capitula. El 10 de diciembre de ese año se firma
en París el Tratado de Paz, por el cual España pierde las colonias en
conflicto. El desastre sorprende y duele a España. Unos pocos españoles, conscientes
de la tragedia, pero también de la culpa de una sociedad ignorante y frívola, y
de la responsabilidad de unos gobiernos que no supieron afrontar a tiempo la
realidad de una situación, reaccionaron con violencia y amargura y adoptaron
una actitud crítica y realista frente al problema de España. También dentro de
la Regencia aparecen dos hechos de gran importancia: el surgimiento de las
clases obreras al plano político, y la difusión de las ideas anarquistas que
dio origen a las leyes restrictivas de 1894 y 1896.
En aquella aparente
calma el pueblo español se condujo como si ya hubiesen terminado los problemas
entre liberales y conservadores. Con inconsciencia ingenua se anhelaba el
bienestar de España; se veía el futuro con optimismo y si gastaba el tiempo en
bagatelas, frivolidades y aficiones predilectas: toreros, cantantes y poetas
ripiosos. Se divertía la gente haciendo augurios entre las fuerzas partidistas
opuestas; se multiplicaban las novelas y el teatro intrascendentes. La unidad
de España aparecía en un escenario ficticio, la posibilidad de concordia entre
los nacionalismos regionalistas no prosperaba. Los españoles no coincidían en
un posible destino histórico; no lograban convivir en concordia, ni una
prosperidad eficiente, ni un poder estable, sin partidismos.
El campo, al igual que
en otras épocas, estaba desatendido. Las ciudades se veían llenas de
desocupados y menesterosos en busca de sustento, que habían sido víctimas de la
explotación de caciques, de políticos logreros. En las ciudades. En las
ciudades, un proletariado obrero incipiente; la aristocracia, atenida a sus
privilegios reales y dueña de la tierra; la Iglesia, aliada con el ejército. En
general, las principales actividades industriales, sociales y administrativas
estaban centralizadas en la capital. Todo este triste panorama, contemplado por
los integrantes de la Generación del 98, les daría un tono acerbo que verterían
después en sus obras (Machado, Unamuno, Azorín, etc.) con honda preocupación
por el futuro de España. Sus primeros contactos con la realidad nacional los
abocan a una triste impresión de oquedad, discordia y amenaza.
Había nacido la Generación
del 98 y el noble impulso de guiar batallas de luz y de justicia para la nueva
patria. Pero no pasarían muchos años sin que algunos de esos jóvenes se dieran
cuenta de que aquel noble impulso fue una romántica quimera que pronto cayó
herida por la ceguera y la desidia de una sociedad embotada y rutinaria. Con
vaso lleno de amargura supo expresarlo muchos años después Antonio Machado en
su poema “Una España Joven”
“Fue un tiempo de
mentira, de infamia. A España toda,
la malherida España, de Carnaval vestida
nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,
para que no acertara la
mano con la herida.
Fue ayer; éramos casi adolescentes; era
con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios,
cuando montar quisimos en pelo una quimera,
mientras la mar dormía
ahíta de naufragios.
Dejamos en el puerto la sórdida galera,
y en una nave de oro nos plugo navegar
hacia los altos mares, sin aguardar ribera,
lanzando velas y anclas
y gobernalle al mar.
Ya entonces, por el fondo de nuestro sueño-herencia
de un siglo que vencido sin gloria se alejaba -
un alba entrar quería; con nuestra turbulencia
la luz de las divinas
ideas batallaba.
Mas cada cual el rumbo siguió de su locura;
agilitó su brazo, acreditó su brío;
dejo como un espejo bruñida su armadura
y dijo: “el hoy es malo,
pero el mañana… es mío.”
Y es hoy aquel mañana ayer… Y España toda,
con sucios oropeles de Carnaval vestida
aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda;
mas hoy de un vino: la
sangre de su herida”
Antonio Machado, hacia fines de 1910. |
La vida de Antonio
Machado parece escueta si no se complementa con aquellos rasgos morales que él
mismo nos ha legado en sus poemas y que fueron formándose y fortaleciendo desde
su infancia y su niñez. Hay un recuerdo de Machado de cuando tenía seis o siete
años y que nos ha quedado como testimonio de primera mano, pues, el poeta nos
lo cuenta en “Los complementarios”
con el título de “Mi caña dulce”.
Pero antes de ir a la anécdota, una acotación que considero importante sobre
este libro: con el tiempo, la producción en prosa fue para Machado una
actividad compensatoria, sustitutiva de la corriente poética que dejaba de
empujarlo con ímpetu. Pero el viejo poeta va a revelar como un gran prosista.
Buena parte de esta prosa corresponde a sus crecientes preocupaciones
filosóficas; junto a ello, desarrollará problemas estéticos o políticos.
Algunos de estos escritos dispersos o inéditos fueron reunidos por Guillermo de
Torre en 1957 con el título de “Los
Complementarios”. Son páginas del mayor interés. Así, sus cartas a Miguel
de Unamuno (1913-1929), en las que se leen confesiones valiosísimas. Son
igualmente fundamentales sus “Divagaciones
y apuntes sobre la cultura”, el esbozo de su discurso de ingreso en la
Academia de la lengua (que nunca llegó a pronunciar), su texto “¿Cómo veo la nueva juventud española?”,
en el que enjuicia especialmente las nuevas tendencias poéticas, etc. Hecha la
acotación, vayamos a la anécdota en cuestión.
Dice Machado… “Estábame una mañana de sol sentado en
compañía de mi abuela, en un banco de la plaza de la Magdalena y tenía una caña
dulce en mi mano. No lejos de nosotros pasaba otro niño con su madre. Llevaba
también una caña de azúcar. Yo pensaba: “La mía es mucho mayor”. Recuerdo bien
cuán seguro estaba yo de esto. Sin embargo, pregunté a mi abuela: “¿No es
verdad que mi caña es mayor que la de ese niño?” yo no dudaba de una
contestación afirmativa. Pero mi abuela no tardó en responder con un acento de
verdad y de cariño que no olvidaré nunca: “Al contrario, hijo mío; la de ese
niño es mucho mayor que la tuya.” Parece imposible- concluye Machado - que este
trivial sucedo haya tenido tanta influencia en mi vida. Todo lo que soy- bueno
y malo -, cuanto hay en mí de reflexión y de fracaso, lo debo al recuerdo de mi
caña dulce”. Machado fecha esta nota el 12 de junio de 1914. Bastantes años
después vuelve a recordar la anécdota, poniéndola en boca de Juan de Mairena, y
llamándola “el acontecimiento más
importante de mi historia”.
La de Juan de Mairena es
una versión resumida. En ella el poeta niño no está con su abuela sino con su
madre, y al final hay esta variante. El niño pregunta a su madre: “La mía es mayor, ¿verdad?” “No - me contestó mi madre -, ¿Dónde tienes los ojos?” “He aquí - termina Juan de Mairena - lo que yo he seguido preguntando toda mi
vida”. ¿Pero quién es la abuela que Machado menciona en “Los complementarios”?
Era su abuela paterna,
doña Cipriana Álvarez Durán, hija del bisabuelo de Machado, don José Álvarez Guerra,
quien fue escritor y filósofo. Pero antes de dedicarse a la filosofía había
organizado a sus expensas, en 1803, un grupo de combatientes que lucharon
contra las tropas francesas en la guerra de la Independencia, en cuyas luchas
estuvo a punto de perder la vida. Machado heredará esa tradición liberal de sus
ascendientes. A ello se refiere cuando, en carta a Unamuno fechada en Baeza en
1915, elogia frente a la Francia reaccionaria, la Francia progresista: “… La otra Francia, la de mi familia y aun
de mi casa, es la de mi padre, y de mi abuelo y de mi bisabuelo, que todos
pasaron la frontera y amaron la Francia de la libertad y el laicismo, la
Francia religiosa del affaire [Dreyfus] y de la separación de Roma, en nuestros
días”. Esta anécdota dejó una gran lección de humildad a Machado, quien nunca
fue vanidoso, quien nunca se sintió superior a nadie, fue sencillo y modesto
con todos. Rara avis en un gran
artista.
Sus recuerdos de infancia,
época de formación del carácter, le presentan las primeras alegrías de los
juegos infantiles, a los que era acompañado por sus familiares quienes
indudablemente lo vigilaban. Esas evocaciones nostálgicas también ayudan a
valorar y a desentrañar en parte la vida del poeta, el retornar una y otra vez
a nuestra esencia más genuina. Veamos una de esas evocaciones, está relacionada
con la escuela donde Antonio y Manuel Machado asistieron el Sevilla- el colegio
de un tal señor Sánchez. Antonio nos dice que aprendió a leer en el Romancero compilado por su ilustre tío
don Agustín Durán, que reeditó su padre- don Antonio Machado Álvarez- en la Biblioteca de Tradiciones Populares. Pero
de la escuela del señor Sánchez no parece que guardara buenos recuerdos, según
deducimos de sus propios versos que evocan la monotonía y el aburrimiento de
las clases:
“Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los
cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha
carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la
mano
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
“mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón”.
Una tarde parda y fría
de invierno. los colegiales
estudian. monotonía
de la lluvia en los
cristales”
(Recuerdo
infantil)
El diablo mundo, poema de Don José de Espronceda, dedicado a su amigo Don Antonio Ros de Olano 1880. |
Nadie podría dudar de la
veracidad de estas evocaciones. La verdad está en la boca de los niños. La
infancia es la razón en reposo que la adultez utiliza para reafirmar los
recuerdos. “¿Por qué volvéis a la memoria
mía, tristes recuerdos del placer perdido?”, dice Espronceda en “El diablo mundo”. Lo mismo parece
preguntarse Machado en sus evocaciones poéticas. Machado es prudente en sus
reflexiones, consciente de que muchas cosas pasadas al vuelo en la infancia,
regresan con los años con la misma intensidad con que se vivieron. Alegrías
fáciles del pasado, que complacer en una forma elemental, casi sin esfuerzo,
que al existente dan la gloria de la repetición a que es tan afecta la primera
infancia. Otro recuerdo infantil que no olvidará nunca Machado es el de los
caballitos de una verbena. El poema lleva un sugestivo verso de Verlaine como
epígrafe, “Tournez, tournez, Chevaux de bois”.
“Pegasos, lindos pegasos;
caballitos de madera.
Yo conocí, siendo niño,
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.
En el aire polvoriento
chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de
estrellas.
¡Alegrías infantiles
que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,
caballitos de madera!”
Que Antonio Machado era
un niño soñador e indolente que estudioso parece evidente. Pero ¿en qué soñaba
este niño? Quizá en el patio de Sevilla donde empezó a jugar con su hermano
Manuel, o en la calle llena de luz y de pájaros donde se asomó por primera vez
al mundo. O quizá en los héroes homéricos de los que oía hablar a sus
profesores en la escuela. El mismo nos lo dice en un breve poema incluido en “Proverbios y cantares”:
“¡Ah, cuando yo era niño
soñaba con los héroes de la Ilíada!
Áyax era más fuerte que Diómedes.
Héctor, más fuerte que Áyax,
y Aquiles el más fuerte, porque era
el más fuerte… ¡Inocencias de la infancia!
¡Ah, cuando yo era niño
soñaba con los héroes de
la Ilíada!”
(XVIII)
Otras veces alude en sus
versos a la habitación de la casa madrileña en que pasaba las noches y en donde
empezó a soñar. En esa misma casa- en el cuarto de estar - se reunía la familia
al atardecer, o después de la cena, para escuchar a la abuela doña Cipriana, o
al padre, lecturas de escritores famosos: novelas de Dickens, dramas de
Shakespeare, y sobre todo, las rimas y las leyendas de Bécquer, que eran las
preferidas de la abuela y del padre. Aquellas lecturas infantiles aficionaron a
Antonio al poeta de las “Rimas”, que
desde entonces fue uno de sus poetas más queridos. Ya en su madurez, confesará más
de una vez su admiración por Bécquer. En una página de “Juan de Mairena” escribe estas palabras: “¿Un sevillano, Bécquer? Sí, pero a la manera de Velázquez, enjaulador,
encantador del tiempo… Recordemos hoy a Gustavo Adolfo, el de las rimas pobres,
la asonancia indefinida y los cuatro verbos por cada adjetivo definidor.
Alguien ha dicho, con indudable acierto: “Bécquer, un acordeón tocado por un ángel”.
Conforme: el ángel de la verdadera poesía”. Veamos esa evocación hogareña
que el poeta tituló “Hastío”:
“Pasan las horas de hastío
por la estancia familiar,
el amplio cuarto sombrío
donde yo empecé a soñar.
Del reloj arrinconado,
que en la penumbra clarea,
el tictac acompasado
odiosamente golpea.
Dice la monotonía
del agua clara al caer:
Un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.
Cae la tarde. El viento agita,
el parque mustio y dorado…
¡Qué largamente ha llorado
toda la fronda marchita”
Antes de la publicación
de su primer libro de poesías a fines de enero de 1903, “Soledades”, aumentado en la segunda edición en 1907 y titulado “Soledades Galerías y otros poemas”,
Machado llevaba una vida bohemia, donde una dulce cadena- trenzada por el vino
y las mujeres- le impedía estudiar en serio. En París adonde viaja por segunda
vez en abril de 1902, gracias a un puesto en el consulado de Guatemala que le
había conseguido su amigo, el escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo que
era cónsul de su país en París. Machado lleva una vida no muy alineada que
digamos. Aunque el puesto tenía un nombre flamante - Canciller del Consulado-
estaba sólo modestamente retribuido y le duró muy poco tiempo. Siempre
descuidado en su atuendo - el “torpe
aliño indumentario”- un día lo echó Gómez Carrillo de la oficina por su
descuidada vestimenta. Machado se llevó tal disgusto que cogió una de las
mayores borracheras de su vida, hasta el punto que no reconoció a su amigo
Ricardo Calvo cuando éste fue a recogerlo para llevárselo a su casa. El buen
vestir y la prolijidad nunca fueron su fuerte. Años más tarde, Rafael Laínez
Alcalá, uno de sus alumnos del instituto baezano, lo ha recordado así: “avanzando como a pasos renqueantes, apoyado
en fuerte cayada rustica, grandes los zapatos, largo el abrigo con cuello de
astracán, vestido de negro, camisa blanca de cuello de pajarita y grueso nudo
de corbata negra; negro el sombrero blando, mal colocado casi siempre; a veces
llevaba destacada la noble cabeza de revuelta cabellera; iba rasurado con
pulcritud, pero el traje manchado por las manchas de ceniza del inevitable
cigarrillo. Lo veo avanzar por la calle de la Compañía, desde las Barreras, a
lo largo del edificio que fue de los jesuitas… Desembocaba en la sosegada plaza
de Santa Cruz frente al soberbio edificio gótico- isabelino del seminario
conciliar, antiguo palacio de los Benavides, señores de Javalquinto, en la
cuesta de la Catedral…”
Antonio Machado, Soledades, 1903 |
Pero vayamos a la
poética del autor. Las primeras poesías de Machado aparecieron en revistas,
Verbigracia, Electra, Helios, Alma
española, etc. En las “Soledades”
se advierte una clara influencia de Gustavo Adolfo Bécquer. El mismo Machado, en
una ocasión, llama “rimas escritas” a sus poesías. Esta influencia inicial de
Bécquer nos permite con toda claridad la raíz romántica de la obra del poeta
madrileño. El poeta mismo afirma preferir a Bécquer porque la poesía de este
autor carece en absoluto de retórica. Esta actitud antirretórica es mantenida
por el propio Machado no sólo en su poesía, sino también en sus trabajos de
crítica literaria como en “Juan de
Mairena” o “Reflexiones sobre la lírica”.
Influido por su
andalucismo nativo y por las corrientes modernistas, hay en este primer
poemario una temática que persistirá en el resto de su obra. En primer lugar la
tierra, principio y fin de todas las cosas para este poeta, que tiene, en mayor
grado que ningún otro, el sentimiento del paisaje:
“La calle en sombra.
Ocultan los altos caserones
el sol que muere; hay
ecos de luz en los balcones.
¿No ves, en el encanto
del mirador florido,
el óvalo rosado de un
rostro conocido?
La imagen tras el vidrio
de equívoco reflejo,
surge o se apaga como daguerrotipo
viejo.
Suena en la calle sólo
el ruido de tu paso;
se extinguen lentamente
lo ecos del ocaso.
¡Oh, angustia! Pesa y
duele el corazón… ¿Es ella?
No puede ser… Camino… En
el azul la estrella.”
Nadie mejor que Machado
ha pintado, en unos pocos versos, los colores castellanos, sus olivares, sus
estaciones, los espectáculos cotidianos de las callejuelas. Pero la realidad
terrena no basta al autor que concluye en una visión deísta de la vida en esta
primera época:
“Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nuestra vida
de donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenia
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce
miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacia llorar.
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenia
dentro de mi corazón”.
Ahora bien, de las
coincidencias entre los dos poetas sevillanos convendría distinguir lo que
pudiera constituir una influencia concreta de Bécquer sobre el poeta del 98 (se
ha señalado el origen becqueriano de la preferencia en Machado por la palabra “sombra” y por el adjetivo “polvoriento”, y la sugestión que sobre
él ejerció la leyenda de Bécquer “La
Corza blanca”, de lo que en realidad pudiera ser simple coincidencia en la
actitud romántica y en la utilización de tópicos propios del Romanticismo (así
el gusto por la vaguedad y la evocación, la exaltación del misterio y del
ensueño, la quimera, etc.). Veamos algunos ejemplos que ilustren este
acercamiento entre Bécquer y Machado:
En Bécquer:
“Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro,
y entre las sombras hace
la luz aparecer…”
(Rima
3)
“¡Yo, que a tus ojos en mi agonía
los ojos vuelvo de noche y día;
yo, que incansablemente corro y demente
tras una sombra, tras la hija ardiente
de una
visión!”
(Rima
15)
“Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello, y por la espalda
partióme a sangre fría
el corazón”
(Rima
46)
“Al brillar un relámpago nacemos,
y aun dura su fulgor, cuando morimos:
¡Tan corto es el vivir!
La gloria y el amor tras que corremos,
sombras de un sueño son que perseguimos:
¡Despertar
es morir!”
(Rima
69)
“La piqueta al hombro,
el sepulturero
cantando entre dientes
se perdió a lo lejos
La noche se entraba,
reinaba el silencio;
perdido en las sombras,
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!”
(Rima 73)
En Machado:
“Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un
país lejano”
(El
Viajero)
“En una tarde clara y amplia como el hastío
cuando su lanza blande el tórrido verano,
copiaban el fantasma de un grave sueño mío
mil sombras en teoría,
enhiestas sobre el llano”
(Horizonte)
“Y dijo: Las Galerías
del alma que espera están
desiertas, mudas, vacías:
las blancas sombras se van”.
(El
poeta)
“Crece en la plaza en sombra
el musgo, y en la piedra Vieja y Santa
de la iglesia. En el atrio hay un mendigo…
más vieja que la iglesia
tiene el alma”.
(Poema
XXXI)
Campos de Castilla de Antonio Machado 1912. |
“Poeta ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiado.
Sin placer y sin fortuna,
pasó como una quimera
mi juventud, la primera…
la sola, no hay más que una:
la de dentro es la de fuera.
Pasó como un torbellino,
bohemia y aborrascada,
harta de coplas y vino,
mi juventud bien amada.
Y hoy miro a las galerías
del recuerdo, para hacer
aleluyas de elegías
desconsoladas de ayer.
¡Adiós, lagrimas cantoras,
lágrimas que alegremente
brotabais, como en la fuente
las limpias aguas sonoras!
¡Buenas lágrimas vertidas
por un amor juvenil,
cual frescas lluvias caídas
sobre los campos de abril!
No canta ya el ruiseñor
de cierta noche serena:
Sanamos del mar de amor
que sabe llorar sin pena.
Poeta ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer
cambiado”
Pero luego de tantas amarguras,
decepciones, frustraciones y desilusiones, el amor llegará al poeta
sorpresivamente. En marzo de 1907 Machado obtiene una cátedra de francés en el
Instituto de Soria, para la que es nombrado por Real Orden del 16 de abril.
¿Pero qué llevó a Machado, un andaluz de pura cepa, a escoger una ciudad tan
lejana y fría como Soria? Conviene aquí hacer una acotación: los hermanos
Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, comediógrafos costumbristas de gran
renombre a comienzos del siglo XX en España, habían estrenado en el Teatro
Odeón de Buenos Aires, el 29 de setiembre de 1906, la comedia en 3 actos “El genio Alegre”. Uno de los amigos de
Machado, Ángel Lázaro, cuenta que cuando los amigos preguntaban a Antonio por
qué había elegido Soria, contestaba socarronamente: “Yo tenía un recuerdo muy bello de Andalucía, donde pasé feliz mis años
de infancia. Los hermanos Quintero estrenaron entonces en Madrid El genio Alegre, y alguien me dijo: “Vaya usted a verla. En esa comedia está toda Andalucía.”.
Fui a ver El genio Alegre. Y me dije: “Si es esto de verdad Andalucía,
prefiero Soria”. Y a Soria me fui”.
El 4 de mayo de 1907
llegaba Antonio a la vieja ciudad de Soria. Desde la estación se dirigió
Machado a la pensión que en el Collado - la calle principal de la ciudad -
tenia don Isidoro Martínez Ruiz. Después de tomar posesión de su cátedra en el
Instituto, Machado permaneció en la ciudad los días suficientes para conocerla;
luego regresó a Madrid para atender a la primera publicación de su segundo
libro, “Soledades. Galerías. Otros
poemas”. Esta permanencia en Soria va a ser decisiva para su vida y para su
obra, pues, aquí surge la inspiración de muchos poemas incluidos en Campos de Castilla y conocerá a quien
será su esposa, Leonor Izquierdo Cuevas, de 15 años de edad, quien vive en la
segunda pensión que habitará Machado en Soria. A él, que le faltaba amor, el
encuentro con la muchacha trastornará su vida. En un poema fechado en 1907,
Machado nos habla de su soledad y de su hastío:
“Recuerdo que una tarde de soledad y hastío,
¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,
bajo el azul monótono, un ancho y terso río
que ni tenía un pobre juncal en su ribera.
¡oh mundo sin encanto, sentimental inopia
que borra el misterioso azoque del cristal!
¡oh el alma sin amores que el Universo copia
con un irremediable bostezo universal!
*
Quiso el poeta recordar a solas,
las ondas bien amadas, la luz de los cabellos
que él llamaba con sus rimas rubias olas.
Leyó… La letra mata: no se acordaba de ellos…
Y un día- como tantos-, al aspirar un día
aromas de una rosa que en el rosal se abría,
brotó como una llama la luz de los cabellos
que él en sus madrigales llamaba rubias olas,
brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos…
y se alejó en silencio
para llorar a solas.”
(Elegía de un madrigal)
en “Humanismos, fantasías, apuntes”
Fotografía de boda de Antonio Machado y Leonor. Julio de 1909. |
“Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando a gritos.
Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones.
El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesca su figura;
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.
Huye de la ciudad… Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
- rojo de herrumbre y pardo de ceniza -
hay un sueño de lirio en lontananza.
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano.
-¡carne triste y espíritu villano! -.
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota”
(en: … Campos de Castilla)
Instituto Antonio Machado, en la cuidad de Soria, España. |
A Leonor Izquierdo
Cuevas, Machado la escuchaba diariamente en la pensión; su voz infantil lo
cautivaba. Era una muchachita menuda y trigueña, de alta frente y de ojos
oscuros. Machado se enamoró de ella desde que la vio. La seguía de lejos cuando
ella caminaba por la orilla del Duero en compañía de sus tías y hermanitos,
entre los chopos y los álamos, o la observaba tras de su ventana la miraba en
el balcón frontero, o escuchaba embelesado sus paliques. Machado, después de
algunas vacilaciones, comunicó a su madre sus intenciones de casarse.
El 30 de julio de 1909
se celebró la boda en la iglesia de Nuestra Señora la Mayor, de Soria. Viven en
la casa de los padres de Leonor, en la calle Estudios. Quizá por primera vez en
su vida, Antonio conoce la felicidad y tiene consciencia de ella. Pero parece
que la dicha no puede estar del lado del poeta. Estando en Francia de 1911,
Leonor tiene un vómito de sangre como consecuencia de la hemoptisis que la
aqueja. Leonor es atendida en un sanatorio. El clima de París no es el más
adecuado para una tuberculosa; lo más aconsejable era regresar a Soria. Machado
se ha gastado todo el presupuesto del viaje en la cuenta del hotel y del
sanatorio. Pero allí estaba Rubén para extender la mano del amigo en desgracia.
“Querido amigo y admirado maestro-
escribe Machado a Darío en una breve misiva-, le supongo al tanto de nuestras
desventuras por Paca (Francisca Sánchez, esposa de Darío) y Mariquita que
tuvieron la bondad de visitarme en este sanatorio. Leonor se encuentra algo
mejorada y los médicos me ordenaron que me la lleve a España, huyendo del clima
de París que juzgan para ella mortal. Así, pues, yo he renunciado a mi pensión
y me han concedido permiso para regresar a mi cátedra; pero los gastos de viaje
no me los abonan hasta el próximo mes en España. He aquí mi conflicto. ¿Podría
usted adelantarse doscientos cincuenta o trescientos francos que yo le pagaría
a usted a mi llegada a Soria? Tengo algunos trabajos para la revista que le
remitiré si usted quiere. Le ruego que me conteste lo antes posible, y que
perdone tanta molestia a su mejor amigo”. Rubén, que se da cuenta de la
tragedia de su amigo, lo socorre. Instalados en Soria, los Machado viven en su Vía crucis.
La primavera llega a
Soria aromando el aire y verdeando los viejos olmos del Duero. Antonio se halla
extasiado por la magia que le imprime el paisaje soriano.
Pero conviene anotar que
Soria estaba ligada al recuerdo y a la vida de Gustavo Adolfo Bécquer, el bardo
que más amaba Machado. Y la Soria cantada por Bécquer pudo ejercer su hechizo
en el alma del nuevo poeta; El monte de
las ánimas, Los ojos verdes y Rayo
de luna, tres de las más celebradas leyendas de Bécquer tienen como fondo
geográfico la ciudad castellana.
Soria se le metió en el
alma a Machado desde su primer encuentro con aquella ciudad pequeña, clara e íntima.
Ahí llegó el 4 de mayo de 1907. Allí se instaló en la pensión de don Isidoro
Martínez Ruiz, quien años más tarde recordaría al poeta como un “hombrachón con alma de niño…, algo
desatinado en el vestir…, silencioso y retraído, pero hombre bondadoso y
exquisito…” Machado incluyó en “Soledades,
Galerías y otros poemas”, que ya estaba en prensa en Madrid, el poema “Orilla del Duero”, que es doblemente
importante, pues no sólo es el primer poema de Machado en el que aparece
cantado el paisaje de Soria, sino que es, en realidad, el germen de su gran
libro Campos de Castilla.
Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.
Girando en torno a la torre y al caserón solitario,
ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco
invierno,
de nevascas y ventiscas los crudos soplos de
infierno.
Es una tibia mañana.
El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.
Pasados los verdes pinos,
casi azules, primavera
se ve brotar en los finos
chopos de la carretera
y del rio. El Duero corre, terso y mudo,
mansamente.
El campo parece, más que joven, adolescente.
Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,
azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
y mística primavera!
¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,
espuma de la montaña
ante la azul lejanía,
sol del día, claro día!
¡Hermosa tierra de
España!
(de: Soledades)
Río Duero España. |
A ORILLAS DEL DUERO
Meditaba
el mes de julio. Era hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitaban las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor- romero, tomillo, salvia, espliego-.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
-
harapos esparcidos de un
viejo arnés de guerra -,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria. –Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la torre castellana - .
Veía el horizonte cerrado por colinas
oscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes del río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos!- carros, jinetes y arrieros-,
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roqueadas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrepitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danza ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre
en otro tiempo fecundaba en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
podría la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar: ¿qué pasa?
Y la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla
miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
-
ya irán a su rosario las
enlutadas viejas -.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se
oscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y
al pedregal desierto.
(de: Campos de Castilla)
Al considerar el paisaje
como un telón de fondo, se comprueba la importancia que tiene este segundo
texto “A orillas del Duero”. El poeta empieza ascender cualquiera de los dos
cerros limítrofes: el Castillo o el Mirón, para desde allí describirnos el
paisaje humano y geográfico, celeste y climático. Es importante ver cómo lo hacía
Machado: en todas direcciones, desde la altura de Soria, 1,056 metros sobre el
nivel del mar. Física y simbólicamente continúa remontándose para contemplar la
grandeza y la miseria de España: su pasado y su presente. Quizá, con los ojos
del poeta, podamos vislumbrar el futuro. Entre los poemas más representativos
entre los que aparece el campo están “A
orillas del Duero”, “Orillas del Duero”, “Los encinares”, “En abril, las aguas mil”, “A un olmo seco”,
etc., el paisaje va descendiendo de los cerros a la costa: desde las tierras
altas, hasta la ribera sevillana o a la huerta valenciana. Aquel campo de
Castilla invita a ver el cielo, donde las aves repaces pueblan las alturas y
habitan en los cerros colorados. Algunas hierbas montaraces: el espliego, el
romero, la salvia y el tomillo, que son utilizadas como medicamentos. Abajo la
tierra parda. A lo lejos, sierras sin vegetación. Cercando a Soria, el rio
Duero, que es como una extensa espera a través de la larga sequía. En sus
márgenes, los álamos verdes entre tanta desolación.
La ciudad, Soria,
fortificada como baluarte contra los moros en las antiguas guerras de
reconquista. En derredor, el horizonte llega hasta las distantes colinas,
cubiertas en la altura por robles y encinares rojizos, y en la base, peñascos y
reducidas praderas que el mismo pastor ha quemado para obtener pastos al
comienzo de la lejana primavera. Sus rebaños de ovejas, rumbo a Zamora y León.
El ganado vacuno es alimentado con los forrajes de la cosecha anterior. Las
cigüeñas, que son de regiones frías, anidan en los campanarios de las múltiples
iglesias. Por los caminos: pasajeros, arrieros, algunos en carros de caballos y
otros en su cabalgadura. Pocos charcos o arroyos y arboledas para las cansadas
bestias de carga; los parajes, sin albergues. Los pueblos ruinosos con
torreones, antiguas fortalezas y castillos (precisamente por ellos se llama a
esta región, Castilla: lugar de los castillos).
Antonio Machado. |
Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a
Dios sobre la guerra
Las tierras abandonadas
en aquella época, porque los campesinos van de jornaleros a regiones costeras o
a los viñedos. A pesar de todo Machado cree que aún hay esperanza; ama estos
lugares y los interroga. Espera que Castilla no desdeñe el progreso, y la
increpa porque conoce y estima su glorioso pasado: “Castilla miserable, ayer dominadora” que emprendió “la más osada aventura de la historia”:
ORILLAS DEL DUERO
¡Primavera soriana, primavera
humilde, como el sueño de un bendito,
de un pobre caminante que durmiera
de cansancio en un páramo infinito!
¡Campillo amarillento,
como tosco sayal de campesina,
pradera de velludo polvoriento
donde pace la escuálida merina!
¡Aquellos diminutos pegujales
de tierra dura y fría,
donde apuntan centenos y trigales
que el pan moreno nos darán un día!
Y otra vez roca y roca,
pedregales
desnudos y pelados serrijones,
la tierra de las águilas caudales,
malezas y jarales,
hierbas monteses, zarzas y cambrones.
¡Oh tierra ingrata y fuerte,
tierra mía!
¡Castilla, tus decrepitas ciudades!
¡La agria melancolía
que puebla tus sombrías soledades!
¡Castilla varonil, adusta tierra,
Castilla del desdén contra la suerte,
Castilla del dolor y de la guerra,
tierra inmortal, Castilla de la muerte!
Era una tarde, cuando el campo
huía
del sol, y en el asombro del planeta,
como un globo morado aparecía
la hermosa luna, amada del poeta.
En el cárdeno cielo violeta
alguna clara estrella fulguraba.
El aire ensombrecido
oreaba mis sienes, y acercaba
el murmullo del agua hasta mi oído.
Entre cerros de plomo y de
ceniza
Manchados de roídos encinares,
y entre calvas roqueadas de caliza,
iba a embestir los ocho tajamares
del puente el padre río,
que surca de Castilla el yermo frio.
¡Oh Duero, tu agua corre
y correrá mientras las nieves blancas
de enero el sol de mayo
haga fluir por hoces y barrancas,
mientras tengan las sierras su turbante
de nieve y de tormenta,
y brille el olifante
del sol, tras de la nube cenicienta!...
¿Y el viejo romancero
fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?
¿Acaso como tú y por siempre, Duero,
irá corriendo hacia la mar Castilla?
(de: Campos de Castilla)
Por eso el Duero que
atraviesa esa región semidesértica es un símbolo de la constancia exigida para
hacer prosperar aquellos áridos campos. Las tierras del sur, que también canta
el poeta en este libro, contrastan con las tierras altas, por ser menos austeras.
En gran parte de Andalucía se ha utilizado el agua, no muy abundante, con
rigurosa economía en huertos de naranjos y limeros. Hay cosechas de trigo como
el centro. Jardines cuidados con esmero donde se desarrolla la agricultura en
forma más favorecida. En su natal Sevilla, ciudad fluvial y puerto, hay
palmeras, fuentes de agua clara, jardines con nardos, claveles, albahaca y
hierbabuena. Olivares que abundan en toda esta región:
“¡Viejos olivos sedientos
bajo el claro sol del día,
olivares polvorientos
del campo de Andalucía!
¡El campo andaluz, peinado
por el sol canicular,
de loma en loma rayado
de olivar y de olivar!
Son las tierras
soleadas,
anchas lomas, lueñes sierras
de olivares recamadas”
“Los olivos”
(en: Campos de Castilla)
Pero, además, el poema “Orillas del Duero” contiene, también
por primera vez, un tema entrañable para Machado: el de la primavera soriana,
tema que le imperó algunos de sus más bellos poemas; bastaría citar sólo uno de
ellos: “A José María Palacio”, fechado
en Baeza, el 29 de abril de 1913…
A JOSÉ MARÍA PALACIO
Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, primavera tarda,
¡pero es tan bella y duce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entre las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en la sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
Y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde
está su tierra…
(en: Campos de Castilla)
Antonio Machado (a la izquierda), con su hermano José, la mujer de éste, Matea Monedero, las tres hijas de ambos, Carmen, María y Eulalia; y la madre de los Machado, Ana Ruiz, Madrid, hacia 1933. |
Las riberas ya estarán
habitadas por ruiseñores, habrá rosas y lirios en los jardines. Cuán distinto
este paisaje del anterior en tiempo de sequía, de aquellos páramos donde casi
no se advertía vida ni movimiento. Ahora sabemos que las pocas y reducidas
sementeras son de trigo; además, existen chopos, árboles de las regiones
húmedas y templadas. Nos damos cuenta de que no todo es yermo, hay trabajo y cosechas.
Pero el éxito de “Campos de Castilla”, aunque lo
halague, no deslumbra a Machado, a quien sólo preocupa en esos días la
enfermedad de su mujer. La muerte llega al lecho de Leonor el día 1 de agosto
de 1912. Antonio la toma entre sus brazos y no quiere aceptar que ha muerto: “¡Es un colapso!”, grita “Mi niña quedó tranquila / dolido mi
corazón”, recordaría más tarde el poeta en un conmovedor romance evocando
ese instante en que la muerte entró en su casa:
“Una noche de verano
- estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa -
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
-ni siquiera me miró -,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón.
¡Ay, lo que la muerte ha roto
Era un hilo entre los
dos!
(CXXIII, en Campos de Castilla)
La muerte de Leonor hundió
a Machado en un estado de desesperación que le costó trabajo superar. Es el
momento en que se escucha su desgarrador dolor en cuatro desolados versos:
“Señor, ya me arrancaste
lo que yo más quería.
Oye esta vez, Dios mío,
mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo,
Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos
mi corazón y el mar”
(CXIX, en Campos de Castilla)
Leonor, foto de 1909. |
“Cuando perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro. El éxito de mi libro [Campos
de Castilla] me salvó, y no por vanidad, ¡bien lo sabe Dios!,
sino porque pensé que si había en mí una fuerza útil no tenía derecho a
aniquilarla”.
Entre los poemas añadidos,
años más tarde, al núcleo inicial de Campos de Castilla, hay que citar las
conmovedoras evocaciones por la esposa muerta. He aquí cuatro remembranzas que
hace el poeta a la memoria de Leonor:
“Dice la esperanza: un día
la verás, si bien esperas.
Dice la desesperanza:
sólo tu amargura es ella.
Late, corazón… No todo
se lo ha tragado la
tierra.”
(CXX, en Campos de Castilla)
“Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando en sueños…
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado,
pensativo y viejo.”
(CXXI, en Campos de Castilla)
El dolor lo lleva a
Machado por un sendero de ensueños y nostalgia. La ausencia de la amada cobra
corporeidad en esa magín que oscila entre el recuerdo y la ausencia:
“Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras
hacia los montes azules
una mañana serena
sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de una alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la
tierra!”
(CXXII, en Campos de Castilla)
El transcurrir del
tiempo va, de alguna manera, apaciguando el dolor primero; la resignación por
la ausencia de la esposa se va asentando en el alma del poeta, moderando el
ánimo tan convulsionado otrora. El paso del tiempo se refleja en la naturaleza,
en el verdor de las vegas, en la desaparición de la nieve, en las zarzas
blanquecinas, en el florecimiento de los ciruelos:
“Al borrarse la nieve, se alejaron
los montes de la sierra,
la vega ha verdecido
al sol de abril, la vega
tiene la verde llama,
la vida, que no pesa;
y piensa el alma en una mariposa,
atlas del mundo, y sueña
con el ciruelo en flor y el campo verde,
con el glauco vapor de la ribera,
en torno de las ramas,
con las primeras zarzas que blanquean,
con este dulce soplo
que triunfa de la muerte y de la piedra,
esta amargura que me ahoga fluye
en esperanza de Ella…”
(CXXIV, en Campos de Castilla)
Antonio Machado, en el Café de las Salesas, Madrid, enero de 1934 |
“La muerte de mi mujer
dejó un espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la
muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella, pero sobre el amor está la
piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir. Hubiera dado mil
vidas por la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento
mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. Tal vez
por esto viniera Dios al mundo. Pensando en esto me consuelo algo. Tengo a
veces esperanza. Una fe negativa es también absurda. Sin embargo, el golpe fue
terrible y no creo haberme repuesto. Mientras luché a su lado contra lo
irremediable me sostenía mi consciencia de sufrir mucho más que ella, pues
ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dolorosa. En
fin, hoy vive en mí más que nunca, y algunas veces creo firmemente en que la he
de recordar. Paciencia humanidad”
Soria se convirtió en
una paradoja para Machado: allí fue dichoso con Leonor Izquierdo Cuevas, pero
también aquello rincón de España con frescos naranjales, con su Guadalquivir
corriendo entre los campos, con sus campanarios y sus cigoñinos, con sus pastores
y sus rebaños, fue testigo del golpe más duro que recibiría el poeta. El
recuerdo de la esposa fallecida sería más lacerante si continuaba viviendo y
recorriendo los mismos lugares donde había sido tan feliz, donde cada piedra,
cada camino, cada jardín, cada calle, le traería recuerdos de aquella
felicidad, trocada luego en penosa agonía. Una semana después de la tragedia,
Antonio coge el tren para Madrid. El
porvenir castellano. El “periodiquillo”
soriano que el contribuyó a fundar -, en su edición del 8 de agosto: “En el tren de la noche de hoy salen para
Madrid nuestro querido amigo don Antonio Machado y su buena madre, la
respetable señora doña Ana Ruiz”.
Doña Ana había acudido a
Soria para estar al lado de su hijo y de la enferma “porque el amar a un hijo más que a todo / es la gran ley de Dios de
las mujeres”, versa Campoamor. Y hasta Soria siguió doña Ana al poeta como
lo seguiría años más tarde hasta su tumba en Collioure. En Madrid gestiona
Machado en el Ministerio su traslado a otro Instituto. Y fue así como llegó a
Baeza el 29 de octubre de 1912. Pero si el poeta huye de Soria, porque Soria
sin su esposa sería la más horrible de las soledades, siempre llevará a esa
ciudad en su corazón, y el recuerdo punzante de la ciudad del Duero va a
hacerse en el inseparable del doloroso recuerdo de Leonor. “Se canta lo que se
pierde”, dice una copia del poeta, y ahora que ha perdido a Soria como perdió a
Leonor, el poeta necesitará cantarla en sus versos inmortales:
RECUERDOS
Oh Soria, cuando miro los frescos naranjales
cargados de perfume, y el campo enverdecido,
abiertos los jazmines, maduros los trigales,
azules las montañas y el olivar florido;
Guadalquivir corriendo al mar entre vergeles;
y al sol de abril los huertos colmados de azucenas,
y los enjambres de oro, para libar sus mieles
dispersos en los campos, huir de sus colmenas;
yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares,
barriendo el cierzo helado tu campo empedernido;
y en sierras agrias sueño- ¡Urbión, sobre pinares!
¡Moncayo blanco, al cielo aragonés, erguido!-
Y pienso: Primavera, como un escalofrío
irá a cruzar el alto solar del romancero,
ya verdearán de chopos las márgenes del río.
¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero?
Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas,
y la roqueda parda más de un zarzal en flor;
ya los rebaños blancos, por entre grises peñas,
hacia los altos prados conducirá el pastor.
¡Oh, en el azul, vosotras, viajeras golondrinas
que vais al joven Duero, rebaños de merinos
con rumbo hacia las altas praderas numantinas,
por las cañadas hondas y al sol de los caminos;
hayedos y pinares que cruza el ágil ciervo,
montañas, serrijones, lomazos, parameras,
en donde reina el águila, por donde buscara el
cuervo
su infecto expoliario; menudas sementeras
cual sayos cenicientos, casetas y majadas
entre
desnuda roca, arroyos y hontanares
donde a la tarde beben las yuntas fatigadas,
dispersos huertecillos, humildes abejares!...
¡Adiós, tierra de Soria; adiós el alto llano
cercado de colinas y crestas militares
alcores y roqueadas del yermo castellano,
fantasmas de robledos y sombras de encinares!
En la desesperanza y en la melancolía
de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva.
Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía,
por los floridos valles,
mi corazón te lleva.
En el
tren, abril de 1912
(en, Campos de Castilla)
Dentro de la obra de
Machado cobra gran importancia “La
tierra de Alvargonzález”, poema prosificado que fue publicado en la revista
Mundial, de París, núm. 9, enero de 1912. La vida de la tierra y la tragedia de
sus hombres nos las ha retratado el poeta en este texto que ha sido
desarrollado en dos formas: en prosa, como un cuento leyenda, a la manera de Bécquer,
alternando el dialogo con la descripción y la acción. El mismo tema, en verso,
lo aprovecha Machado, a la manera de romance, pero sin arcaísmos. En el prólogo
de Campos de Castilla, escribe
Machado:
“Me pareció el romance
la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo Romancero. A este
propósito responde La tierra de
Alvargonzález Muy lejos estaba yo de
pretender resucitar el género en su sentido tradicional. La confección de
nuevos romances viejos- caballerescos o moriscos- no fue nunca de mi agrado, y toda simulación de arcaísmo me
pareció ridícula… Pero mis romances no emanan de heroicas gestas, sino del
pueblo que los compuso y de la tierra donde se cantaron”.
Manuel Machado, la actriz Margarita Xirgu y Antonio Machado, en el Teatro Español, 26 de marzo de 1932. |
He aquí una breve
síntesis sobre este bello romance. Alvargonzález, padre de tres hijos varones y
poseedores de una hacienda mediana, tiene una pesadilla en la que sus dos hijos
mayores le dan muerte, envidiosos del amor que siente por el más pequeño. El
sueño se hace realidad y los asesinos lo arrojan a la Laguna Negra, con una
piedra atada a los pies para que se hunda y el crimen quede oculto. La madre
muere de pena. Juan y Martín, los asesinos, heredaron la hacienda, pues el
menor- Miguel- había sido destinado a la Iglesia.
El primer año obtienen
buena cosecha, pero después la tierra, como castigo, ya no produce y se ven
reducidos a la miseria. El menor, que se supone había emigrado a América,
regresa una noche de invierno, como indiano rico, a la casa donde se reúne la
familia. Se aparece la imagen del padre abriendo misteriosamente la puerta, con
un haz de leña al hombro y un hacha en la mano. No obstante este aviso, los
mayores venden a Miguel parte de las tierras y malgastan el dinero. Las de
Miguel producen con abundancia, en tanto que las de sus hermanos se resisten a
ser cultivadas, por lo cual le vuelven a tener envidia. Un día que Juan y
Martín emprendieron un viaje, aquél le cuenta a su hermano que la noche
anterior había visto a un anciano cultivar el huerto de Miguel con un haz de
plata, en un ambiente sobrenatural. Cuando al atardecer los homicidas pasan por
la Laguna Negra, acosados por el remordimiento y el miedo, sienten que el campo
y el bosque cobran vida, y en una visión de pesadilla los obligan a arrojarse
desde la alta peña a la laguna.
Como anécdota diremos
que cuando Machado residía en Baeza, llegó a esta ciudad un grupo de
estudiantes de la Universidad de Granada, en viaje de estudios. Estamos a 8 de
junio de 1916. Los estudiantes acuden a visitarlo, bajo la custodia de un
profesor, que presenta a uno de ellos con el nombre de Federico. Comenta que
éste tiene buena disposición para la música (ha estudiado con el gran
compositor Manuel de Falla) y que toca muy bien el piano. Esa misma tarde se
organiza un recital en el Instituto de la localidad, con asistencia del
profesorado. Allí se acerca el joven a Antonio y le confiesa: “A mí me gusta la poesía y la música”.
La concurrencia pide a Machado que lea alguna de sus composiciones; el poeta
lee el romance La tierra de
Alvargonzález. Al terminar recibe una calurosa ovación del público
impresionado por la lectura en voz del autor.
De izquierda a derecha Antonio Machado, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala; en el Teatro Juan Bravo, de Segovia, el 14 de febrero de 1931. |
En prosa:
Siendo Alvargonzález
mozo, heredó de sus padres rica hacienda. Tenía casa con huerta y colmenar, dos
prados de fina hierba, campos de trigo y de centeno, un trozo de encinar no
lejos de la aldea, algunas yuntas para el arado, cien ovejas, un mastín y
muchos lebreles de caza.
Prendóse de una linda
moza en tierras del Burgo, no lejos de Berlanga, y al año de conocerla la tomó
por mujer. Era Polonia, de tres hermanas, la mayor y la más hermosa, hija de
labradores que llaman los Peribáñez, ricos en otros tiempos, entonces dueños de
menguada fortuna.
Famosas fueron las bodas
que se hicieron en el pueblo de la novia y las tornabodas que celebró en su
aldea Alvargonzález. Hubo vihuelas, rabeles, flautas y tamboriles, danza
aragonesa y fuegos al uso valenciano. De la comarca que riega el Duero, desde
Urbión, donde nace, hasta que se aleja por tierras de Burgos, se habla de las
bodas de Alvargonzáles y se recuerdan las fiestas de aquellos días, porque el
pueblo no olvida nunca lo que brilla y truena.
En verso:
Siendo mozo Alvargonzález,
dueño de mediana hacienda,
que en otras tierras se dice
bienestar y aquí, opulencia,
en feria de Berlanga
prendóse de una doncella,
y la tomó por mujer
al año de conocerla.
Muy ricas las bodas fueron
y quien las vio las recuerda;
sonadas las tornabodas
que hizo Alvar en su aldea;
hubo gaitas, tamboriles,
flauta, bandurria y vihuela,
fuegos a la valenciana
y danza a la aragonesa.
En prosa:
Mala muerte dieron al
labrador los malos hijos a la vera de la fuente. Un hachazo en el cuello y
cuatro puñaladas en el pecho pusieron fin al sueño de Alvargonzález. El hacha
que tenían de sus abuelos y que tanta leña cortó para el hogar, tajó el robusto
cuello que los años no habían doblado todavía, y el cuchillo con que el buen
padre cortaba el pan moreno que repartía a los suyos en torno a la mesa,
hendido había el más noble corazón de aquella tierra. Porque Alvargonzález era
bueno para su casa, pero era también mucha su caridad en la casa del pobre.
Como padre habían de llorarle cuantos alguna vez llamaron a su puerta, o alguna
vez le vieron en los umbrales de las suyas.
Los hijos de
Alvargonzález no saben lo que han hecho. Al padre muerto arrastran hacia un
barranco por donde corre un río que busca al Duero. Es un valle sombrío lleno
de helechos, hayedos y pinares.
Y lo llevan a la Laguna
Negra, que no tiene fondo, y allí lo arrojan con una piedra atada a los pies.
La laguna está rodeada de una muralla gigantesca de rocas grises y verdosas,
donde anidan las águilas y los buitres. Las gentes de la sierra en aquellos
tiempos no osaban acercarse a la laguna ni aun en los días claros. Los
viajeros, como usted, visitan estos lugares han hecho que se les pierda el
miedo.
En verso:
A la vera de la fuente
quedó Alvargonzález muerto.
Tiene cuatro puñaladas
entre el costado y el pecho,
por donde la sangre brota,
más un hachazo en el cuello.
Cuenta la hazaña del campo
el clara corriendo,
mientras los dos asesinos
huyen hacia los hayedos.
Hasta la Laguna Negra,
bajo las fuentes del Duero,
llevan el muerto, dejando
detrás un rastro sangriento;
y en la laguna sin fondo,
que guarda bien los secretos,
con una piedra amarrada
a los pies, tumba le
dieron.
Estatua de Antonio Machado en la calle San Pablo de Baeza. |
En la misma carta,
fechada en 1943, compara Baeza con Soria, y destaca la superioridad espiritual
de la ciudad castellana sobre la andaluza: “Reconozco
la superioridad espiritual de las tierras pobres del Duero. En lo bueno y en lo
malo supera aquella gente. Esta Baeza, que llaman Salamanca Andaluza, tiene un
Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios Colegios de Segunda
Enseñanza, y apenas sabe leer un 30 por ciento de la población. No hay más que
una librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos
clericales y pornográficos. Es la comarca más rica de Jaen y la ciudad está
poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta. La profesión de
jugador de monte se considera muy horrorosa. Es infinitamente más levítica y no
hay un átomo de religiosidad. Se habla de política- todo el mundo es
conservador- y se discute con pasión cuando la Audiencia de Jaen viene a
celebrar un juicio por jurados… Por lo demás el hombre del campo trabaja y
sufre resignado o emigra en condiciones tan lamentables que equivalen al
suicidio”.
A estos “señoritos” andaluces ya había retratado
en un poema, revelando el desprecio que sentía por ellos. A estos tipejos los
retrata sarcásticamente en su poesía “Llanto
de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido”, un reverso
esperpéntico de las Coplas de Jorge Manrique:
Al fin, una pulmonía
mató a don Guido, y están
las campanas todo el día
doblando por él: ¡din-dan!
Murió don Guido, un señor
de mozo muy jaranero,
muy galán y algo torero;
de viejo, gran rezador.
Dicen que tuvo un serrallo
este señor de Sevilla;
que era diestro
en manejar el caballo
y un maestro
en refrescar manzanilla.
Cuando mermó su riqueza,
era su monomanía
pensar que pensar debía
en asentar la cabeza.
Y asentóla
de una manera española,
que fue casarse con una
doncella de gran fortuna;
y repintar sus blasones,
hablar de las tradiciones
de su casa,
escándalos y amoríos
poner tasa,
sordina a sus desvaríos.
Gran pagano,
se hizo hermano
de una santa cofradía;
el Jueves Santo salía,
llevando un crio en la mano
-¡aquel trueno!-,
vestido de nazareno.
Hoy nos dice la campana
que han de llevarse mañana
al buen don Guido, muy serio,
camino del cementerio.
Buen don Guido, ya eres ido
y para siempre jamás…
Alguien dirá: ¿Qué dejaste?
Yo pregunto: ¿Qué llevaste
al mundo donde hoy estas?
¿Tu amor a los alamares
y a las sedas y a los oros,
y a la sangre de los toros
y al humo de los altares?
Buen don Guido y equipaje,
¡buen viaje!...
El acá
y el allá,
caballero,
se ve en tu rostro marchito, lo infinito:
cero, cero.
¡Oh las enjutas mejillas,
amarillas,
y los parpados de cera,
y la fina calavera
en la almohada del lecho!
¡Oh fin de una aristocracia!
La barba canosa y lacia
sobre el pecho;
metido en tosco sayal,
las yertas manos en cruz,
¡tan formal!
el caballero andaluz.
(en: … Campos de Castilla)
Este severo juicio del
ambiente y las gentes de Baeza no le impidió, sin embargo, hacer algunas
amistades con las cuales disfrutaba de acaloradas tertulias y placenteras
caminatas. Aunque los años de Baeza fueron importantes en la evolución
espiritual de Machado, y literalmente fecundos, es evidente que no se hallaba a
gusto en la vieja ciudad andaluza, tan muerta espiritualmente, en contraste con
el vigor de la mística Soria. En cartas a Unamuno y a Juan Ramón Jiménez
manifiesta su sentimiento: “Yo sigo este
poblachón moruno, sin esperanzas de salir de él; es decir, resignado, aunque
satisfecho”, escribe a Unamuno en diciembre de 1914. Pero como no hay mal
que dure cien años, al fin el autor de Campos
de Castilla logra una plaza de profesor en el Instituto de Segovia, ciudad
en la que se instala el 28 de noviembre de 1919. Manuel Muñoz López, alumno de
Machado, ha evocado una breve semblanza del poeta:
“La figura de don
Antonio era importante. Tenía los pies grandes y juanetudos; al andar los
arrastraba un poco con sus botas negras de punta redonda. Era bastante
desaliñado, y los trajes, siempre de color oscuro, los llevaba algo arrugados,
y el pantalón un poco largo y con rodilleras. Solía usar una chaqueta cruzada
con los bolsillos abultados, llenos de papelotes, el Heraldo de Madrid y el paquete de tabaco
de cuarterón. Cuando en clase liaba sus cigarros, desparramaba por la mesa gran
cantidad de tabaco que luego arrojaba al suelo de un manotazo. Usaba camisa de
pechera y cuello de pajarita, corbata larga, puños almidonados de brillo,
grande y ancho, que en invierno permitían ver por debajo los de la camiseta
larga de punto inglés. Llevaba siempre sombrero flexible que, aunque algo
haldudo, era de los que entonces se estilaban”.
Carta de Machado a Juan Ramón Jiménez. |
La causa del destierro
fue el haberse publicado en Buenos Aires, sin permiso de su autor, una carta
particular de don Miguel de Unamuno criticando en términos violentos la
dictadura de Rivera. Años después, Unamuno, como otros hombres de primera fila
en la cultura española, padecería también en su espíritu a causa de la Guerra
Civil. Unamuno, a quien los errores de los republicanos habían alejado de la
República, acogió primero con entusiasmo la rebelión del general Franco, pero
murió de pena al ver a su bien amada Salamanca plagada de nazis.
¿Cómo sucedió este
cambio de actitud de los más eminentes intelectuales que antes de la guerra
estaban a favor de la República? Veamos.
En su mayor parte se encontraban en la España republicana al ocurrir el
alzamiento. Firmaron un manifiesto en el que se pedía apoyo para la Republica.
Las firmas de este manifiesto incluían las del médico y biógrafo doctor
Marañón, el embajador y novelista Pérez de Ayala, el historiador Menéndez
Pidal, y el prolífico escritor y filósofo José Ortega y Gasset. Sin embargo, el
efecto de las atrocidades republicanas y de la creciente influencia de los
comunistas hizo que estos hombres, que habían tenido una parte tan importante
en la creación de la Republica en 1931, aprovecharán cualquier oportunidad que
tuvieran a su alcance para marchar al extranjero. Una vez allí, retiraron su
apoyo a la Republica. Un camino enteramente contrario fue el seguido por el
filósofo vasco Miguel de Unamuno, autor de Del
sentimiento trágico de la vida y portaestandarte de la generación del 98.
Como rector de la Universidad de Salamanca, se encontró al principio de la
guerra civil en territorio nacionalista.
Todavía el 15 de septiembre, continuaba apoyando al movimiento
nacionalista en “su lucha por la
civilización contra la tiranía”. Pero el 12 de octubre había cambiado. En
esta fecha, día de la Fiesta de la Raza, se celebró una gran ceremonia en el
paraninfo de la Universidad de Salamanca. Estaba presente el obispo de
Salamanca. Se encontraba allí el gobernador civil. Asistía la señora de Franco.
Y también el general Millán Astray. En la presidencia estaba Unamuno, rector de
la Universidad. Después de las formalidades iniciales, Millán Astray atacó
violentamente a Cataluña y a las provincias vascas, describiéndolas como “cánceres en el cuerpo de la nación. El
fascismo, que es el sanador de España, sabrá cómo exterminarlas, entrando en la
carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos”.
Desde el fondo del paraninfo, una voz gritó el lema de Millán Astray: “¡Viva la muerte!” Millán Astray dio a
continuación los habituales gritos excitadores del pueblo: “¡España!”, gritó.
Automáticamente, cierto número de personas contestaron: “¡Una!”. “¡España!”, volvió a gritar
Millán Astray. “¡Grande!”, replicó su
auditorio, todavía algo remiso. Y al grito final de “¡España!” de Millán Astray, contestaron sus seguidores “¡Libre!”. Algunos falangistas, con sus
camisas azules saludaban con el saludo fascista al inevitable retrato sepia de
Franco que colgaba de la pared sobre la silla presidencial. Todos los ojos
estaban fijos en Unamuno, que se levantó y dijo: “Estáis esperando más palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy
incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir.
Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer
algunos comentarios al discurso de- por llamarlo de algún modo- del general
Millán Astray que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa
personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo,
como sabéis, nací en Bilbao. El obispo - y aquí Unamuno señaló al
tembloroso prelado que se encontraba a su lado - lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona.” Se
detuvo.
En la sala se había extendido un temeroso silencio. Jamás se había
pronunciado discurso similar en la España nacionalista. ¿Qué iría a decir a
continuación el rector? “Pero ahora-
continuó Unamuno - acabo de oír el necrófilo e insensato grito, “Viva la muerte”.
Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de
alguien que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que
esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un
inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido
de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay
actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá
muchísimos más. Me atormenta el pensar que le general Millán Astray pudiera dictar
las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carece de la grandeza
espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo
cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”.
En este momento, Millán Astray no se pudo detener por más tiempo, y
gritó: “¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la
muerte!”, clamoreado por los falangistas. Pero Unamuno continuó: “Este es el templo de la inteligencia. Y yo
soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque
tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que
persuadir. Y para persuadir necesitamos algo que os falta: razón y derecho en
la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.
Siguió una larga pausa. Luego, con un valiente gesto, el catedrático de derecho
canónico salió a un lado de Unamuno, y la señora de Franco al otro. Pero esta
fue la última clase de Unamuno. En adelante, el rector permaneció arrestado en
su domicilio.
Sin duda hubiera sido encarcelado, si los nacionalistas no hubieran
temido las consecuencias de tal hecho. Unamuno moría con el corazón roto de
pena el último día de 1936. La tragedia de su últimos meses constituyó la
expresión natural de una sociedad en la que, por una ley publicada en
septiembre, todos los libros de “tendencias socialistas o comunistas habían de
ser destruidos como medida de salud pública”. En diciembre, todos estos libros,
o cualesquiera en los que se tratase de materias “generalmente subversivas”,
hubieron de ser entregados a las autoridades en un plazo de cuarenta y ocho
horas.
Antonio Machado. |
Lo cierto es que ya en
sus años de Baeza, si el corazón de Machado sufría de ausencia y soledad,
también estaba abierto a la esperanza, y acaso soñaba con nuevas primaveras. En
“Proverbios y Cantares” leemos:
“Poned atención:
un corazón solitario
no es un corazón”
(LXVI)
Y esta primavera llegó.
Tenía Machado cincuenta y tres años cuando apareció Guiomar en su vida, la
misma bella Guiomar a la que canta en sus canciones. La mujer se llamaba, como
se supo después, era Pilar de Valderrama y se conocieron en Segovia en junio de
1928, lugar a donde Guiomar había acudido para curarse de una depresión
nerviosa por consejo de su médico. Como ella escribía poesía no tuvieron
inconveniente en reunirse para intercambiar opiniones; Machado quedó
deslumbrado ante la bella dama. Por las cartas existentes, parece evidente que
la relaciones entre el poeta y “su
diosa”, como la llama, no pasaron nunca de lo que pudiéramos llamar una
amistad amorosa, en la que lo espiritual predominaba sobre lo físico, si alguna
vez lo hubo, pues, Guiomar, era una mujer casada, de ahí que el poeta, hasta su
muerte, mantuviera escondida la identidad de Pilar.
La proclamación de la República
el 14 de abril de 1931 sorprende a Machado en Segovia. La instauración de la
República va a tener una consecuencia favorable para Machado: su traslado, en
octubre de 1931, a Madrid, para ocupar la cátedra de francés de un nuevo
Instituto, el Calderón de la Barca. Atrás queda el sufrimiento como huésped de
humildes pensiones provincianas. A Guiomar suele verla una vez a la semana;
única gran ilusión capaz de curar sus dolencias. Cuando Unamuno viaja a Madrid,
visita siempre a Machado. “Vengo a saludar
al hombre más descuidado de cuerpo y más limpio de alma de cuantos conozco”,
comenta el escritor vasco. En abril de 1934 visita al poeta de “Campos de Castilla”, su amigo Juan
Guerrero Ruiz. El amigo llega a la casa de la calle general Arrando: “Unos momentos y aquí está saludándome con
amable atención el poeta”, cuenta Guerrero en una página evocadora. “Muchas veces me había dicho desde su verso:
“ya conocéis mi torpe aliño indumentario”; pero sinceramente, yo no creía que
fuera tanto, ni aun para andar por casa. Un guardapolvo de dril usado, que sólo
abotona hasta la cintura, deja ver lo que si yo fuera una dama me hubiera hecho
enrojecer: el pantalón todo desabotonado y entreabierto. Yo alzo la mirada
olvidando este desaliño para fijarla en la cabeza soñolienta del poeta
admirado, que me invita a sentarme cerca de él, quien ocupa otra mecedora
contigua a la mía…”
Pilar de Valderrama, Guiomar Musa de Antonio Machado. |
El año 1936 es una época
de recrudecimiento del clima político y de la lucha entre las derechas y las
izquierdas en España. La Republica, casi recién nacida, sufre fuertes ataques
de los extremistas de ambos bandos y sus esfuerzos por resistir a unos y otros
no parecen muy eficaces. La politización de los intelectuales es casi total, en
su gran mayoría inclinados a la izquierda, desde el republicanismo liberal al
marxismo.
El 6 de enero muere
Valle-Inclán, una de las grandes figuras del 98 y una de las grandes
admiraciones de escritores como Machado y García Lorca. Machado escribe en una
de las notas de su Juan de Mairena: “… un
santo de las letras fue Valle - Inclán, el hombre que sacrifica s humanidad y
la convierte en buena literatura, la más excelente que pudo imaginar. Hemos de
leer y estudiar sus libros y admirar muchas de sus páginas incomparables… y del
buen don Ramón del Valle, el amigo querido, siempre maestro, digamos que fue
también el que quiso ser un caballero, sin mendiguez ni envidia”.
En abril otro de los
viejos amigos de Machado, el poeta Francisco Villaespesa. En mayo llega a las
librerías otro libro de Machado, “Juan
de Mairena”. Pero los críticos no tienen mucho tiempo para comentarlo. La
tragedia ensombrece a España, cuando el 18 de julio estalla la guerra civil.
Las privaciones de la guerra afectan a la familia de Machado. El 16 de agosto,
al amanecer, fue fusilado Manuel Fernández Montesinos, marido de Conchita,
hermana de García Lorca. Ese mismo día, Lorca es detenido en casa del poeta
Luis Rosales. El amanecer del 19 Federico García Lorca es fusilado en la
Colonia, antigua residencia veraniega, en Viznar. Machado soporta con
estoicismo tan trágica muerte y escribe su hermoso poema “El Crimen en Granada”:
Federico García Lorca |
1. El crimen
Se le
vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frio,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
Rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-
… Que fue en Granada el crimen
sabed- ¡pobre Granada!,
en su Granada.
2. El poeta y la muerte
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
-Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque- yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
“Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban…
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de
Granada, ¡mi Granada!”
3.
Se le vio caminar…
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en
Granada, ¡en su Granada!
Entretanto, Madrid
continuaba sitiado y sometido al tormento del hambre. Los bombardeos eran
frecuentes. Ernest Hemingway se apresuraba a terminar su obra. La quinta
columna, mientras su hotel, el Florida, recibía más de treinta impactos de
bombas. Durante el verano de 1937, se celebró en Madrid un congreso de
escritores con la finalidad oficial de discutir la actitud de los intelectuales
ante la guerra. Pero una de las finalidades ocultas de los comunistas
organizadores del congreso era condenar a André Gide, quien, en su reciente
libro “Retour de l’URSS”, había
atacado a la Unión Soviética por cuyo gobierno había sido recibido como un
amigo. Acudieron a este congreso Hemingway, el poeta inglés Stephen Spender y
la mayor parte de los apologistas de la República. El congreso estuvo dominado
por el escritor francés André Malraux, con su característico tic nervioso de
arrugar la nariz.
Los delegados
comunistas, muy modestos ellos, se pasearon en Rolls Royce y charlaron con los poetas españoles de la guerra: allí
estaban Antonio Machado, Rafael Alberti, José Benjamín y Miguel Hernández.
Entre ellos, Alberti era sin duda el más prolífico. Pocos números de Volunteer for liberty, el periódico de
la XV Brigada internacional, dejaban incluir algún poema suyo. Probablemente el
más notable de estos poetas era Miguel Hernández, comunista y miembro del
Quinto Regimiento al comienzo de la guerra. Era un pastor al que había enseñado a leer un sacerdote en las colinas
de su provincia con ejemplos de la literatura de los siglos XVI y XVII.
El comienzo de la guerra
civil hizo brotar en él un repentino estallido de actividad poética, como lo
expresara en su poema “Vientos del pueblo me llevan…”, evidente exhortación a
los españoles de espíritu libre que pueblan toda España; allí llama a
asturianos, castellanos, andaluces, gallegos, catalanes, aragoneses, leoneses,
navarros y a todo aquel que sienta en su alma un grito profundo de libertad
contra toda tiranía:…
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblos me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la
garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos
los leones los levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el
alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación
agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantas
encima de los fusiles
y en medio de las batallas
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de
España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vasco de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
y airosos como las alas;
andaluces de relámpago,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragonés de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada;
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus
espaldas.
(en: “Otros poemas”[1935-1936])
Antonio Machado en Villa Amparo, Rocafort (Valencia) hacia invierno de 1937 - 1938. |
La muerte de García
Lorca y otros hechos más hicieron que el gobierno de la República decida invitar
a las figuras más importantes de las letras y las artes a que se trasladaran a
Valencia, donde serían alojados en la Casa de la Cultura. Rafael Alberti y León
Felipe visitan a Machado para comunicarle la invitación. Al comienzo el poeta
se niega, pero después acepta y se instala en Valencia, en un pueblito llamado
Rocafort.
Por ese entonces Machado
andaba encorvado y arrastrando los pies. Su cansancio y su abatimiento
trascendían en el vacilante puso con que firmaba libros. Para escribir ya se
ponía gafas porque ya no tenía la visión suficiente para trabajar sin ellas.
Enfermo y triste, Machado continuaba, sin embargo, trabajando. Escribía de
noche, y dejaba en la mesa de trabajo sus cuartillas con artículos o poemas,
que a la mañana siguiente ponía en limpio su hermano José. La vena poética de
Machado se encendió de nuevo en esos meses de Rocafort, produciendo una seria
de emocionados sonetos y canciones. García Lorca solía decir a los jóvenes,
poetas que se le acercaban: “No puedes
ser poeta hasta que no hagas sonetos. Debes dominar el secreto, y no permitir
que el soneto te domine a ti”.
En los primeros libros
poéticos de Machado escasean los sonetos; en Soledades encontramos el soneto “Es
una forma juvenil que un día” y en Campos
de Castilla, “Esta leyenda en sabio
romance campesino”. Los sonetos no aparecen en realidad en buen número en
la poética de Machado hasta Nuevas Canciones (1924), donde podemos encontrar
alrededor de una veintena si bien no tienen un valor igual, algunos de ellos
pueden considerarse entre los mejores de la producción machadiana. Una vez
convertido en sonetista, el poeta continuó por esta línea, de ahí que en Los
complementarios y en los poemas que escribió durante la guerra para la revista
Hora de España, que se publicaron en junio de 1938, encontremos sonetos de gran
factura.
Machado fue un creador
muy libre en materia de formas expresivas y lleno de desdén hacia toda clase de
rígidas y formalismos, de ahí que muchos críticos se asombren de que haya
encontrado placer estético al plegarse a los preceptos que regulan el soneto.
Machado fue un hombre pulcro en todos los aspectos creativos, amante de la
nitidez y de la obra bienhecha, por ello sentía desdén hacia cualquier clase de
chapucería. Gran conocedor de la literatura española, lector de los clásicos
españoles, era lógico, que conociera y admirara los grandes sonetos escritos
por los líricos de la Edad de Oro como Garcilaso, Herrera, Boscán, Góngora,
Quevedo, Lope o Cervantes. No es de extrañar entonces que un estudioso o como
Machado se sintiera tentado a probar fortuna con este tipo de composiciones.
En lo que atañe a la
independencia del verso se muestra más disciplinado que otros poetas
sonetistas, que Unamuno por ejemplo, ya que en sus poemas son escasos los
encabalgamientos.
Veamos algunos de sus más
celebrados.
¡Cómo en alto llano tu figura
se me aparece!... Mi palabra evoca
el prado verde y la árida llanura,
la zarza en flor, la cenicienta roca.
Y al
recuerdo obediente, negra encina
brota en el cerro, baja el chopo al rio;
el pastor va subiendo a la colina;
brilla un balcón en la ciudad: el mío,
el
nuestro. ¿Ves? Hacia Aragón, lejana,
la sierra de Moncayo, blanca y rosa…
Mira el incendio de esa nube grana,
y aquella
estrella en el azul, esposa.
Tras el Duero, la loma de Santana
se amorata en el tarde
silenciosa.
(de: Los sueños dialogados I)
Nuevas Canciones de Antonio Machado. |
No cabe duda que estamos
ante una presentación más del paisaje castellano, de esa Castilla de la meseta
del Duero que tanto atrajo a los hombres del 98. Pero aquí la evocación
paisajística se constituye en una especie de marco, de medio ambiente, que
sirve de fondo para recordar a la amada, en este caso, a Leonor. Resulta
interesante ver como el verso octavo termina con “el mío”, y el noveno comienza con “… el nuestro”. Hay una gradación, una especie de peso gradual que
nos hace pensar en un Machado soltero (verso octavo) a un Machado a quien ha
ocurrido algo importante, maravilloso: su matrimonio con Leonor. Ese paseo,
implícito en el texto, debe haberlo hecho Machado muchas veces y solo, con
amigos, con Leonor; soltero o casado. Y creo que es precisamente esto, junto
con el paso del tiempo, lo convierte en un recuerdo vago, suave, de una
melancolía, en el que aparecen, ya estéticamente superado; el amor y la pena.
Otra cosa seria el juicio si se tratase solamente de una tarde precisa y única.
Analicemos este otro:
Tuvo mi
corazón, encrucijada
de cien caminos, todos pasajeros,
un gentío sin cita ni posada,
como en andén ruidoso de
viajeros.
Hizo a
los cuatro vientos su jornada,
disperso el corazón por cien senderos
de llana tierra o piedra aborrascada,
y a la suerte, en el
mar, de cien veleros.
Hoy,
enjambre que torna a su colmena
cuando el bando de cuervos enronquece
en busca de su peña denegrida,
vuelve mi corazón a su faena,
con néctares del campo
que florece
y el luto de tarde desabrida.
(de:.. “Nuevas canciones”)
Este soneto nos ofrece dos partes claramente diferenciadas. En los ocho
primeros versos que, en este caso forman dos serventesios, se refiere el poeta
a sus devaneos amorosos, a su accidentada y movida historia sentimental, a las
numerosas veces en que su corazón se interesó de un modo pasajero. Cundo pone
punto al verso octavo considera que ya sabemos bastante sobre sus devaneos
amorosos, que en no pocos casos no pasó de ser un puro juego de imaginación. El
primer terceto comienza con una palabra, “hoy”,
separada por una coma del resto del verso, que recalcada de este modo indica
claramente que nos encontramos en presencia de una nueva situación.
Todo lo que el poeta nos ha dicho hasta ahora empezando por la frase “tuvo mi corazón” se refiere a su
pasado, es ya historia cancelada. Lo que resta hace relación al presente-
presente en que se escribió el soneto, claro-, y el poeta nos dice que su corazón
es como un enjambre que vuela a su colmena, para dedicarse a su tarea que es
crear miel con néctares del campo que florece. Todo esto ocurre en el
atardecer, cuando el bando de cuervos va en busca de su “peña denegrida”, en medio del “luto
de la tarde desabrida”.
Estas dos últimas notas, muy machadianas, tienen como un reflejo de sus
paisajes castellanos. Parece, pues, que el poeta considera que su vida
sentimental, digamos activa, ha terminado y que ahora le quedan sus recuerdos,
con los que va a quedarse a solas y a los que va a elaborar. El resultado ha de
ser forzosamente poesía. Y Machado lo expresa en forma delicada y con una
vaguedad que aumenta su valor poético.
Veamos este último, uno de los más bellos escritos por el poeta. “De mar a mar, entre los dos la guerra”,
“De mar a mar, entre los
dos la guerra,
más honda que la mar. Es
mi parterre
miro a la mar, que el
horizonte cierra.
Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre,
miras hacia otro mar, la
mar de España
que Camoens cantara,
tenebrosa.
Acaso a ti mi ausencia
te acompaña.
A mí me duele tu recuerdo, diosa.
La guerra dio al amor el
tajo fuerte.
y es la total angustia
de la muerte,
con la sombra infecunda de la llama
y la soñada miel de amor
tardío,
y la flor imposible de
la rama
que ha sentido del hacha el corte frio.”
Antonio Machado y su musa por Leandro Oroz en 1924. |
“Guiomar, Guiomar
mírame en ti castigado:
Reo de haberte creado,
ya no te puedo olvidar…
Todo amor es fantasía,
él inventa el año, el
día,
la hora y su melodía:
inventa el amante, y más
la amada. No prueba nada
contra el amor, que la
amada
no haya existido jamás”
Parece que las relaciones entre Antonio y Guiomar no pasaron de una
amistad espiritual. Libre el camino de certezas y suposiciones, vayamos al
poema. El amor y la guerra son los dos temas principales de este poema, pero la
contingencia bélica sólo se contempla aquí en cuanto impedimento, causa de
separación del poeta y su amada. Se trata de una composición de gran intensidad
lírica y gran contenido estético, por cuanto pocas veces ha logrado expresarse
en poesía la imposibilidad de un amor, al que la distancia primero y el paso
del tiempo después, hacen irrealizable, con mayor ternura y delicadeza.
Machado comienza diciéndonos que él y su amada se encuentran en dos
zonas costeras diferentes, el litoral este y el oeste de la península,
separados por la guerra, cuya hondura como trinchera divisoria le parece mayor
que la del mar (verso 1 y parte del 2).
Tras esta comparación se presenta a sí mismo; en el jardín de su casa, mirando
hacia el mar cerrado por la tierra del horizonte (verso 2 y 3). Estaba luego la figura de Guiomar, la amada que se
asoma a un finisterre (ventana), sinécdoque que consiste en el empleo del
nombre propio con valor de nombre común, a través de la cual se nos comunica
que Guiomar se encuentra en el oeste, en Galicia o acaso en Portugal, ya que
asomada a ese “finisterre” mira hacia
otro mar, el mar de las conquistas y de los descubrimientos españoles cantados
por Camoens en “Las Lusiadas”,
aquella hermosa epopeya lusitana que describe las hazañas de Vasco de Gama a
través del Cabo de Buena Esperanza. Es de notar el acierto con que en estos
versos juega el poeta con el género ambiguo de la palabra mar, aplicándole en
tres ocasiones el artículo femenino y en la restante un indefinido masculino (“otro”). Todo esto ocupa los primeros seis versos del poema. El sétimo
verso conjetura sobre cómo reaccionará ella ante esa separación, para llegar a
la suposición de que, tal vez, el recuerdo del poeta le sirva de compañía.
A Machado, en cambio, la ausencia se le hace insoportable y el recuerdo
de la amada le produce dolor, un dolor inevitable que acepta con entereza
varonil, sin llantos, sin gritos desgarradores, aunque sabe que ya no queda
ninguna esperanza posible de unión, porque la guerra, al separarlos, cortó ese
amor (verso 9). Y el poeta siente una
angustia mortal, pues, está seguro de que la llama de tal amor es infecunda y
que la rama no puede dar flor, ya que ha sentido el golpe del hacha. Con ello
se desvanece “la soñada miel de amor
tardío”, una melancolía y una resignada denuncia, ambas muy a la manera de
Machado, impregnan los últimos versos, cada uno de los cuales expresa un
pensamiento completo a través de una metáfora: “Tajofuerte”, “total angustia
de la muerte”, “sombra infecunda”, “soñada miel”, “flor imposible”, menos
el último que cierra el soneto dándonos la impresión del final cercano del
poeta a través de ese adjetivo, “frío”,
aplicado a la palabra “corte”, que
pone punto final a la ya imposible unión y cierra el poema por medio de un
hipérbaton, que si obedece a la idea de poner al final la palabra que rima,
sirve también en este caso para dejarnos la sensación terrible de que algo va a
morir inevitablemente.
Artículo de Antonio Mchado en "Hora de Epaña", 07 de noviembre de 1937. |
“Misterioso y silencioso
iba una y otra vez.
Su mirada era tan
profunda
que apenas se podía ver.
Cuando hablaba tenía un
dejo
de timidez y de altivez.
Y la luz de sus
pensamientos
casi siempre se veía
arder.
Era luminoso y profundo
como era hombre de buena
fe.
Fuera pastor de mil
leones
y de corderos a la vez.
Conduciría tempestades
o traería un panal de
mil.
Las maravillas de la
vida
y del amor y del placer,
cantaba en versos
profundos
cuyo secreto era de él.
Montado en un raro
Pegaso,
un día al imposible fue.
Ruego por Antonio a mis dioses,
ellos le salven siempre. Amen.
El gobierno, reconociendo la valía de ese gran artista que era Machado,
lo nombró presidente del Patronato de la Cultura; pocas veces asistió a las
reuniones de la Junta, tremendo esfuerzo le costaba dejar su tranquilo retiro
para ir a Valencia. Su enfermedad - la arteriosclerosis - progresaba, y tenía
que andar arrastrando los pies. Pero la adversidad para el poeta sabía llegar
por otros caminos. En abril de 1938 Machado y su familia deben trasladarse a
Barcelona ante el posible avance de las hordas franquistas. Instalado en un
hermoso palacete al pie de una montaña, desde donde podía contemplarse el mar,
el poeta reanuda su actividad intelectual y continúa enviando sus
colaboraciones a revistas y periódicos.
Última fotografía de Antonio Machado, hacia 27 de enero de 1939. |
Fueron los últimos ratos felices del poeta, que olvidaba entonces la
guerra y sus sufrimientos. Pero incluso esos ratos eran interrumpidos
bruscamente por los bombardeos. “Las eléctricas
oscilaban - continúa José - y perdían
poco a poco su claridad hasta llegar a convertirse en un hilo de luz que acaba
extinguiéndose. El gran salón se llenaba entonces de sombras. Se oían los
disparos de los cañones antiaéreos y en seguida el cielo era cruzado por
multitud de ráfagas luminosas que iban y venían escudriñando el espacio.
Solamente los viejos espejos del salón reflejaban momentáneamente los haces de
luz de los movibles focos luminosos”. La fortuna, tan pródiga en favores,
ese firme disponer del ciclo, nos ha permitido, a través de muchos testimonios
de primera mano, reconstruir los últimos días de la vida del poeta que, ya con
las maletas listas, sabía que se aproximaba lo inevitable. Así lo había escrito
en uno de sus más bellos poemas en 1906:
“Y al cabo, nada os
debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con
mi dinero pago
el traje que me cubre y
la mansión que habito,
el pan que me alimenta y
el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día
del último viaje,
y esté al partir la nave
que nunca ha de tornar,
me encontrareis a bordo
ligero de equipaje,
casi desnudo, como los
hijos de la mar.”
(en:… Retrato, de
Campos de Castilla)
En diciembre del 38 lo visita el escritor ruso Ilya Ehrenburg, quien en
sus memorias ha dejado testimonio de este encuentro.
“Al poco de haber llegado a Barcelona - me parece
que era en vísperas de Año Nuevo - fui a visitar a Antonio Machado, a quien
había traído de Francia café y cigarrillos. Vivía con su anciana madre en una
fría casa de las afueras. Machado tenía mal aspecto, y su espalda se encorvaba;
se afeitaba una vez, y ello le hacía parecer más viejo, contaba sesenta y tres
años y caminaba con dificultad, pero sus ojos conservaban su brillo y su
viveza… Me leyó las famosas estrofas de las Coplas de Jorge Manrique a la
muerte de su padre.
Nuestras vidas son los
ríos
que van a dar a la mar,
que es el morir…
Monumento de Antonio Machado. |
El único médico que veía a Machado era el doctor Puche, entonces
director general de Sanidad, que ha contado sus recuerdos del poeta en aquellos
días trágicos: “Pronto me di cuenta de
que tenía ante mí una maquina gastada… Fui prestando a don Antonio una
asistencia más de amigo que de médico, teniendo él la comprensión de un
paciente inteligente y yo ciertas tolerancias para el enfermo, llegando incluso
a un acuerdo para que pudiese transgredir a veces mis disposiciones… En él creí
ver, por su calma, por su sinceridad en aquellas horas dramáticas, la más
auténtica expresión del alma española”.
Debido al avance de los ejércitos nacionalistas, que se acercaban a
Barcelona el doctor Puche dispuso lo necesario para evacuar a Machado y su
familia. El 22 de enero de 1939, Machado inicia su último tramo hacia el
exilio, pisa tierra francesa seis días después. El camino no pudo ser más
triste y trágico. Como en un éxodo bíblico el poeta tuvo que ver por los
caminos como se arrastraban millares de hombres, mujeres y niños con sus
ajuares y sus animales domésticos, venidos de todas partes, algunos de lejos,
en toda clase de automóviles o en carros: era un río humano que iban
abandonando baúles y maletas buscando acelerar la marcha debido a la
inclemencia del tiempo.
El mismo Machado perdió para siempre el pequeño tesoro que guardaba en
un viejo y sucio maletín: las cartas de Guiomar, y los poemas que consagraba a
su diosa, con los que había pensado formar un nuevo libro.
Al principio, el gobierno francés se había negado por razones económicas
a permitir la entrada de refugiados en Francia. Propusieron en cambio la
creación de una zona neutral en el lado español de la frontera, donde los
refugiados podrían ser mantenidos con ayuda extranjera. Los nacionalistas, sin
embargo, se negaron a tomar en consideración este plan. Y así, el gobierno
francés, en contra de su voluntad, permitió que se abriera la frontera aunque,
en un principio, solamente para el personal civil y los heridos. Con estas
condiciones, comenzó el cruce de la frontera en la noche del 27 al 28 de enero.
El 28 de enero pasaron la frontera 15 000 personas. En los días
siguientes, esta cifra fue ampliamente superada. En la primera semana de
febrero resultó evidente que el ejército republicano no tenía ni intensiones ni
medios para oponerse al avance nacionalista. Los franceses, por tanto, se
vieron enfrentados con el problema de permitir la entrada de los soldados o
negarles el paso por la fuerza. El 5 de febrero, el gobierno francés decidió
recibir también al ejército, con la condición de que entregara sus armas. Por
tanto, a los 10 000 heridos, 170 000 mujeres y niños y 60 000 hombres que
habían cruzado la frontera desde el 28 de enero, se añadieron, entre el 5 y el
10 de febrero, unos 250 000 hombres del ejercito republicano.
Casa Quintana, donde murió Antonio Machado, Collioure. Francia. |
En el lado francés de la frontera, se estableció un gran campo en Le
Boulou, como centro de clasificación. En este campo, no existía el menor
abrigo, aunque las mujeres y los niños fueron trasladados prontamente, así como
los heridos, a otros lugares de Francia. Hubieron de separarse familias que
siempre habían permanecido juntas, hasta en el desastre de la huida. Se establecieron
grandes campos en Argelés, en St. Cyprien y en otros cuatro pequeños lugares de
la región para recibir al ejército republicano. Estos campos consistían
simplemente en espacios abiertos en las dunas, junto al mar, rodeados por
alambre de púas. Los hombres se vieron obligados a cavar agujeros en el suelo
con el fin de procurarse algún abrigo, como bestias.
Finalmente quedaron establecidos quince de estos campos, vigilados por
senegaleses y miembros de la guardia móvil. Algunos refugiados cruzaron la
frontera con un puñado de tierra recogida antes de la huida de sus pueblos. Un
guardia móvil abrió por la fuerza uno de estos entumecidos y cerrados puños y
arrojó con desprecio la tierra de España en una sucia charca francesa.
En los campos no hubo agua ni alimentos adecuados durante diez días, y
los heridos que se encontraban entre los soldados fueron dejados sin cuidado
alguno. Entre ellos se encontraba el poeta Machado.
El viaje a Collioure lo hicieron en tren, pero al llegar a la estación
del pintoresco pueblo se encontraron con que estaban arreglado el pavimento en
la avenida de la estación, y los vehículos no podían acercarse a ella. Corpus
Barga, que fue el ángel de la guarda del poeta y su familia en aquellos días
aciagos, cogió en brazos a la madre, que apenas podía moverse. Pesaba menos que
una niña. “En cuanto a Machado, evoca
Corpus Barga, sentado cómodamente en una butaca y con el bastón entre las
piernas, conversaba con ese ademán grave que tuvo siempre, y que suele
ennoblecer a los españoles cuando envejecen”.
Machado y su familia se instalaron en dos habitaciones del hotel Bougnol
- Quintana: una para el poeta y su madre, y la otra para José y su esposa. A la
mujer que los atendía, Madame Quintana, el poeta solía decirle a veces: “No nos trate usted tan bien, no necesitamos
que nos dé tan buena comida; basta con que nos dé patatas, un poco de pan y un
vasito de vino. Antes podíamos pagar, pero ahora somos pobres”. Ya por ese
entonces Machado se hallaba herido de muerte, no sólo por la enfermedad del
corazón, agravada con la tragedia del éxodo, sino por la hondísima pena de
haber dejado España.
En sus recuerdos, evoca José Machado lo que fueron los últimos días del
poeta: “Transcurrieron unos días en que
el reposo material pareció aliviarle la afección del corazón que venía minando
su existencia hacía ya largo tiempo. No obstante veía claramente que se
aproximaba el fin de su vida. Pensando casi me decía: “Cuando ya no hay
porvenir por estar cerrado el horizonte a toda esperanza, es ya la muerte lo
que llega”. Su última caminata fue hacia el mar. Ya no pudo sobreponerse al
hecho de ver a España desgarrada de cuajo por una absurda guerra civil y a la
angustia de verse en el destierro. El 22 de febrero se llamó al doctor Cazaben,
pues el poeta sentía una gran angustia en su pecho: se le diagnosticó una
pulmonía y un gran debilitamiento del corazón. Murió al atardecer y su noble
rostro quedó sereno y hundido en la blanca almohada. A la mañana siguiente seis
soldados del vencido ejército de la República llevaron el ataúd, cubierto con
la bandera republicana, hasta el humilde cementerio de Collioure. Los restos
del poeta yacen en el cementerio de un pueblo de Francia, como símbolo del más
doloroso exilio, consecuencia de una guerra civil que llevó a tantos poetas
españoles a morir en tierra ajena.
Se ha acabado el tormento
poeta andaluz.
Ya las tinieblas velaron tu rostro;
¿habrá un lugar en el cielo,
de paz, consuelo y de luz?
Que suene tu lira,
que se oiga tu voz,
que abran de nuevo
tus ojos al sol.
Wolfsschanze, marzo - octubre del 2011.
LA CASA
AMARILLA
«En
esta casa puedo verdaderamente
vivir,
respirar, reflexionar y
pintar».
VINCENT VAN GOGH
Autorretrato Saint - Remy, setiembre de 1889 Óleo sobre lienzo, 65 x 54 cm. París, Musée d´Orsay |
Cuando veo el cuadro «Florero con doce girasoles» (Arles, agosto de 1888. Óleo sobre lienzo,
91 x 72 cm. Munich, Bayerische Staatsgema/ de sammlungen, Newe Pinakothek)
me viene a la memoria las biografías que he leído sobre el pintor holandés
Vincent Van Gogh, ese atormentado que cuando vio el mar Mediterráneo sintió que
todavía no había llevado el calor hasta su último extremo. Más conocido entre
el Vulgo por el hecho de haberse mutilado la parte inferior de la oreja
izquierda que por sus geniales pinturas, Van Gogh es el ejemplo típico del
genio incomprendido por la sociedad de su época. «Cuando uno goza de buena salud, es preciso poder vivir de un trozo de
pan, trabajando toda la jornada y teniendo todavía la fuerza de fumar y beberse
una copa; esto es necesario en esas condiciones. Y al mismo tiempo, sentir
claramente en lo alto las estrellas y el infinito. Entonces la vida puede
llegar a ser, a pesar de todo, casi fabulosa», escribe Van Gogh en uno de
sus pocos momentos de alegría y optimismo. Ese «a pesar de todo» debe ser tomado con pinzas y llevado a un
análisis exhaustivo. Porque en esas cuatro palabras se hallan prisioneros los
demonios que persiguieron al holandés desde su nacimiento en el pueblo de Groot
- Zundert el 30 de marzo de 1853, hasta su incomprensible muerte el 29 de julio
de 1890 en Auvers. Sus enamoramientos frustrados siempre fueron desencadenantes
de sus crisis nerviosas: en Goupil se enamora de la hija de su patrona quien lo
rechaza; hacia 1881 se enamora sin esperanza de Kee, su prima Kate Vos - Stricker
que acababa de enviudar. Kee, que tiene un hijo no quiere oír las propuestas de
matrimonio que más tarde en Amsterdam, le hará Van Gogh. El predicador
Theodorus Van Gogh, padre del pintor, no quiere oír hablar de aquella
pecaminosa petición; delante de sus padres, para demostrar la intensidad de su
amor por Kee, Vincent pone la mano en la llama de una lámpara. Este gesto ya avizora
la enajenación mental que se apoderaría del célebre pintor de girasoles y
sauces Siguiendo por los intersticios
amorosos del pintor, diremos que a mediados de 1882 conoce a Clasina María
Hoornik, llamada Sien, una alcohólica que se ganaba la vida como prostituta y
modelo. Estaba embarazada y Vincent la cuida. Con Sien vivirá casi año y medio,
presionado por su hermano Theo, Van Gogh toma la dura decisión de separarse de
ella. En agosto de 1884, instalado en Nuenen con sus padres, conoce a una
vecina, Margot Begemann, con quien mantiene una corta relación; ambas familias
se oponen al romance. El intento de suicidio de la muchacha manda al pintor a
una de sus más fuertes crisis.
La casa presbiterial (en medio) en Groot - Zundert, donde nacieron Vincent y Theo Van Gogh, Vincent nació en la pequeña buhardilla donde ondea una bandera. |
Van Gogh fue un socialista
convencido. Conocía la miseria de los trabajadores por experiencia personal,
considerando su propia producción artística como mera artesanía.
En una carta a Theo,
escribe...
«El
que vive sinceramente y encuentra penas verdaderas y desilusiones, que no se
deja abatir por ellas, vale más que el que tiene siempre el viento de popa y
que sólo conoce una prosperidad relativa. Porque en quienes se comprueba de la
manera más visible un valor superior, son aquellos a quienes se aplican las
palabras: «Trabajadores, vuestra vida es triste; trabajadores, vosotros sufrís
en la vida, trabajadores sois felices», son aquellos que llevan los estigmas de
«toda una vida de lucha y de trabajos sostenida sin doblegarse jamás». Es
necesario hacer esfuerzos para semejarse a ellos»
(Amsterdam, 3 de abril de 1878).
Instalado nuevamente, inserta
en varios periódicos londinenses un anuncio ofreciéndose como maestro. Las
posibilidades de que le contestasen eran mínimas, pero estaba decidido a
esperar un pequeño golpe de suerte: ya no aspiraba a ser un marchante de arte
como sus tíos Cent o Cornelius Marines, ni artista, como quería su hermano Théo.
Vincent en el año 1866 a la edad de 13 años. La foto se hizo probablemente al terminar su estancia en el internado en Zevenbergen antes de que ingresara en la escuela superior de Tilburg. |
Theo, el hermano de Vincent, hacia 1890. |
El Borinage era una de las
regiones más castigadas de la Europa del siglo XIX, una región maldecida,
infortunada. Si antes de que la Revolución Industrial alcanzase a Bélgica (lo
que ocurrió hacia 1823), no había sido una región rica, con el auge del industrialismo
se convirtió en una región miserable. Y esto, ¿por qué? La explicación es
simple: en el Borinage no había grandes riquezas agrícolas o ganaderas. Había,
en cambio, un mineral cuya importancia aumentaba incesantemente. Había carbón.
El carbón era más necesario que nunca para Bélgica y para Europa entera. Sin
carbón la Revolución Industrial habría sido imposible. El Borinage era el lugar
trágico donde miles de hombres, sumidos en la mayor de las miserias, descendían
día a día al fondo de la tierra a sacar ese carbón. Este era el revés trágico
de la esplendorosa Revolución Industrial – de sus locomotoras, de sus barcos.
Su símbolo eran los enormes montículos de escoria que se iban acumulando en
torno a las minas, dando a la región el aspecto de un gigantesco hormigueo.
Aquí llegó Vincent Van Gogh a finales de 1878, y tenía 25 años.
Vincent hacia 1872. |
Vivía en una casucha donde ni
siquiera tenía cama. Dormía sobre un elemental montón de paja húmeda. Este
montón era el símbolo de todas sus privaciones. Van Gogh rehuía todas las
comodidades, aun las más elementales, a excepción de su pipa. Desde el primer
momento se dedicó, sistemáticamente, a dar todo su dinero. Poco más tarde,
empezó a regalar sus ropas. La desnudez del prójimo le resultaba intolerante.
Su proceso de identificación con el sufrimiento de los mineros fue muy rápido y
muy sincero si sus fieles vivían en la miseria, ¿cómo iba él, el pastor, a
vivir rodeado de comodidades? Por allí se le veía andar con una vieja guerrera
de soldado raída por el uso y una gorra sin forma, sucio él mismo de carbón de
pies a cabeza. Y pronto se le vería sin la guerrera, pues la había regalado. Y
lo mismo que con esa prenda ocurriría con sus zapatos. A los pocos meses Van
Gogh iba descalzo. Pronto se quedaría sin camisa. Consta que el panadero Denis
y su mujer, que lo hospedaron un tiempo en Wasmes, se asombraron tremendamente
cuando lo descubrieron haciéndose una camisa con papel de embalaje. Su amor al
prójimo lo hacía actuar así, porque su vida no le importaba, porque así creía
actuar de acuerdo a la Biblia. Que la miseria en que vivía esa gente en
Borinage era extrema y que inclusive carecían de la más elemental asistencia
queda demostrado por el hecho de que, para vendar a varios heridos, tuvo que
cortar pedazos de su propia ropa.
Sus convicciones, en cuanto a
ayudar al prójimo, son firmes; nada logra sacarlo de aquello que él considera
un deber para con sus semejantes; así se lo hace saber su hermano Theo a quien
le expone sus ideales con reflexiones profundas y sumamente calibradas… “En lo que me concierne, debo tornarme un buen
predicador, que tenga algo bueno que decir y que pueda ser útil al mundo, y tal
vez me convendría conocer un periodo de preparación relativamente largo que
quedará sólidamente confirmado en una firme convicción antes de ser llamado a
hablar a otros (…) Es bueno amar tanto como se pueda, porque ahí radica la
verdadera fuerza, y el que mucho ama realiza grandes cosas y se siente capaz, y
lo que se hace por amor está bien hecho (…) si se continúa amando sinceramente
lo que es en verdad digno de amor y no se derrocha el amor en cosas
insignificantes y nulas e insípidas, se logrará, poco a poco, más luz y se
llegará a ser más fuerte (…) A veces conviene ir hacia el mundo y frecuentar
los hombres, pues, uno se siente allí obligado y llamado, pero el que prefiere
permanecer solo y tranquilamente en la obra y sólo quisiera tener muy pocos
amigos, es el que circula con más seguridad entre los hombres y en el mundo. No
hay que fiarse jamás al hecho de no tener dificultades y preocupaciones y
obstáculos de ninguna naturaleza, pero no hay que hacerse la vida demasiado
fácil. Y hasta en los ambientes cultivados y en las mejores sociedades y en las
circunstancias más favorables, hay que conservar algo del carácter original de
un Robinson Crusoe o de un hombre de la naturaleza, jamás dejar apagar el fuego
de su alma sino avivarlo. Y el que continúa guardando la pobreza para sí y la
ama, posee un gran tesoro y oirá siempre con claridad la voz de su conciencia;
el que escucha y sigue esta voz interior, que es el mejor don de Dios,
concluirá por encontrar en ella un amigo y no estará jamás solo. Que esté allí
nuestro destino, muchacho, que tu camino sea próspero y que Dios esté contigo
en todas las cosas y te haga triunfar, es lo que desea con un cordial apretón
de manos en tu partida, tu hermano que te quiere Vincent” (Amsterdam, 3 de abril de 1878).
En la playa de Scheveningen. Scheveningen, agosto de 1882. Óleo sobre papel y sobre cartón, 34,5 x 51 cm. Amsterdam, Van Gogh Museum (Fundación Vincent Van Gogh), donación de E. Ribbius Peletier. |
Naturalmente, no podía volver
a Wasmes, donde ya estaba instalado su sucesor. Van Gogh eligió como centro de
operaciones el pueblo de Cuesmes. Allí se alojó en casa del minero Charles
Decrucq. Para un espíritu sensible como el de Vincent, lo que se veía en el
fondo de la mina Marcasse – francesa por sus explosiones-, a setecientos metros
de profundidad, no podía ser más brutal. Los obreros trabajaban doce horas en
esa profundidad, encorvados como esclavos en las estrechas galerías. Van Gogh
estuvo allí dentro varias horas. Y consta que, cuando regresó a la superficie,
estaba furioso su cólera justiciera, sin embargo, no se refleja en la
descripción que hizo para Théo: “He hecho
una excursión muy interesante: he pasado seis horas en una mina. Y además en
una de las minas más viejas y peligrosas de los contornos, la llamada Marcasse.
Esta mina tiene muy mala fama a causa de los muchos accidentes que se producen
en ella, tanto en el descenso como en el ascenso, tanto a causa del aire
asfixiante o de las explosiones de grisú como del agua subterránea o del
hundimiento de antiguas galerías. Es un lugar sombrío; a primera vista todo en
su proximidad tiene un aspecto melancólico y fúnebre. Los obreros de esta mina
son personas demacradas y pálidas de fiebre; tienen el aspecto fatigado y
gastado, ajado y viejo antes de tiempo”.
La grandeza de los hombres
magnos es como la fuerza de los viejos robles, sobreviven a los envidiosos y a
los imbéciles que los vieron florecer. Vincent parece no querer preocupar al
hermano amado. El tono de esta carta no tiene nada que ver con el estado de
ánimo con que regresó Van Gogh a la superficie. Se sabe que lo primero que hizo
fue ir a ver a los dueños de la mina, quienes, desde luego, no vivían como sus
empleados. Sin medir sus palabras, impulsivo como era, sin contenerse lo más
mínimo, cargado de razón, Van Gogh hizo responsables a estos caballeros de la
trágica vida de los mineros. Su arranque de ira no sirvió para nada. Amenazaron
con encerrarlo en un manicomio.
El tejedor en el telar Nuenen, mayo de 1884. Óleo sobre lienzo, 70 x85 cm. Otterlo, Köller - Müller Museum. |
¿Con qué autoridad podía predicar
el evangelio? Con ninguna, evidentemente. Además, los mineros estaban demasiado
cansados como para dedicarle atención. Por su parte los niños no tenían la
mínima paciencia para aprender a leer. He aquí la negra realidad: Van Gogh no
era ni pastor, ni maestro, ni médico. En suma: desde un punto de vista social,
Van Gogh no era nadie.
Así como los mineros de
Marcasse descendían a las profundidades de la tierra en busca de su sustento,
así Vincent desciende a las inmensidades de su espíritu en busca de comprensión
y respuestas. La carta a Théo, fechada en Cuesmes, en julio de 1880, nos revela
hasta qué punto Vincent era consciente de su situación. Es una carta escrita
con cierta ironía, con cierto recelo, en la que, sin embargo, confesaba a su
hermano sus sentimientos más profundos: “¿Para
qué podría yo servir? ¿No podría yo ser útil de alguna manera? ¿Cómo podría yo
saber más y ahondar tal o cual tema? Ya ves, esto me atormenta continuamente, y
además, uno se siente prisionero de su tormento, excluido de participar en tal
o cual obra; y tales y cuales cosas necesarias están lejos del alcance a causa
de eso no se vive sin melancolía, después se sienten vacíos allí donde podría
haber amistades y altos sentimientos y afectos, y se experimenta cómo el terrible
decaimiento roe hasta la misma energía moral, y la fatalidad parece poder poner
una barrera a los instintos afectivos y una barrera de náuseas sube a la
garganta. Y en seguida se dice: ¿Hasta cuándo, Dios mío?”.
Vista de la casa rectoral en Nuenen. |
Si en un cuadro se puede
expresar la realidad, si Dios no está ausente de los cuadros, los cuadros sirven a los hombres y el artista que
los pinta tiene razón de ser, es útil a sus semejantes. Poco a poco, Van Gogh
se iba acercando, a través de un complicado laberinto mental, a una concepción
del arte que sería capaz de apasionarlo por completo. El universo de la pintura
comenzó a atraerlo cada vez más poderosamente. En el invierno de 1880,
siguiendo los dictados de un impulso irreprimible, Van Gogh se dirigió a Courriéres
donde vivía el pintor Jules Breton, quien lo había impresionado por la
sencillez de sus cuadros, por sus campesinos y campesinas.
Montmartre. París, octubre - diciembre de 1886. Óleo sobre lienzo, 44 x 33,5 cm. Chicago, Art Institute of Chicago. |
Hasta entonces el dibujo había
sido poco más que pasatiempo. Ahora sería la justificación de su vida. Veremos
la progresión. Van Gogh decidió ser artista a los veintisiete años. Desde el
punto de vista de la generalidad, era una decisión tardía. En el caso de los
grandes artistas, lo normal es que la vocación artística se manifieste
definidamente en los años de la adolescencia, tomando ya desde entonces la
fuerza de una pasión incontenible. Van Gogh, por su parte, empezó el camino de aprender a dibujar cuando los artistas
de su generación – salvo contadísimas excepciones - habían terminado sus
estudios y se encontraban en plena actividad creadora.
A los 27 años Cézanne ya
conoció a Manet que alabó sus bodegones; a esa edad Degas ya había estudiado en
la Escuela de Bellas Artes. Ecole des Beaux – Arts; a los 27 años Toulouse –
Lautrec ya ha expuesto con lo “Impresionistas”
y “Simbolistas” en Le Barc de
Boulteville “Ala Mie”; en el año en que cumple 27 años Monet ya ha maravillado
a muchos críticos y pintores con su famoso cuadro “La dama del vestido verde”.
Pero Van Gogh es de los que
sienten y piensan que nunca es tarde para empezar algo que se desee en verdad.
Campesinos, tejedores y
mineros fueron las figuras predilectas en su primera etapa artística. Son los
representantes del proletariado campesino, en modo alguno son habitantes de la
ciudad, a pesar de que Van Gogh los conocía bien de cerca por haber vivido en
Londres y París. Sentía, como lo documenta su pintura, una profunda antipatía
hacia la industrialización y el mundo de las máquinas que degradan al ser
humano convirtiéndolo en mero eslabón de un engranaje. Al igual que los
ingleses William Morris y John Ruskin, Van Gogh contemplaba el progreso con
peculiar pesimismo.
En mayo de 1884 Van Gogh
pintó. “El tejedor” (Nuenen, mayo de 1884. Óleo sobre lienzo, 70
x 85 cm. Otterlo, Kröller – Müller Museum). Sobre este cuadro, Van Gogh
escribe meses antes… “En cuanto al trabajo,
tengo entre manos un cuadro de grandes dimensiones sobre un tejedor. Con el
telar de frente y la figura – una silueta oscura - recostada contra la pared
blanca… Estos telares me van a dar todavía muchos quebraderos de cabeza, pero
son unos temas tan hermosos, toda esa vieja madera de encina contra una pared
grisácea; estoy plenamente convencido de que es bueno pintarlos”.
Los comedores de patatas Nuenen, abril de 1885. Óleo sobre lienzo, 81,5 x 114,5 cm. Amsterdam, Van Gogh Museum (Fundación Vincent Van Gogh). |
Vincent, que llevaría
posteriormente consigo a París esta pintura, había enviado antes una litografía
del cuadro a su amigo el pintor Van Rappard, quien le hizo la siguiente
crítica: “Me darás la razón en que no se
puede tomar en serio un trabajo así. Afortunadamente sabes hacerlo mejor. Pero
¿por qué todo lo observas y lo tratas superficialmente, de la misma forma? ¿Por
qué no estudias cuidadosamente los movimientos? En este cuadro los personajes posan.
La mano coqueta de la mujer del fondo... ¡qué poco real! ¿Y qué relación hay
entre la cafetera, la mesa y la mano que toca el asa? ¿Qué hace en realidad
esta cafetera? No se mantiene, tampoco la sujetan; pues entonces, ¿qué? ¿Y por
qué el hombre de la derecha no puede tener rodillas, ni vientre, ni pulmones?
¿O acaso los tiene en la espalda? ¿Por qué a su brazo le falta un metro de
largo, por qué le falta la mitad de la nariz? ¿Por qué la mujer de la izquierda
tiene por nariz ese mango de pipa terminado en un clavo? ¿y todavía te atreves,
con esta forma de trabajar, a citar a Millet y a Breton?. El arte es demasiado
elevado como para tratarlo con tanta negligencia”.
Vincent (de espaldas a la cámara) con su amigo Emile Bernard a orillas del Sena en Asniéres, 1886) |
Al igual que Gauguin en “Avant et aprés”, Van Gogh nos ha
dejado bastante testimonio escrito, sobre todo en las cartas a su hermano Theo.
Eso facilita la exégesis de vida, ayuda a limar las aristas y a alisar el
camino que lleva a la verdad.
En el cuadro, totalmente abstraído
en su trabajo, el tejedor se encuentra sentado ante su telar, mientras que,
situado en primer plano, el monumental mecanismo domina la totalidad del
cuadro. Da la impresión de ser un marco de gigantescas dimensiones que, con su
enrejado de líneas horizontales y verticales, parece absorber el delgado cuerpo
del tejedor, haciéndolo formar parte de su propia máquina. Juntos se destacan
también sus oscuras siluetas de la claridad del fondo que nunca podría llegar a
iluminar la escasa luz de la lámpara. En esta representación conjunta del
obrero y su instrumento de trabajo queda excluido todo lo pintoresco y todo lo
anecdótico. No sólo la dureza y el esfuerzo, sino también la dignidad de la
vida del trabajador, encuentran aquí una diáfana expresión.
La muerte de su padre el 26 de
marzo de 1885 de un ataque de apoplejía afecta considerablemente a Van Gogh
quien trata de recuperar, con largos paseos, su endeble salud constantemente
maltratada por el alcohol, el abuso del tabaco y una deficiente alimentación.
La calle Lepic en Montmartre, París. Theo Van Gogh se mudó ala casa N° 7 en junio de 1886, donde acogió a su hermano, que pudo instalar un estudio allí. |
El aspecto sombrío, y huraño y
sobre todo su madurez de hombre que ha pasado por amargos trances, desentonaba
algo entre el tumulto optimista de los jóvenes ilusionados. La casa de los Van
Gogh estaba ornada de cuadros antiguos o de la época romántica, de grabados y
crespones japoneses de lienzos, también, de Vincent pintados en Amsterdam, en
Amberes; en Drenthe: evocaciones de lugares y tipos holandeses hechos con ese
afincamiento característico de los principiantes que llegan tarde al prurito
creador. Cuadros negros, tristes y ásperos, donde el evangelista de los mineros
flamencos proseguía por un sendero distinto su deseo de acercamiento a los
humildes, su fervor místico hacia la naturaleza.
Van Gogh amaba aquel París de
fin de siglo, colmado de los ecos zolescos y agitado en sus afueras y su
colinas por los pintores del “claro sobre
claro” abolicionistas del negro y escapados del ambiente enrarecido del
estudio. “Trabajamos por el Renacimiento
francés – decía aludiendo al esfuerzo coincidente y fraternal - y me siento más francés que nunca. Estamos
aquí en una patria”. Ciertamente era así. Como un parisién conocía y
recorría los lugares típicos, los rincones característicos. Desde el amanecer
hasta bien avanzado el crepúsculo vespertino, Vincent Van Gogh trabajaba
febrilmente sobre los motivos mismos que acuciaban a los impresionistas, los
bulevares y su gentío polícromo; los “molinos”
montmartreses, las “guinguettes”, las
márgenes del Sena, los pequeños restoranes y tabernas al aire libre “con una gran tela sobre la espalda se ponía
en camino –dice Emile Bernard - y luego la iba dividiendo al azar de los temas.
Por la noche volvía con ella cubierta por completo de pintura. Era como un
pequeño museo ambulante, donde se hubieran captado todas las emociones de la
jornada. Había trozos de río plenos de barcas, islas con columpios azules,
merenderos pimpantes con sus cortinas multicolores y sus laureles rosa,
rincones de parques abandonados, o casas viejas en venta. Una poesía primaveral
emanaba de aquellos fragmentos conseguidos a punta de pincel y como robados a
las horas fugitivas”.
Merendero "La Guinguette" en Montmartre París, octubre de 1886. Óleo sobre lienzo, 49 x 64 cm. París, Musée d´Orsay. |
Si en la pintura de Van Gogh
la época holandesa es como la noche y el invierno, y la época provenzal es como
el mediodía y el verano, la época parisiense tiene la diafanidad sonriente y
afable de una mañana vernal. No importa que luego reniegue de esa época y
atribuya “al maldito vino de París y a
las sucias grasas de los bisteques” el estado de cosas a que llegó, en que
la sangre “no marchaba”.
No importa que salto sobre
ella para buscar, nostálgico, la añoranza de los cimientos en la tierra natal. “Aunque conservemos siempre una cierta
pasión por el impresionismo, yo me siento volver cada día más dentro de las
ideas que tenía ya antes de venir a París”, escribe a su hermano Theo,
tiempo después.
Luego de deambular por
Amberes, Ámsterdam y París durante un gran tiempo, Vincent se instala en Arles.
La clara luz meridional y los colores cálidos le atraen; probablemente Toulouse
- Lautrec influyó en esta decisión. Su amistad con artistas del momento y de su
vuelo se ha implementado: Monet, Renoir, Sisley, Pissarro, Degas, Signac,
Seurat y Gauguin engrosan una nutrida y variopinta lista.
En Arles, el canal del sur,
parece recordarle su patria holandesa. Aquí se dedica a hacer estudios del
puente y los alrededores. Las dos versiones que pintó del puente datan de marzo
y mayo de 1888.
El puente de Langlois con lavanderas. Arles, marzo de 1888. Óleo sobre lienzo, 54 x 65 cm. Otterlo, Köller - Müller Museum. |
En “El puente de Langlois con lavanderas” (Arles, marzo de 1888; óleo sobre lienzo, 54 x 65 cm. Otterlo, Kröller – Müller Museum), la calma apacible del tema, con las grandes extensiones del cielo y agua y la escasez de objetos, cobran fuerza a través de los experimentos que Van Gogh realiza con el color; los objetos del cuadro son simplemente el decorado sobre cual el colorido se extiende como una segunda piel. La segunda versión, “El puente de Langlois con dama con paraguas” (Arles, mayo de 1888, óleo sobre lienzo, 49,5 x 64 cm. Colonia, Wallraf – Richartz - Museum), puede decirse que es más discreta. Desde los arbustos de la orilla se nos ofrece a la vista un amplio cielo azul y menos agua en su parte inferior. Contemplamos también a contraluz el puente, sobre el que se pueden reconocer, como meras sombras, a las personas que lo cruzan; el colorido es limitado y claro, con abundante mezcla de blanco. Todo ello nos recuerda el impresionismo al que Van Gogh somete aquí su visión personal. La primera versión, “El puente de Langlois con lavanderas” es muy distinta. El pintor se halla directamente en la orilla. Todos los objetos del cuadro se destacan con punzante agudeza de un horizonte elevado y parecen estar iluminados por sí mismos, lo que se acentúa por el tono rojizo mezclado en todos los colores.
Van Gogh crea una nueva forma
de color en la pintura, dejando atrás de modo admirable a su maestro Delacroix.
La autonomía del color y el “tonalismo” se unifican. Aunque, como antes, el
colorido sigue basándose en variaciones de un color, en tonos, pero ese color
que sirve de pauta ya no está en relación alguna con la realidad. Un amarillo
intenso o un rojo fuerte ya no tienen la misión de representar una imagen. El
color es ahora el único soporte de la expresión individual y de la idea de la
realidad tal y como está concebida en la psique del pintor. Se refrenan la luz
y la sombra, los reflejos y el fraccionamiento del color, ya que su origen
gráfico hay que buscarlo en la percepción visual y no en la imaginación. Ya no
se utiliza un color determinado por el solo hecho de representar la realidad
adecuadamente, sino porque refuerza la vehemencia de lo que se quiere
transmitir. Ese color ya no puede analizarse objetivamente, es una experiencia
puramente subjetiva.
"La casa amarilla", cuya parte derecha habia alquilado Vincent en Arles. |
Así vivía este excéntrico
pelirrojo entre la gente de Arles: parco en palabras, reservado, y en
constantes apuros económicos, pues como artista no tenía un trabajo que pudiera
calificar como profesión; y además con un nombre impronunciable, lo que desde
muy pronto ya lo había llevado a firmar sus trabajos solamente con su nombre de
pila.
Pintar al aire libre fue una
innovación del siglo XIX. Pintar con luz artificial había sido un pasatiempo
artístico muy de moda en el barroco. Pintar de noche, al aire libre y además
con luz artificial se puede considerar como un invento personalísimo de Van
Gogh. El cuadro, “La casa amarilla”
(Arles, setiembre de 1888; óleo sobre
lienzo, 72 x 91.5 cm. Amsterdam, Van Gogh Museum – Fundación Vincent Van Gogh),
no lo pintó de noche, pero sí con la misma tonalidad. Al poco tiempo de haber
alquilado esta casa Van Gogh hizo revocar la fachada de amarillo, el color sin
duda más importante para él y más cargado de simbología. En una de sus cartas a
Theo, Vincent escribe… “Ahora tenemos por
aquí un calor esplendido, intenso y sin viento, lo que me viene muy bien. Un
sol, una luz que a falta de mejor cosa no pudo llamar más que amarilla;
amarillo de azufre pálido, limón pálido oro. ¡Qué hermoso es el amarillo!”.
Durante mucho tiempo estuvo
vacía por falta de dinero para amueblarla. Por fin, al enviarle Theo 300
francos, Vincent pudo permitirse decorarla con modesta y a mediados de
setiembre se instala en ella definitivamente. El hecho de considerarse
“propietario” y de tener una casa le daba una fuerte sensación de seguridad y
libertad, abriéndole, además, la posibilidad de poder fundar allí la comunidad
de artistas con la que soñaba desde hacía tanto tiempo. Embriagado de
sentimientos pintó de amarillo todas las cosas que figuran en el cuadro, como
si todas ellas estuvieran a su disposición. Durante algún tiempo la “casa amarilla” representó todo lo que
él consideraba importante y le garantizaba una pequeña felicidad, ella se había
convertido, sencillamente, en su símbolo individual. En la carta a su hermano
manifiesta lleno de regocijo… “Mi casa
aquí está pintada por fuera de un amarillo manteca y las contraventanas son de
un verde fuerte. Está situada a pleno sol, en una plaza donde también hay un
parque verde con plátanos, adelfas y acacias. Por dentro todas las paredes
están blanqueadas y el suelo es de baldosas rojas. Por encima, el cielo de un
azul intenso. En esta casa puedo verdaderamente vivir, respirar, reflexionar y
pintar”. Un hombre de ilusiones y esperanzas es este Van Gogh que escribe
estas líneas. Pero a veces la razón nos lleva a pensar si vale la pena fatigar
el espíritu con proyectos eternos o aferrarnos a esperanzas lisonjeras y vanas
que después se transforman en crueles tormentos.
Bodegón con limones y botella. París, primavera de 1887. Óleo sobre lienzo, 46 x 38,5 cm. Amsterdam, Van Gogh Museum (Fundación Vincent Van Gogh). |
Van Gogh es el primer artista
que en su obra pone en práctica la teoría de Ruskin a favor de la expresión
individual frente a una ejecución aparentemente perfecta, y del gesto expresivo
frente a la belleza academicista; no como la consciente interpretación
pictórica de un teórico sino como una, llamémosle así, combinación congenial,
nacida del trato cotidiano con el color y el pincel.
En un ambiente de indiferencia
que, como una constante en su vida, también en Arles oprimía a Van Gogh, los
impulsos positivos eran cada vez más escasos. El repertorio de temas
estimulantes como el paisaje y algunos retratos ya estaba agotado desde hacía
ya mucho tiempo. Los debates artísticos con otros pintores, que tanto lo habían
entusiasmado en París ya no era factible en su enclave provinciano. Para Van
Gogh, que consideraba el estímulo del mundo exterior tan decisivo para su vida
y para su arte, significaba una catástrofe recibir cada día menos este accésit.
Su única tabla de salvación la constituía la utopía que le dejaba el arte: el
viejo ideal de una comunidad de artistas, libre y autónoma.
El Sena con el puente "Grande Jatte" París, verano de 1887. Óleo sobre lienzo, 32 x 40,5 cm. Amsterdam, Van Gogh Museum (Fundación Vincent Van Gogh). |
Gauguin se había marchado de
París casi al mismo tiempo que Van Gogh. Pero no se había retirado al sur, sino
a la Bretaña, más barata, con un paisaje más duro y, en opinión de Gauguin, más
auténtico. Allí, en el pueblo de Pont - Aven, vivía casi al día, agobiado
permanentemente por las deudas y recibiendo de vez en cuando la visita de
algunos amigos. Siempre, al igual que Vincent, andaba sin un centavo. Theo Van
Gogh era el galerista de Gauguin. A medida que aumentaban las deudas de éste,
mayor era su dependencia económica de Theo una situación idéntica a la de su
hermano en el lejano Arles. Vincent, cuesta decirlo, quería servirse de la
miseria de Gauguin para sus propios fines, así que no hacía más que insistir a
su hermano para que convenciera a Gauguin de irse a vivir a Arles. Las
vacilaciones de Gauguin eran motivadas por las extravagancias de Van Gogh.
Tampoco se fiaba mucho de Theo. En una carta a Émile Bernard fechada en octubre
de 1888, Gauguin se queja de que… “por
mucho que me aprecie, no creo que Theo se preste a mantenerme en el Midi solamente
por mi cara bonita. Con su frío carácter holandés ha estudiado el terreno y
proyecta llevar la cosa lo más lejos posible y en exclusiva”. Gauguin
presiente que en el interés se ocultaba ante todo una artimaña comercial.
Gauguin confiaba en Bernard. A él se había unido en Pont - Aven; Bernard
afirmaba que él había introducido a Gauguin en su manera sintética. Ciertamente ambos trabajaron en estrecha colaboración
entre 1888 y 1891 en Pont - Aven y París, y parece que Bernard, veinte años más
joven que Gauguin, ejerció un fuerte estimulo en su gran colega.
Vincent tenía un alto concepto
sobre la obra pictórica de Gauguin, así lo manifiesta en una anotación que data
de finales de mayo de 1888… “Todo lo que hace
tiene algo de delicado, de conmovedor, de asombroso. La gente todavía no lo
entiende, y él sufre porque no vende nada – al igual que otros poetas
auténticos”. Quien mejor para expresar este desaliento, esta angustia ante
la incomprensión que Vincent Van Gogh, el genial pintor que sólo vendió un
cuadro en toda su vida: “El viñedo rojo.
Montmajour”, pintado en Arles en 1888 y adquirido por cuatrocientos francos
por la pintora belga Anna Boch en Bruselas, en la exposición de Les Vingt de febrero de 1890 (hoy en el Museo Pushkin de Moscú).
Viñedo rojo, Arles, noviembre de 1888. Óleo sobre lienzo, 75 x 93 cm. Museo Estatal de Bellas Artes Pushkin, Moscú |
Gauguin también tenía sus
demonios. En una carta a Theo, Gauguin se queja de que… “Vincent y yo no podemos vivir juntos en paz debido a la
incompatibilidad de nuestros caracteres”, y acto seguido añade con
insistencia: “Es necesario que me vaya”.
El desengaño corrió el velo de la ciega ilusión en la mente de Van Gogh “… e´l conocer chiaramente che quanto piace
al mondo é breve sogno” cantó Petrarca en uno de sus más famosos sonetos. Y
así se desintegró el sueño de Vincent de formar la comunidad de artistas que
había querido intentar con Gauguin. El estado de ánimo de Van Gogh está
reflejado en los dos famosos cuadros de las sillas que pintó en diciembre de
1888. Dos cuadros que simbolizan la soledad que lo embarga. Ambas sillas están
vacías, metáforas de los dos artistas que ya no están en el lugar en el que en
otro tiempo hablaron juntos. La silla de madera de Van Gogh es muy sencilla,
sobre ella vemos una pipa y el saquito de tabaco, emblemas de lo sencillo y lo
natural, “La silla de Van Gogh en Arles”
(Arles, diciembre de 1888, óleo sobre
lienzo, 93 x 73.5 cm. Londres, National Gallery). La silla de Gauguin tiene
brazos y es más elegante, en ella descansan unos libros y una vela,
indicándonos cultura y ambición, “La
silla de Gauguin en Arles” (Arles,
diciembre de 1888. Óleo sobre lienzo, 90.5 x 72.5 cm. Amsterdam, Van Gogh
Museum. Fundación Vincent Van Gogh). Para pintar su silla Van Gogh empleó
el amarillo y el violeta, los colores que en el cuadro de la “casa amarilla” expresaban la claridad del
día y la esperanza de entonces. En cambio en la silla de Gauguin vemos el
contraste complementario verde - rojo, los mismos colores del café nocturno,
verde y rojo, que nos transmiten la oscuridad y la esperanza perdida. Día y
noche están frente a frente, en el interior de los dos artistas y también como
alternativa de una vida futura. Gauguin, este parece ser el mensaje, ha llevado
la noche a la vida de Van Gogh. Mal augurio. Un firmamento se derrumba con la
fragilidad de un techo de cristal, y con él, las últimas gotas de lucidez de
una mente prodigiosa: la de Van Gogh. Para un hombre que decía que… “el mundo parece más alegre si, cuando nos
despertamos por la mañana, descubrimos que ya no estamos solos y que hay otro ser humano a nuestro lado en
la semioscuridad. Eso resulta más alegre que las estanterías de libros
edificantes y las paredes enjalbegadas de una iglesia…”, la decisión de
Gauguin de marcharse le cayó como un rayo maléfico en su espíritu contrariado.
Jarrón con margaritas y anémonas. París, verano de 1887. Óleo sobre lienzo, 61 x 38 cm. Otterlo, Kröller - Müller Museum. |
La decisión de Gauguin de
abandonar Arles tensa al máximo la relación entre ambos artistas. “Desde el momento en que quise marcharme de
Arles se puso tan raro que apenas me atrevía a respirar. “Usted, quiere irse,
me dijo, y al contestarle que sí arrancó un pedazo del periódico y me lo dio.
Allí ponía: “El asesino ha huido”, recordará Gauguin más tarde en una
carta. Si interpretamos las palabras de Vincent, podríamos transformarlas así: “Gauguin asesino, asesino de las esperanzas
y del optimismo.” Este desliz en la vida de Van Gogh acontece cuando el
pintor estaba disfrutando su voluntario y ardiente retiro en Provenza la
luminosa, en Arles, donde se cumplen sus máximas revelaciones estéticas. Van
Gogh está creando lo más considerable y definitivo de su obra. Se consume y
sobreexcita bajo el sol implacable, se baña en la enfática luz de los
amarillos, se abrasa con los rojos, nada en los cobaltos, se sumerge en los
verdes, se embriaga en los lilas, y empieza la zarabanda de ritmos epilépticos
de los árboles, las nubes, los soberbios cipreses, los nostálgicos girasoles
los olivos milenarios, las flores rutilantes, los interiores expresivos, los
jardines recoletos, la Camarga violenta y la Crau palpante.
El anuncio de la partida de
Gauguin de Arles parece ser el factor desencadenante que hundirá a Vincent en
una especie de locura. Era tanta su obsesión por la partida del amigo que por
la noche se levantaba varias veces para entrar subrepticiamente en la
habitación de Gauguin para comprobar si éste todavía estaba allí. Sin embargo
la enfermedad de Vincent mantuvo a Gauguin en Arles. “Pese a algunas diferencias no puedo enfadarme con un hombre que está
enfermo, sufre y quiere tenerme a su lado”, escribe Gauguin. Hay momentos
en que Gauguin parece descubrir a través del pintor, del enfermo, al hombre.
Parece percibir sus contradicciones, no tan sólo distintas, sino opuestas, con
explosiones que manifiestan los muchos seres que cohabitan en Vincent y que le
van dictando la violencia y la ternura, la rebelión y la fe, la humildad y la
independencia, la inquietud y la exaltación. Parece que Gauguin logra percibir
que el combate que libra el amigo enfermo no solo es contra la sociedad, contra
el arte, contra Dios, se libra en primer lugar contra el propio Vincent; y es
acaso el más intenso, el más desgarrador, puesto que quizá nunca hubo hombre
más sincero que él.
El 23 de diciembre de 1888 el
amenazante estado en que se encuentra Vincent adquiere proporciones alarmantes.
Paul Gauguin sale por la noche a dar un paseo, a tomar el aire de los laureles
en flor. “Ya casi había cruzado la plaza
Víctor Hugo, cuenta Gauguin, cuando noté detrás de mí el ruido de un paso,
rápido e irregular que conocía bien. Me di vuelta en el momento en que Vincent
se precipitaba contra mí con una navaja de afeitar abierta en la mano. Mi
mirada debió ser muy poderosa en aquel instante, puesto que se paró y, bajando
la cabeza, volvió a casa corriendo”. Gauguin no lo sigue. “¿Fui cobarde en aquel momento? ¿Tenía que
haberlo desarmado y procurar calmarlo?, se interroga Gauguin; quien toma
una habitación en un hotel de Arles y se acuesta, apenado, a las tres de la
madrugada.
Florero con doce girasoles. Arles, agosto de 1888. Óleo sobre lienzo, 91 x 72 cm. Munich, Bayerische Staatsgemälde - sammlungen, Neue Pinakothek. |
¿Esta versión dramática es
exacta?, escribe en 1903, mucho tiempo después del suceso no ha sido confirmado
por ningún testigo. Sin embargo, en una carta dirigida, pocos días después de
los acontecimientos, a su amigo Aurier, Emile Bernard escribe: “Fui a ver a Gauguin, que me dijo: “La
víspera de mi partida, Vincent corrió hacia mí – era de noche - , me volví,
porque desde hacía tiempo estaba muy extraño, pero desconfié”. Entonces me
dijo: “Estás taciturno y yo también lo estaré”. Me fui a dormir al hotel y,
cuando volví, todo Arles estaba delante de nuestra casa. Los gendarmes me
detuvieron porque la casa estaba llena de sangre. Había pasado lo siguiente: al
volver después de mi partida, Vincent había cogido la navaja de afeitar y se
había cortado la oreja”.
En este relato, Gauguin, no
dice nada de la amenaza homicida, con la navaja de afeitar en la mano. No hay
ninguna razón por la cual Emile Bernard tenga que falsear voluntariamente o no,
el relato de Gauguin. ¿Se inventa éste, desde las islas. Marquesas, quince años
más tarde, la historia? Es posible que en este relato posterior, Gauguin haya
querido justificar su partida precipitada por la amenaza de que fue objeto.
Tranquilizado tal vez por unas
buenas palabras por parte de Gauguin, Van Gogh se pierde en la noche corriendo
en discreción a la “Casa amarilla”.
Estupefacto, asustado, Gauguin, se queda instalado en un hotel de Arles. En la “Casa Amarilla” – mientras Gauguin no
puede conciliar el sueño en el hotel – Van Gogh termina de precipitarse en el
abismo que lo llevará a la muerte. ¿Había estado a punto de atacar a su amigo?
Si no es así, porqué llevaba la navaja. Acaso no llegó a comprenderlo. Fue
vertiginoso, hor
rible. Toda su violencia cambió de dirección y se cortó con la navaja una poción de la oreja izquierda. Al ver que pierde abundantemente, intenta parar la hemorragia con servilletas mojadas. Después se envuelve la cabeza con una venda, limpia la parte de la oreja seccionada y la mete en un sobre. Va a una casa de tolerancia regentada por una tal Virginie. Le da el sobre a una prostituta llamada Gaby, joven pupila que en el lupanar se hace llamar Rachel y le dice: “Guarda este objeto como si fuera un tesoro, en recuerdo mío”. Regresa a su casa, se queda dormido hasta que llega la gendarmería alertada por los vecinos.
rible. Toda su violencia cambió de dirección y se cortó con la navaja una poción de la oreja izquierda. Al ver que pierde abundantemente, intenta parar la hemorragia con servilletas mojadas. Después se envuelve la cabeza con una venda, limpia la parte de la oreja seccionada y la mete en un sobre. Va a una casa de tolerancia regentada por una tal Virginie. Le da el sobre a una prostituta llamada Gaby, joven pupila que en el lupanar se hace llamar Rachel y le dice: “Guarda este objeto como si fuera un tesoro, en recuerdo mío”. Regresa a su casa, se queda dormido hasta que llega la gendarmería alertada por los vecinos.
Gauguin llega a la escena. Es
interrogado, luego se marchará. Vincent no lo volverá a ver jamás. La
explicación más lógica a la mutilación de la oreja la da J. Olivier, un
escritor provenzal, en una carta dirigida a Vincent Willem Van Gogh, hijo de
Theo y sobrino del pintor. Hay que recordar antes, que Van Gogh frecuentaba la
plaza de toros de Arlés y que asistió a numerosas corridas de toros – representaciones
de la muerte al término de las cuales el matador ofrecía la oreja del toro a “su dama”. Dice J. Olivier en la misiva:
… “Estoy absolutamente convencido que Van
Gogh quedó vivamente enamorado por esta práctica. De manera que los dos actos
(seccionarse la oreja y después ofrecida a una dama) no son incoherentes. Y
mantienen un encadenamiento normal para quien conoce esta costumbre. Van Gogh
se cortó su oreja, su propia oreja, como si fuera a la vez el toro vencido y el
matador triunfante. Confusión en una sola persona del vencido y del vencedor.
Muy a menudo es un caso común a muchos de nosotros. Era también el caso de Van
Gogh cuando fue sobreexcitado por Gauguin y rechazó su dominio”.
El modo en que Gauguin se
escabulló del asunto, sin siquiera tomarse la molestia de ver a Vincent, nos lo
presenta en una postura muy poco honrosa. No parece probable ya que en su fuga
– ésta es la palabra adecuada - ni siquiera se preocupa de llevarse sus
maletas, telas y máscaras y guantes de esgrima, que más tarde reclamará a
Vincent.
El patio del hospital de Arles. Arles, abril de 1889. Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. Winterthur, Colección Oskar Reinhart "Am Römerholz" |
Félix no aprecio mucho su
retrato y no admitía – como lo confirman Victor Doitean y Edgar Leroy - médicos
que publicaron en 1928 en Éditions
Aesculape una obra que intenta definir a través de los exámenes de los orígenes,
de la vida y del carácter patológico de Vincent, la forma exacta de la
enfermedad que sufrió –“que teniendo en
aquella época la barba y el pelo moreno, el pintor le hiciera la barba verde y
el pelo rojo”- por la cuestión de los complementarios. La tela desapareció
por un tiempo. El pintor Charles Camoin, en la guarnición de Arlés en 1900,
encontró la pintura. Después de haber permanecido en el granero, entonces ¡servía para tapar el paso al gallinero!
El hecho ha sido confirmado por la hija de una antigua clienta del doctor Rey
que vio esta pintura – que la señora Rey trataba con indignación de caricatura -
tapando, efectivamente, ¡un agujero del gallinero! Charles Camoin hizo comprar
la tela por el marchante Ambroise Vollard por 150 francos, más tarde la
adquirió en 1908 por 4,600 francos, J. Stchoukine, un gran coleccionista ruso.
Hoy la tela se encuentra en el museo Pushkin de Moscú. La justicia, esa vieja sabia
que aunque tarde siempre llega, ha hecho lo suyo, dándole a Vincent Van Gogh y
a su pintura del doctor Rey, lo que corresponde.
Los médicos de Arlés señalaron
el hecho de que se trataba de un enfermo y no un loco –pues, en tal caso, lo
hubieran encerrado en un asilo. El diagnóstico del médico jefe Urpar indica una
crisis nerviosa de origen epileptoide con alucinaciones y delirio. El doctor
Rey comunica a Theo las condiciones de Vincent… “El pastor protestante, señor Salles, ha venido a mi encuentro esta
tarde y los dos hemos ido a visitarlo. Estaba muy tranquilo y parecía
perfectamente bien”. De todas maneras, cuando entran, Vincent se muestra
huraño y dice al doctor Rey que desearía tener las mínimas relaciones con él. “Entonces le he asegurado que era un amigo
para él y que deseaba verlo pronto restablecido. Hemos estado hablando un buen
rato y hemos quedado como buenos amigos. Me ha rogado que le escribiera y que
le diera noticias suyas, cosa que no quería al principio de nuestra
entrevista”. Rey encuentra que el estado de Vincent va mejorando: “Come
bastante bien y sus fuerzas físicas le permiten soportar la crisis”.
Autorretrato con la oreja vendada. Arles, enero de 1889. Óleo sobre lienzo, 60 x 49 cm. Londres, Courtauld Institute Galleries. |
Van Gogh ya no es el de antes.
La soledad ya no lo abandonará en el futuro. La comunidad de artistas no es más
que un sueño roto. “Ya no me atrevo a
pedirles a otros pintores que vengan aquí después de lo que me ha ocurrido;
arriesgarían perder la razón, como me ha pasado a mí”, escribe en un mar de
resignación a su hermano en febrero de 1889. El Estudio del Sur ha fracasado… “Es algo ya definitivo – escribe Vincent
- y mi impulso por fundar algo muy simple
pero duradero, me había ilusionado tanto… me quedan remordimientos graves,
difíciles de definir. Yo creo que ésta ha sido la causa de que haya gritado
tanto en la crisis, que yo quería defenderme y ya no podía más. Porque no era
para mí, era justamente para los pintores… desgraciado… que el estudio hubiera
podido pensar”. Esta entrega de Van Gogh hacia el compañero de profesión es
sincera; esa entrega hacia el otro, ese altruismo que raya en la bonhomía, esa
desaprensión por ayudar a otros pintores marcó siempre su vida y su conducta.
Cuando Theo le envía el artículo
de Albert Aurier aparecido en el primer número de Mercure de France, el primer
gran artículo que un crítico dedica a su obra en unos términos que le aportan
tanto placer como orgullo, la primera reacción de Vincent es de sorpresa.
Albert Aurier es un simbolista que se expresa en el lenguaje de su escuela,
pero que ha comprendido perfectamente, y lo expresa con verdadero entusiasmo,
todo lo que aporta al arte de su tiempo la prodigiosa obra de Van Gogh: “… se trata de la universal y loca y
cegadora fulguración de las cosas, se trata de la materia, de la naturaleza
entera retorcida frenéticamente, paroxizada, subida al punto más alto de la
exacerbación, se trata de la forma que se convierte en pesadilla, del color que
se convierte en llamas, lavas y pedrerías, la luz que se convierte en incendio;
la vida, fiebre alta (…) su brocha opera con enormes empastamientos de tonos
muy puros, con regueros curvos, interrumpidos por toques rectilíneos… con
amontonamientos, a veces torpes, de una rutilante albañilería y todo esto da, a
ciertas telas suyas, la apariencia sólida de deslumbradores murallas hechas de
cristales y de sol” (citado en Louis Pierard “Van Gogh an pays noir”,
Mercure de France, julio de 1913. Testimonios recogidos en el Borinage y
nuevamente publicados en su obra: “La
vida trágica de Vincent Van Gogh”;
Cres, 1924-Corréa, 1939).
De este comentario, Vincent
concluye que esas palabras no son más que una expresión de su arte, el deseo de
lo que debería ser, pero sobre todo se admira y casi se irrita porque los
comentarios elogiosos – y que encuentra “exagerados” - sólo se dirigen a él cuando deberían dirigirse
a todos los que actúan hacia el mismo sentido. Esta necesidad de dar a los
demás lo que sólo le pertenece a él es una forma de altruismo que siempre ha
tenido, de este espíritu de comunión que lo hace unirse a una cadena de
esfuerzos del que se considera un eslabón, y dado el mismo título del artículo
de Aurier, “Un aislado…” seguro que
se ha sentido herido. Vincent es sincero hasta el extremo en sus opiniones. En
una carta a Théo, meses más tarde, deja entrever el tormento que siente por lo
que han dicho de sus obras, de los elogios de Aurier sobre todo: “Dile [a Aurier] con insistencia que se equivoca conmigo
porque realmente me siento demasiado cargado de tristeza como para poder
enfrentarme a la publicidad”… “Pintar cuadros me distrae, pero oír hablar de
ellos me produce mucha más pena de la que se pueda imaginar”.
Melocotonero en flor (Recuerdo de Mauve). Arles, marzo de 1888 Óleo sobre lienzo, 73 x 59,5 cm. Otterlo, Köller - Müller Museum. |
Los mejores y los más
tiernos sienten a veces, en lo más profundo, una necesidad masoquista de sufrir
el dolor de los otros, o, ser infligidos del dolor de los otros. Hay ciertas
mieses que sólo germinan en nosotros gracias al llanto del dolor que nosotros
mismos provocamos, ese parece ser el caso de Vincent Van Gogh. Sin embargo,
esas semillas producen buenas flores y frutos saludables. Es una ley que nos
hemos hecho nosotros, y nadie sabe si está en la capacidad de amar al hombre
que jamás hubiese hecho llorar a otro. Esas buenas flores y frutos saludables
en el caso de Vincent, serán esos valiosos cuadros que pintará después que el 8
de mayo de 1889 traspuso las puertas del asilo de Saint – Paul –de - Mausole,
cerca de Saint - Remy. ¿Pero cómo sucedió esto?
El 7 de enero, el doctor
Rey lo autorizó a abandonar el hospital para volver a la “Casa Amarilla”. Ya estaba bien… ¡Pero nunca más Vincent Van Gogh
podría respirar tranquilo! Era inútil considerar lo ocurrido como “cosa pasada”. La tranquilidad no
volvía. Se sentía completamente lúcido, cierto, ¿pero cómo tranquilizarse
respecto al porvenir? Le preocupa su manutención:… “Tú te has empobrecido para alimentarme, pero yo te devolveré el dinero
o te devolveré el alma”, escribe a su hermano Théo. “El único deseo que tengo es poder seguir ganando con mis manos lo que
gasto”, le confiesa al doctor Rey. Las crisis volverán una y otra vez como
olas de mar que se estrellan incansablemente contra un promontorio que se
mantiene inmóvil, pronto a ceder. Quebrado, Van Gogh entrará en el último año
de su vida.
Salido del hospital trata
de llevar una vida como la que había anhelado siempre, una vida serena llena de
margaritas y terrores removidos, viendo las ramas de los matorrales que
germinan en la primavera y as ramas de los árboles despojadas que tiemblan en
invierno y los cielos serenos azules límpidos y los grandes nubarrones de
otoño, y el cielo gris uniforme de invierno y el sol cuando salía por encima
del jardín de las tías, y el sol rojo en su puesta, en el mar en Schveningen, y
la luna y las estrellas en una hermosa noche de verano o de invierno. Pero toda
esta ilusión como todas las de su vida está lejos. No sabe que se está tramando
un complot contra él. Espíritus, sin duda más temerosos que mezquinos, hacen
circular una petición al alcalde de Arlés para que se encierre a ese loco que
anda suelto. Se recogen ochenta firmas y la súplica es enviada a la alcaldía.
Se han producido incidentes con los vecinos. Vincent se defiende. Más tarde
confesaría al pastor Salles “Si la
policía protegiera mi libertad impidiendo que los niños e incluso los mayores
se agruparan a mi alrededor y escalaran las ventanas como han hecho, como si yo
fuera una bestia curiosa, yo estaría más calmado; de todas maneras nunca he
hecho mal a nadie”. La petición gana. El comisario jefe da orden al
hospital de internar al enfermo y todo se realiza fácilmente cuando el doctor
Rey está ausente del hospital.
Bajo los cuidados del
pastor Salles y del doctor Rey permanecerá en el hospital de Arlés hasta principios
de Mayo como paciente y prisionero. El pastor Salles, con fecha dos de marzo de
1889, comunica a Théo esa mala noticia. “Los
actos que se reprochan a su hermano (aun suponiendo que sean exactos) no
permiten tachar a un hombre de loco y reclamar su reclusión”. Quince días
más tarde, el dieciocho de marzo, escribe nuevamente: “Su hermano me ha hablado con calma y lucidez perfectas sobre su
situación y también de la demanda firmada por los vecinos. Su estado tiene algo
de indefinible y es imposible darse cuenta de los cambios tan bruscos y
completos que se operan en él. Es evidente que mientras esté en la situación en
que acabo de verlo, no puede estar internado nadie, que yo sepa, puede hacer
una cosa así”.
El
sembrador (según Millet) Arles, junio de 1888. Óleo sobre lienzo, 64 x 80,5 cm. Otterlo, Kröller - Müller Museum. |
La inacción le pesa. En la
celda donde se encuentra encerrado. “La
única lección consiste en sufrir sin lamentarse” – todo está prohibido,
incluso fumar. Los días pasan tristes y largos en la soledad de su celda, más
aún cuando se entera que la “Casa
Amarilla” ha sido cerrada por la policía que ha destruido la cerradura.
Ya internado en Saint - Rémy,
el pastor Salles llega hasta allá para conocer las condiciones del
internamiento de Vincent. Vincent se ha despojado de todo orgullo y de toda ambición.
Solo aspira al descanso, al olvido, visto que le queda todavía la facultad de
pintar, el último medio de usar su vida. Otro rasgo característico de la
personalidad de Vincent es su gran poder descriptivo. El patio del hospital de
Arlés es una muestra de ello:… “Está rodeado por un claustro blanqueado, con
arcadas como las de los edificios árabes. Delante de estos arcos hay un viejo
jardín con un estanque en el centro y ocho macizos de flores, nomeolvides,
rosas de Navidad, anémonas, ranúnculos, alhelíes, margaritas, etc. Y bajo el
claustro naranjos y adelfas. Es un cuadro lleno de flores y del verdor de la
primavera”.
Reiteramos, en su asilo
forzoso en el hospital de Arlés busca de nuevo una huida en la pintura. Cuadros
como “Troncos de árboles con vista de
Arlés (Arlés, abril de 1889. Óleo
sobre lienzo, 72 x 92 cm. Munich, Bayerische Staatsgemäldesammlungen, Neue
Pinakothek) y “El patio del hospital
de Arlés” (Arlés, abril de 1889. Óleo
sobre lienzo, 73 x 92 cm. Winterthur, Colección Oskar Reinhart “Am Römerholz”),
no nos transmiten, sin embargo, de una manera concreta su desesperación. Son
más evocaciones de la vida cotidiana que documentos de su sufrimiento. No
obstante expresan a su manea estados claustrofóbicos: la estrechez del patio
del hospital que, pese al esplendor de las flores, bloquea la vista hacia un
horizonte amplio y lejano; los álamos secos que, a modo de rejas, nos tapan la
vista de la ciudad, formando una barrera aparentemente insalvable entre la
visión del pintor y el objeto de sus anhelos: la ciudad y su libertad.
Aún, así, a pesar de todos
los inconvenientes que genera un encierro, Vincent en el hospital se
reencuentra a sí mismo, y tiene como una luminosa plenitud intelectual sensitiva
y sentimental que le permite producir entonces verdaderas obras maestras. Toma
a él la idea matriz del Cristo, “gran
artista que, desdeñado el mármol, la arcilla y el color, trabajaba sobre la
carne viva”. Vaga libremente por el parque, por las galerías, por las salas
de enfermos. Éstos les sirven de modelos, y durante la noche, en la serenidad
solitaria y misteriosa de los nocturnos del Sur, el pintor se sienta ante los
motivos melancólicos y va dibujando los árboles, la fuente, los macizos
floridos, los muros bañados por la luna y las siluetas fantasmales de los
vigilantes. Una gran paz, un gran silencio y una gran ternura de las cosas
elocuentes dentro de la calma de la Naturaleza, lo acarician y lo apacigua. No
es entonces el exaltado y persistente paisajista “de los paisajes amarillo oro viejo hechos deprisa, deprisa, deprisa, y
azuzado como el segador que calla bajo el sol ardiente concentrándose para
abatir”.
Entre cuadro y cuadro escribe
sus largas cartas a Théo, el amigo dilecto, el hermano inquieto por su salud.
En estas misivas describe lo que está viendo, pintando y sintiendo. Habla del
encantador y recoleto sitio donde pasa horas del día y de la noche, y que
encontramos fielmente reproducido en el lienzo “El patio del hospital de Arlés”. En este cuadro se aprecia el “estado del alma”, la identificación del
hombre enfermo con la Naturaleza piadosa… “el
primer árbol es un tronco enorme, pero herido por un rayo y serrado. No
obstante yergue muy alto un brazo lateral, y de él recae un verdadero alud de
ramitas y tallos verde oscuro. Este gigante sombrío, como un orgulloso
deshecho, contrasta si se le considera cual el carácter de un ser viviente con
la sonrisa pálida de una última rosa sobre el macizo que se muestra enfrente de
él. Un rayo de sol, el último, exalta hasta el naranja al ocre sombrío.
Figuritas negras van de aquí para allá entre las breñas. Comprenderás que esta
combinación de ocre rojo, de verde entristecido de gris, de trazos negros que
siguen los contornos, produce un poco la sensación de angustia de la que sufren
a veces algunos de mis compañeros de infortunio, y que se llama negro rojo.
Además el motivo del gran árbol herido por el rayo y la enfermiza sonrisa verde
rosa de la última flor otoñal vienen a confirmar esta idea”, escribe
Vincent a Théo.
La
iglesia de Auvers Auvers, junio de 1890. Óleo sobre lienzo, 94 x 74 cm. Párís, Musée d´Orsay. |
Encerrado en una celda de
la planta baja en Saint - Rémy, se le prohíbe también el acceso a la habitación
que le sirve de estudio y la falta de trabajo lo atormenta como si fuera una
droga. Ha intentado, en un momento de la crisis, comerse los colores. Este tipo
de “actitudes suicidas” no son nuevas
en Van Gogh. Cuando el 20 de mayo de 1889 Paul Signac, que ha ido a pintar en
la costa, le hace una visita en el hospital de Arlés. Con permiso del doctor
Rey, salen del nosocomio a dar un paseo. De esta visita, Signac habla en los
términos siguientes en una carta que dirige al día siguiente a Théo: “He encontrado a su hermano en perfecto
estado de salud física y moral. Salimos juntos ayer por la tarde y también esta
mañana. Me llevó a ver sus cuadros, algunos extraordinario, todos muy curiosos.
Su amable doctor, el interno Rey, cree que si llevara una vida más metódica,
comiendo y bebiendo normalmente a horas regulares, tendría todas las
posibilidades de no volver a las terribles crisis. Se encuentra muy dispuesto a
vigilarlo el tiempo que haga falta… Si no regresa a París, cosa que sería lo
deseable según el criterio del señor Rey, tendría que mudarse, dada la
hostilidad de sus vecinos. También es el deseo de su hermano salir lo antes
posible de este hospital donde, en suma, sufre una perpetua vigilancia”.
Estas precisiones se
confirmarán más tarde en los recuerdos que Signac va a contar a Gustave
Coquiot, uno de los primeros biógrafos de Vincet, salvo un punto, que voluntariamente
Signac omitió al escribir a Théo ese 20 de marzo de 1889: “Durante todo el día me habló de pintura, literatura, socialismo. Al
anochecer estaba algo fatigado. Soplaba un fuerte mistral que posiblemente lo
puso nervioso. Quiso beber al menos un litro de esencia de trementina que
estaba sobre la mesa. Tuvo tiempo de volver al hospital”. Otra vez la “actitud suicida”. Ya en Saint –R émy
estas actividades se repetían con frecuencia, pues, el manicomio ya no le
parece un refugio, sino un lugar lleno de miasmas en el que hunde cada vez más.
La presencia de los locos le produce una especie de terror. “Soportaba con coraje su mal – contó la
superiora Deschanel -. Lo que le
molestaba más era la promiscuidad. El director le había permitido pintar en la
gran sala a la izquierda de la entrada. Pero a menudo se comía los colores y
teníamos que administrarle rápidamente un contraveneno. Cuando se calmaba, nos
pedía perdón y volvía rápidamente a su trabajo”. Estas “actitudes suicidas” eran un claro anuncio de lo que sobrevendría
posteriormente: la autoeliminación.
Vincent, que es un amante
de la soledad, que muchas veces se ha sentido feliz por ser ignorado por el
mundo, que ha vivido contento en un rincón apartado, se siente a veces en el
campo, asaltado por un sentimiento de soledad atroz, su trabajo lo ayuda a
sobreponerse. Se obsesiona en cumplir su tarea como el campesino con el trigo,
temiendo la tormenta que amenaza.
Una nueva crisis coincide
con el nacimiento de Vincent Willem Van Gogh, hijo de Théo y de Johanna. “Es una verdad como un templo que muchos
pintores se vuelven locos, y es que es una vida que, por decirlo de una manera
discreta, lo aparta a uno de la realidad. Está bien sumergirme de golpe en el
trabajo una y otra vez, pero mi razón se resiste y se quedará medio perturbada
para siempre”, escribe Vincent por esa época.
Superada la crisis, Vincent
abandona Saint - Rémy y va a visitar a Théo. Vincent llega a París el sábado 17
de mayo de 1890. Théo – que casi no ha dormido en toda la noche - lo espera en
la estación. Se puede adivinar la alegría de los dos hermanos al encontrarse en
esta misma estación en la que dos años antes se habían despedido y también la
de Théo al volver a encontrar a su hermano mucho mejor de lo que esperaba. La
impresión de Johanna al ver a su cuñado ha quedado fijada en una carta: … “Me había imaginado encontrar un enfermo, y
ante mí tenía a un hombre sólido, ancho de espaldas, con colores sanos, una
expresión de cara alegre y todo su ser algo que daba la sensación de firmeza.
El retrato hecho por sí mismo da la más exacta expresión de su físico en este
tiempo. Aparentemente se había producido un cambio súbito y curioso en su
estado, como, con su vivo asombro, ya había señalado el pastor Salles en Arlés:
“Todo en él es buena salud, parece más sano que Théo”, fue mi primer
pensamiento. Théo fue con él a la habitación donde se encontraba la cuna.
Silenciosos, con lágrimas en los ojos, los hermanos miraron al niño dormido.
Entonces Vincent se dirigió hacia mí y me dijo mientras señalaba la simple
manta de la cuna: “Mi querida hermana, no debes ponerlo así entre encajes”. Se
quedó tres días con nosotros y durante ese tiempo estuvo alegre y tranquilo; no
mencionó Saint - Rémy”.
La
habitación de Van Gogh en Arles. Saint - Rémy, setiembre de 1889. Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. Chicago, Art Institute of Chicago. |
En una carta a Gauguin el
año 1888, el propio Van Gogh describe su cuarto y su cuadro al mismo tiempo. “Me ha divertido mucho hacer este interior
sin nada, de una simplicidad a lo Seurat. Tintas planas pero groseramente
brochadas, en plena pasta: los muros lila pálido, el suelo de un rojo roto y
marchito, las sillas y la cama de amarillo cromo, las almohadas y las sábanas
limón verde muy pálido, la colcha rojo sangre, la mesa lavabo naranja, el jarro
y la jofaina azules, y la ventana verde. Yo hubiera querido expresar un reposo
“absoluto con estos tonos diversos. Como usted ve, no hay más blanco que la
noticia del espejo con marco negro, para meter todavía el cuarto par de
complementarios allá dentro”. Paul Gauguin había de conocer bien este cuarto.
Más de una vez discutirían allí los dos artistas – en el fondo antagónicos y antitéticos - y se daría cuenta
por primera vez como iba germinando en el cerebro de Van Gogh la locura. Era
acaso allí donde guardaban en una caja el fondo común de sus gastos durante el
periodo de convivencia apasionada y pobre. Fue allí, en fin, en este cuarto
fulgurante donde una mañana llevaron detenido a Gauguin, acusándole de haber
matado a Van Gogh cuando éste se cortó un pedazo de oreja.
Gauguin ha descrito en
uno de los más interesantes capítulos de “Avant
et aprés” aquel momento inolvidable: “Vincent
yacía en la cama completamente envuelto en la colcha, encogido como el gatillo
de una escopeta. Dulcemente, muy dulcemente, yo palpé el cuerpo cuyo color
anunciaba, sin duda alguna, la vida. Al comprobarlo, sentí que recobraba toda
mi inteligencia y mi energía. Casi en voz baja le dije al comisario de policía:
“Sírvase despertar a ese hombre con mucho cuidado, y si pregunta por mí, dígale
que me he marchado a París. Mi presencia tal vez le fuera funesta”. Debo
reconocer que el comisario se portó entonces muy bien, y mandó a buscar a un
médico y un coche. Despertaron a Van Gogh, y en seguida preguntó por mí, pidió
la pipa y el tabaco, y acaso pensó en la caja que tenía nuestro dinero. En
seguida lo llevaron al manicomio”.
Más tarde cuando Van Gogh
vuelve a la “Casa Amarilla”, “allí donde
debieron reunirse los pintores, los amigos sin suerte y apasionados – dice
Emile Bernard - todo se ha estropeado.
Durante su ausencia, el agua entró en el cuarto, la decoración – su solicitud -
se ha destruido, y todo está triste y perdido para siempre. Vincent, que ve
deshecho su ensueño, que siente que todo acabó irremediablemente, ya no piensa
más que en su hermano Théo, que, como él, trabajaba en el bello y generosos
proyecto nuevo”. La obsesión de lo que le debe a Théo, su afán “pagar o entregar el alma”, resurge, y
en un grito de desolación infinita le escribe: “La pérdida de tu amistad me enviaría sin remordimiento al suicidio, y
por muy cobarde que yo sea, acabaré por ir a él”.
Vincent se marcha al
pueblo de Auvers – sur - Oise donde se entrevista con el doctor Paul Gachet
quien se convertirá por algún tiempo en compañero de paseos y tertuliar del
solitario pintor. Gachet era un apasionado por la antropología, la frenología,
quiromancia, partidario de la homeopatía, de la cremación (funda una sociedad
de autopsia mutua), interesado por la pintura, el grabado, también pintor y
grabador, e, instalado en Auvers – sur - Oise en 1872, recibe pronto a los
pintores que trabajan en las orillas del Oise, especialmente a Pissarro y
Cézanne. Paul Ferdinand Gachet habrá nacido en Lille en 1828. Ejercía en París
donde tenía una consulta en el arrabal Saint-Denis y frecuentaba los cafés
artísticos de la vanguardia, el Petite
Bohéme, la cervecería Andler, más
tarde la Nouvelle - Athénes, donde
estableció contacto con Monet, Pissarro, Sisley, Manet, y Renoir entre otros.
Este personaje asombroso había conocido a Pissarro atendiendo a su madre, la
señora Rachel Pissarro. Cuando el pintor se establece en Pontoise, “se establecieron relaciones amistosas entre
los nuevos vecinos” – escribe Gachet en su prefacio a las “Cartas impresionistas” (Grasset, 1957)- que tuvieron como consecuencia,
especialmente en 1873, una importante estancia de Cézanne en Auvers.
Trigal
verde con ciprés. Saint - Rémy, junio de 1889. Óleo sobre lienzo, 73,5 x 92,5 cm. Praga, Galería Národní. |
La impresión que tuvo
Vincent cuando conoció al doctor Gachet quedó reflejada en una carta a Théo: “He visto ya al doctor Gachet y tenido la
impresión de que es muy excéntrico, pero su experiencia de doctor lo debe
mantener en equilibrio para combatir el mal nervioso del cual me parece que él
se encuentra afectado tanto o más que yo”. El retrato que Vincent le hizo a
Gachet contribuyó en gran parte a fomentar la amistad entre los dos hombres. A
Gachet le gustó tanto que le pidió a Van Gogh una segunda versión.
Más que los cuadros
religiosos y los paisajes, lo que decididamente fascinaba a Van Gogh era el
arte del retrato, el retrato moderno. Sus modelos fueron siempre seres
sencillos y poco complicados, personas con las que solía tratar diariamente. Y
no las pintaba por su belleza exterior o por tener algún rasgo especial, sino
simplemente por su carácter humano. “Joven
aldeana” (Auvers, junio de 1890. Óleo
sobre lienzo, 92 x 73 cm. Colección particular) es un ejemplo típico. Casi
de cuerpo entero, una muchacha campesina está sentada con cierta rigidez y algo
tímida entre el trigo. Sus mejillas resplandecen con el mismo rojo de las
amapolas. El azul puro de su blusa, cubierta de diminutos lunares de un naranja
intenso, contrasta con lo cálidos tonos de las espigas y del delantal, así como
con el amarillo dorado del sombrero y el naranja de la sombra. Surgen de nuevo
huellas de la fidelidad a lo real y de la rudeza de aquellos cuadros de
campesinos que había pintado en su primera época utilizando tonos pardos,
verbigracia, “La llanura de Crau” (Arles, junio de 1888. Óleo sobre lienzo, 73
x 92 cm. Amsterdam, Van Gogh Museum (Fundación Vincent Van Gogh)); “El sembrador” (Arles, noviembre de 1888. Óleo sobre lienzo, 73.5 x 93 cm. Zurich,
Colección E.6. Bührle); “Campo de
trigo con cipreses” (Saint-Rémy,
setiembre de 1889. Óleo sobre lienzo, 72.5 x 91.5 cm. Londres – National
Gallery) y “Campesinos durmiendo la
siesta” (según Millet. Saint-Rémy,
enero de 1890. Óleo sobre lienzo, 73 x 91 cm. París, Musée d´Orsay).
Pese a todo, “La joven aldeana” no alcanza la
importancia del “Retrato del Doctor
Gachet” (Auvers, junio de 1890. Óleo sobre lienzo, 66 x 57 cm. Tokio,
Colección Ryosi Saito), considerado como su indiscutible obra maestra de este
género. La personalidad peculiar y excéntrica del médico le había llamado la
atención. Un halo de melancolía, tristeza y resignación se refleja en el rostro
de Gachet, marcado por “la desesperada
expresión de nuestra época”, que traspasa y determina todo el cuadro. Todos
los trazos y tonos se adaptan a esta melancólica atmosfera, formando una unidad
original. Las líneas siguen esencialmente la abatida inclinación del personaje
que nos revela el estado de ánimo de este ser sensible y desalentado. Las
líneas del fondo concuerdan con las de la gorra, el rostro y los hombros. Lleva
una chaqueta de un azul ultramarino, lo que hace resaltar la cara, acentuando
aún más su palidez. La mirada afligida de sus claros ojos azules, como cubierta
por un velo de tristeza, mira perdida hacia el infinito. Un azul matizado de
claro a oscuro (en el cielo, las colinas del fondo y el traje) domina todo el
cuadro y aparece también en las flores y en las pupilas del médico. El arte se
convirtió en un fuerte vínculo de su amistad, y Van Gogh se sentía entusiasmado
de poder pintar, por fin, a alguien que comprendía bien su trabajo.
La casa del doctor está
llena de cuadros impresionistas. Es viudo y vive con sus hijos: Marguerite y
Paul. Un gran número de animales (gatos, perros, una cabra, gallinas, un pavo,
conejos, ocas, palomas y una tortuga) viven en la casa como verdaderos
pensionistas. Théo y su mujer, en compañía del niño, saben llegar los días
domingos a ver a Vincent. De ahí envía Vincent la última carta que dirigirá a
su madre, es como la presencia de un adiós. “La
vida, la razón de las separaciones, de las partidas, de la persistencia de la
inquietud no se puede comprender. En cuanto a mí, la vida podría perfectamente
ser solitaria. Sólo he podido tratar a los que me he sentido más ligado como a
través de un espejo, por oscuras razones. Y sin embargo, hay una razón en el
hecho de que, a veces, mi trabajo actual es más armonioso. La pintura es un
mundo en sí misma. Leí en alguna parte, el año anterior, que escribir un libro
o pintar una tela es como tener un niño. No me atrevo, sin embargo, a tanto.
Siempre he considerado que la última de estas tres cosas es la más natural y la
mejor, si se admite que la sentencia es buena y que las tres cosas sean
iguales. Es por esto que lo hago lo mejor posible, aunque este trabajo sea
justamente el más comprendido, y para mí el único lazo que une el pasado al
presente”.
Retrato
del Dr. Gachet. Auvers, junio de 1890. Óleo sobre lienzo, 66 x 57 cm. Tokio, Colección Ryoei Saito. |
Las cartas inéditas de Joseph Roulin a Théo y a
Vincent publicadas por la revista Vincent, boletín de Rijksmuseum Vincent Van Gogh de Amsterdam en su
primer número, después del incidente de la “oreja
cortada”, manifiestan, a través de su simplicidad y de su tacto, la nobleza
de un hombre que fue sin ningún género de dudas uno de los amigos más sinceros
de Van Gogh.
Noche
estrellada. Saint - Rémy, junio de 1889. Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. Nueva York, The Museum of Modern Art. |
Para quien está desengañado de la vida, la muerte
debe ser una tentación nada despreciable. Existe la posibilidad de que Théo
pueda vivir una vida feliz con su familia, pero Vincent tendrá que esfumarse para
que esta felicidad pueda consumarse. En una última carta que Théo va a leer
después de su muerte, Vincet le confiesa: “Sin
embargo, mi querido hermano, está lo que te he dicho siempre y que te vuelvo a
decir con toda la gravedad que puedan dar los esfuerzos del pensamiento para
procurar hacer todo el bien que se pueda – te vuelvo a decir otra vez que voy a
considerar siempre que eres algo más que un simple marchante de Corot, que como
intermediario mío tienes tu parte incluso en la producción de ciertas telas,
que incluso en el desastre guardan su calma…”. El agradecimiento al hermano
por todo lo que ha hecho por él, en lo económico como en lo anímico es
evidente.
El cansancio lo agobia, pero la duda no lo ha
ganado. En esta calma, su obra puede esperar el alba del porvenir. Vincent no
tiene mi amargura, ni reproche, ni inquietud. Está en paz con su conciencia,
con su deber. Alguna vez escribió… “Yo no
tengo la culpa de que mis cuadros no se vendan. Pero llegará el día en que la
gente reconozca que valen más que el dinero que costaron los colores para
pintarlos”. Palabras conmovedoras que reflejan la grandeza suprema del
hombre. Un artista singular que no puede comprarse con ningún otro. Con su
arte, en cuya consecución no escatimó esfuerzos y por el que en definitiva
arriesgo su existencia, Van Gogh logró una síntesis no alcanzada por casi
ningún otro artista de la edad moderna. La vida y el arte fueron para él una unidad
inseparable, y con ello convirtió en realidad un antiguo sueño de los artistas:
crear arte significó para él nada menos que pintar esa vida; no la simple
realidad, sino el principio de lo vital.
Pero regresemos a nuestro sendero, el que nos lleva
al desenlace final: el suicidio. En Auvers se halla alojado en la pensión
Ravoux, de ahí que el testigo más simple de lo acontecido en los últimos
momentos en la vida de Van Gogh la joven hija del patrono de la pensión Ravoux,
Adeline Ravoux – la mujer de azul - de quien Vincent hizo el retrato un mes
antes.
En 1953, interrogada por Maximilien Gauthier,
Adeline Ravoux, viuda de Carrié, habla de sus recuerdos: “Por la mañana muy
temprano, como todos los días, partió hacia el campo, por el lado del castillo,
vino a comer y después volvió a partir. Nada en esa actitud podía hacernos
presentir lo que iba a pasar. Hasta aquel día, sin ninguna excepción, había
comido todos los días en la pensión y por eso, al anochecer nos inquietamos al
comprobar que no venía. Esperamos mucho rato, hasta que nos decidimos a guardar
su plato y comernos la sopa. Estábamos al fresco en el portal cuando, por fin,
lo vimos pasar como una sombra sin decirnos nada, ante nosotros. Franqueó la sala con un par de zancadas y
subió a su habitación. Estaba tan oscuro que sólo mi madre se dio cuenta de que
se aguantaba el costado como alguien que sufre. Al instante dijo a mi padre:
“Sube a ver, creo el señor Vincent no está bien”. Mi padre subió. Oyó como
gemía. Como la llave estaba en la puerta, entró. El señor Vincent estaba
tendido en la cama. Mostró su herida y dijo que esta vez esperaba no haber
errado el tiro. Había que llamar a un médico. Primero fuimos a casa del que
venía dos veces por semana a Auvers y que atendía a todo el pueblo. No estaba.
Entonces pensamos en el doctor Gachet. No ejercía en Auvers y nunca lo habíamos
visto en casa. Cuando llegó, tuvimos la impresión que el señor Vincent y él no
se conocían”. (Maximilien Gauthier, La femme en bleu nous parle l’Homme a
l’orcille coupée (Les Nouvelles
Littéraires, 16 de abril de 1953).
Ramas
de almendro en flor. Saint - Remy, febrero de 1890. Óleo sobre lienzo, 73,5 x 92 cm. Amsterdam, Van Gogh Museum (Fundación Vincent Van Gogh). |
Parece asombroso que no se hubiera intentado nada,
que no hubieran llamado a alguien más competente en materia de cirugía y que se
dejara morir a Vincent sin intentar salvarlo.
Théo partió inmediatamente hacia Auvers donde llegó
a la madrugada del lunes. Vincent estaba en su cama y parecía que no sufría.
Théo, desesperado se deshizo en lágrimas. “No
llores – dijo Vincent -, lo he hecho
por el bien de todos”. Después los hermanos mantuvieron una larga
conversación en holandés de la que nadie conoce el contenido. Théo informa a su
mujer del drama que acontece. Vincent pasa todo el día apaciblemente, fumando
su pipa, charlando con su hermano. No se arrepiente de su decisión. “Dios te conserve fría la cabeza, caliente el
corazón, la mano larga…”, escribe Unamuno en su “Rosario de sonetos líricos” y Vincent parece llevar esa serenidad
ante la muerte con gran estoicismo.
Al anochecer empieza a debilitarse. Llega la noche.
Sólo cabe esperar este final prematuro que parece tener la suavidad de un final
natural. Murmura todavía algunas palabras: “Me
gustaría que fuera ahora”, después cierra los ojos y se apaga sin recobrar
la conciencia a la una y media de la madrugada del 29 de julio de 1890. Así se
apagó este hombre cuya vida fue un titánico esfuerzo por hallar explicación al
interrogante que para él constituía el sentirse poseído de una fuerza interior
a la que no hallaba aplicación posible. Sucumbió en la lucha por ser sincero
consigo mismo y con los demás e intentar captar en su alma el ritmo de las
vidas y de las cosas; pero jamás nadie le hizo caso.
La
pensión Ravoux en Auvers donde Vincent vivió en 1890 |
¿Pero que tenían que ver con el revólver que usó
Vincent para matarse con estos dos jóvenes gamberros? Escuchemos a René
Secrétan: “Dejamos en su sitio todo
nuestro material de pescadores, morrales, etc., e incluso nuestras camisas.
Entre este material se encontraba este viejo pistolón y ciertamente de allí
Vincent lo cogió. Era de Ravoux y creo que lo tenía en su cajón. Era un arma vieja
que funcionaba cuando le daba la gana y la suerte quiso que el día en que Van
Gogh quiso utilizarla, funcionó” (Ibidem, Edic.at.)
El cura de Auvers – sur - Oise negó la carroza
mortuoria de la parroquia al “suicidado” y fue la municipalidad de Méry, el
ayuntamiento vecino, quien ofrecía la suya para conducir al pintor a su última
morada. “Lo instalaron sobre el tablado de la gran sala que el señor Théo y mi
padre transformaron en capilla ardiente con cirios y capas de flores –cuenta
Germaine Ravoux, hermana de Adeline -; por las paredes, las últimas telas del
señor Vincent. ¿Cómo podía olvidarlo?”. En una carta que Emile Bernard escribe
a Albert Aurier, describe el ambiente mortuorio en el que yace Van Gogh: “En
las paredes de la sala donde el cuerpo estaba expuesto, estaban colgadas sus
últimas telas, formando como una aureola, que manifestaba el estallido del
genio, cuya muerte se nos hacía más penosa a los artistas. Sobre el ataúd una
simple sábana blanca con una gran cantidad de flores, los girasoles que tanto
amaba, las dalias amarillas, flores amarillas por todas partes. Era su color
favorito, como se sabe, símbolo de la luz que él soñaba en los corazones y en
sus obras. Muy cerca su caballete, su palita y sus pinceles colocados en
círculo en el suelo”. (En “Cartas de
Émile Bernard (A. Vollard, 1911).
Vincent es enterrado en el Cementerio de Auvers que
está ubicado en el extremo de un altiplano que domina el valle de cara a los
campos de trigo. Théo lo seguirá seis meses después. El dolor que le ha causado
la muerte de su hermano se abate sobre su organismo ya atacado por la
enfermedad. Su desequilibrio mental comienza a manifestarse. El 12 de octubre
de 1890, Théo tiene que ser internado en la casa de la salud del doctor Dubois
y dos días después en la del doctor Émile Blanche. Atacado por una parálisis
general –que de hecho es una demencia - Théo queda sentenciado. Una ligera
mejora en su estado permite a Johanna trasladarlo a Holanda. Pero una nueva
crisis exige su traslado a la casa de salud del doctor Willem Anntsz en Utrecht
donde muere el 25 de enero de 1891 en un estado de postración completa. Es
enterrado en Utrecht el 29 de enero, seis meses después de la muerte de
Vincent. Hemiplejía consecuencia de una nefritis crónica es el diagnóstico de
la muerte. Ese diagnóstico parece ser sólo un pretexto: Théo muere por la
muerte de Vincent.
Sin su hermano Théo, del que dependió durante toda
su vida, no existía el arte de Van Gogh. Como pintor y ser humano reflejó en
sus cuadros plenitud y soledad, anhelo y desesperación, amor y desasosiego,
dedicación y escapismo, armonía e inquietud, proximidad y lejanía, perpetuidad
y transitoriedad. Con su arte quiso siempre consolar a los demás – él, que
tanto hubiera necesitado consuelo. Amó el mundo y la vida, en donde nunca pudo
satisfacer el amor que buscaba. Sufrió por un mundo que acabó haciéndolo
pedazos, y con su arte creó su propio universo, un universo nuevo, lleno de
color y de movimiento, que encerraba toda su sabiduría sobre el destino.
Calle
en Auvers. Auvers, julio de 1890. Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. Helsinki, Ateneumin Taidemuseo |
“La
calle de Le Peletier ha caído en desgracia. Después del incendio de la Opera,
ahora resulta que un nuevo desastre se abate sobre el barrio. Recientemente, en
Duran-Ruel, se ha abierto una exposición que pretende ser de pintura. El
transeúnte inofensivo, atraído por las banderas que decoran la fachada, entra,
y un espectáculo cruel se presenta a sus ojos espantados: cinco alienados, una
mujer entre ellos, un grupo de desgraciados tocados por la locura de la
ambición, se han dado cita para exponer sus obras. Hay gente que explota de
risa delante de esas cosas. A mí se me oprime el corazón. Esos supuestos
artistas se denominan intransigentes, impresionistas; cogen telas, color,
brochas, lanzan al azar algunos tonos y acaban firmando. Espantoso espectáculo
de vanidad humana que se extravía hasta la demencia. ¡A ver si alguien se
explica al señor Pissarro que los árboles no son violetas, que el cielo no
posee ese tono de mantequilla fresca, que en ningún país se ven las cosas que
pinta y que ninguna inteligencia puede admitir semejantes extravíos…!Que
alguien intente hacer entrar en razón al señor Degas, que le diga que en arte
hay algunas cualidades que tienen un nombre: el dibujo, el color, la ejecución,
la voluntad, aunque se le vaya a reír en las narices y lo trate de
reaccionario. Que intente entonces explicarle al señor Renoir que el torso de
una mujer no es un amasijo de carnes en descomposición con manchas verdes,
violáceas, que denotan el estado de completa putrefacción en un cadáver… ¡Y ese
amasijo de cosas groseras es lo que se está exponiendo al público, sin pensar
en las fatales consecuencias que esto puede acarrear…!”
Habitación
de la pensión Revoux en Auvers en que murió Van Gogh |
Estos epítetos groseros y urticantes invectivas
fueron lanzados por “Don Nadie”,
crítico de arte de Le Fígaro contra Camile Pissarro, Edgar Degas, Pierre
Auguste Renoir y contra todos los impresionistas, vale decir, Pau Cézare,
Claude Monet, Alfred Sisley, Édouard Manet y otros más. El tiempo ha pasado y
la historia les ha dado un lugar sagrado a los impresionistas cuyas pinturas se
pueden apreciar en casi todos los museos del mundo. ¿Y nuestro amigo, el
crítico de Le Fígaro dónde se
encontraba? Revolcándose seguramente entre la bosta de su crítica anodina y
reaccionaria en algún lugar del Infierno de Dante.
No se podía esperar menos de la crítica mezquina
para con la obra de un “desconocido” artista como Van Gogh, sin que esto
signifique que entre ese pantano de inmundicia de la crítica oficial y
autorizada no surgiera la voz de un visionario como fue el crítico de arte
Albert Aurier.
Al no encontrar una galería que se interesara en
realizar una exposición de las pinturas de Vincent, Émile Bernard, a petición
de Johanna, embaló una colección de obras y se las envió a Holanda.
Johanna, algo repuesta por la muerte de Théo,
escribe a Émile Bernard: “El día uno de
mayo abro una pensión en Bussum y creo que con ella podré mantenerme a mí y al
bebé. Es una cosa muy hermosa y en ella estaremos más ampliamente instalados,
el bebé, los cuadros y yo, mucho mejor que en nuestro pequeño piso en la
ciudad, donde, sin embargo, estamos bien y en el que pasé los mejores días de
mi vida. Pero no tenga miedo que los cuadros están metidos en el granero o en
el cuarto trasero. Decoraré con ellos toda la casa y espero que usted venga
algunas vez a Holanda y pueda comprobar que me he preocupado mucho”. (Citada en
Johanna Van Gogh - Bonger, Introducción a las “Cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Théo” (1914), reimprimida en la edición del centenario (Wereld Bibliotheek,
Amsterdam, 1952)).
Las
lápidas de Vincent y Theo en el cementerio de Auvers |
Wolfsschanze, febrero - octubre del 2011.